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Poco se habla

Poco se habla del nuevo inquilino del castillo, ese supuesto conde, que solo sale de noche, en su coche de caballos, tirados por esos corceles enormes, hermosos, sí, no digo que no, pero que dan mucho miedo, el pelaje negro azulado, tan brillante, los ojos inyectados en sangre, los colmillos afiladísimos... Y tan veloces como silenciosos  ¿no crees que son siniestros, María?- Le preguntó Catalina a su hija pequeña desde el quicio de la puerta del dormitorio.   Sostenía una palmatoria encendida en la mano derecha que proyectaba sombras alargadas en la pared. La joven parecía ensimismada y no contestó.  Estaba vuelta de espaldas, en la penumbra.    Nunca había sido muy habladora, pero la adolescencia había borrado todo resto de candidez.  - Buenas noches, mi niña.  - Le dijo Catalina a su hija cariñosamente, y cerró la puerta tras de sí.   La joven levantó la cabeza hacia la puerta sin decir nada.  Un viento helador barrió la estancia y una corriente de aire repentina que p
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Intruso

  PARA VOLVER A METERSE EN EL ATAÚD  tendría que encogerse bastante, darse prisa y apartar un poco el cuerpo que reposaba inerte sobre la dura superficie de madera. Se oían voces fuera, que callaron al escuchar el cierre de la tapa. -¿Quién anda ahí? Escuchó la voz amortiguada del viejo sacerdote que recorría el pasillo central de la capilla. Podía imaginarle, sorprendido por la oscuridad, porque hasta la pequeña lamparilla del sagrario estaba apagada. Desde dentro del féretro ella escuchaba muy fuerte su propia respiración, aunque cada vez más tenue. Nunca supo que el sepulturero había comentado después en el bar: – Con lo flaco que estaba y cómo pesaba el cabrón… ¿A quién se habrá llevado a la tumba?

Llegó el otoño

  Llegó el otoño    Sentada frente al amplio ventanal de la sala polivalente, Adelaida contemplaba, ensimismada, cómo el sendero que conducía a la entrada principal de la residencia se iba cubriendo de hojas amarillentas. Se desprendían mansamente de los plátanos de paseo que bordeaban el camino. Había llegado el otoño. Oscurecía y las sombras de la noche se extendían por el jardín y le daban un aspecto fantasmal y melancólico.          Adelaida se estremeció con un escalofrío que le recorrió toda la espalda desde la nuca. Se arrebujó en su toquilla de lana. Sus entumecidos huesos acusaban ya los cambios de tiempo. Pero era el mismo escalofrío que había sentido aquella otra tarde de otoño de hacía muchos años, cuando era joven y no padecía los achaques que ahora la atosigaban.       Aquella tarde, como todos los jueves, Gabriel la había ido a buscar a la salida del taller. Solían ir a dar un paseo al parquecito que estaba cerca de donde Adelaida vivía con su madre. Si el tiempo lo

Yo que he vivido tantas vidas

  Yo que he vivido tantas vidas…        He vivido tantas vidas que ya no soy capaz de recordar cuándo ni cómo llegué a este azaroso mundo por primera vez. Ahora que me encuentro en el ocaso de la que ignoro si será la última, solo me vienen a la memoria retazos o imágenes fragmentadas de mis vidas pasadas.       Son muchos los que ponen en duda el fenómeno de la transformación o reencarnación. No seré yo quien intente rebatirlos ni daré los nombres, algunos reconocidos, de los individuos en cuyos cuerpos se ha transmutado mi espíritu, pero si diré que yo soy un ejemplo indudable de que existe.       El recuerdo más remoto que guardo de mi existencia, se remonta a finales del siglo XI, cuando compaginé mis ocupaciones como abad del Monasterio de San Millán de la Cogolla con mi laborioso trabajo en el “ scriptorium ”. Allí copié e ilustré, con mano minuciosa, varios códices, entre ellos el “ Liber Commicus”   o códice 22.   Aunque su nombre en latín pudiera inducir a error, se tr

I don't like Mondays

Por  OlgaMG             Me he levantado con la boca como un estropajo y dolor en el párpado izquierdo. El espejo me ha revelado el orzuelo. La farra de anoche, pienso. Ahora ya solo me falta el herpes labial, pienso a continuación. Me ducho. Vaya forma de empezar la semana,  me digo luego. No estoy de buen humor. Aborrezco las resacas. Y los lunes. Soy así de original.             Me visto sin gracia alguna y me bajo a comprar la prensa y el pan. En el estanco y la panadería hay filas tan largas o más que las del confinamiento. ¿Pero qué coño pasa hoy? Odio las colas. Bueno, aun a riesgo de repetir la palabra debería decir las filas para no ser malinterpretada, que es algo que me revienta.             Al salir del segundo establecimiento, piso una baldosa hueca que vacía su fétido y liquido contenido en mis pantalones vaqueros recién lavados. ¡Qué asco, por dios! Ya solo falta que rompa a llover.             Pensado y logrado. No llueve, jarrea. Todos los zaragozanos, al uníson

Malditos cigarrillos

  Por OlgaMG             “Yo que he vivido tantas vidas, y juraría que todas han sido con él,  jamás pensé que ahora que estamos todo el día juntos sería cuando más me preocupara…”             Antonia cierra los ojos, se acaricia la nuca dolorida y lee lo que acaba de escribir en la carpeta del Taller de Escritura Creativa. Le resulta impostado y artificioso. Ella sabe que su nivel está por debajo del de sus compañeros, donde hay todo tipo de profesionales, desde médicos y policías hasta profesores. Hasta le daba vergüenza al principio reconocer ante ellos que se sacó el Graduado Escolar siendo ya sus hijos mayores, cuando le quedó tiempo para ir a una Escuela de Adultos. Antes ni vivir podía, con la casa, los niños y la limpieza de varios pisos para complementar el magro sueldo del pobre Juan, por diez horas diarias tragando polvo del metal en el pulimento y algunos sábados haciendo aún más horas extras. Que se dejó los cuernos trabajando, como él solía decir. Y todo para que los

Maldita canción

  Por Olga MG          Al llegar al rellano del tercero, se queda paralizada. Ha sentido algo: apenas una sombra en el aire, quizás una nota musical. Alerta, aguza los sentidos.          Y entonces la oye. Es la canción, sí, la maldita canción de Manuel. Derrotada, se deja caer en el primer escalón de subida al cuarto. Trémula la mano, rebusca un cigarro en el bolso y comienza a fumar compulsivamente, al ritmo de sus sollozos que van en aumento hasta convertirse en un llanto convulso.          Se abre la puerta del tercero B y, decidida, sale Estíbaliz, en ropa deportiva, con la mochila al hombro. Casi se da de manos a boca con Inma, sumida ya en lágrimas. —Dios mío, criatura ¿qué te pasa? —Perdona, perdona, estoy bien. Tranquila, que ya me calmo. —No, no estás bien. Nadie llora así por estar bien. Entra en casa y te preparo una tila. —No, no, gracias, Estibaliz, de verdad. Ya estoy bien. A Manuel no le gusta que me retrase al salir del trabajo. Además, tú tendrás cosas