Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de junio, 2020

MIL PESETAS

                                              MIL PESETAS Mauro se alegró cuando la alarma sonó indicando el fin del turno de trabajo.  Estaba en la cadena de montaje con al menos otros cien compañeros. Era viernes y salió rápido hacia la ducha pues el agua caliente se terminaba. Mientras se secaba y peinaba el pelo, oía las voces de los compañeros gritar eufóricos ante el fin de semana que acababa de empezar. Cada uno tenía una expectativa distinta pero habían cobrado la nómina y eso animaba. Usó el desodorante barato que tenía en la taquilla pues, si era bueno, se  lo quitaban. También la colonia la compraba por litros y ambos olores, juntos, más que acompa- ñarle le perseguían. Cogió la bolsa de deporte donde puso su ropa de trabajo de toda la semana y en un estuche de plástico pequeño escondió los calcetines que tenían vida propia...

El pasillo

Por Eva Fernández Recuerdo, ­-como en una película en super8, colores sepia-, un pasillo verde y recto, interminable.   Al lado del taquillón con el espejo dorado, mi madre agachada me abrocha el abrigo verde musgo, que me abraza, igual que los dibujos de terciopelo del papel adamascado que tapiza las paredes como enredaderas geométricas, abrazan la casa.   Todo en ese pasillo es un bosque.   El perchero de patas de ciervo.   El biombo calado de madera que divide por la mitad el largo corredor.   Las puertas a la derecha,   como árboles que lo delimitan, la entrada a cuartos de otros colores, la cocina, blanca, territorio de comidas y tareas escolares; el baño, verde agua, y el cuarto de invitados, que pronto sería la habitación del abuelo. Observo sin perder detalle como mamá le coloca a Pili su abrigo idéntico al mío, pero granate, más pequeño, y se lo abrocha también hasta el cuello, ­-porque ya es octubre, y hoy hace frío-, dice, y ella levanta la car...

Mis primeras veces

                                Mis primeras veces       Tenía cinco meses cuando fuimos a vivir a Barcelona, así que los recuerdos de aquella primera etapa de mi vida son bastante vagos. Más que recuerdos propios son evocaciones de lo que mi madre me contó después. Por lo visto, me llevó más tiempo de lo esperado el hacer por primera vez las cosas que un niño comienza a hacer en determinados momentos. Tardé en soltarme y dar mis primeros pasos. También demoré el pronunciar mi primera palabra, que no fue ni “mamá” ni “papá”, sino un rotundo “no”, que durante unos meses se convirtió en el único vocablo que utilizaba. Ignoro a qué se debía ese pertinaz negativismo, porque un buen día comencé a parlotear de forma tan incontinente, que hacía exclamar a los que habían sabido de los temores y lamentos de mi madre: _ ¿Y te quejabas de que la niña no hablaba? Pero, ¡si ahora no calla!_ ...