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Relato colectivo Jueves

 


                                                Ella 

 

Ana cogió su maleta y salió de casa. 

Había llegado dos días antes. La instale en la habitación del niño, ya que la pensión estaba completa. A la mañana siguiente le serví una taza de café con leche, pero ella tan solo acarició la magdalena. Entonces fue cuando observé las marcas en sus finas muñecas. Ana se dio cuenta. Alargó rápidamente las mangas de su chaqueta y bajó su mirada asustada. 

Le pregunté si conocía a alguien en la ciudad. Me mostró un papel con una dirección. Era una calle conocida por sus prostíbulos y sus habituales altercados a plena luz del día. Le indiqué cómo llegar pero no le mencioné lo que sabía. Nunca regresó. 

 

                                                                                                   María Pilar Usar                

 

                                                   Él  

 

Llegué a la pensión que pensé habría estado Ana. Encontré una tarjeta en un cajón de la cómoda, era la única pista que tenía. Le mostré la foto a ella a la señora.  Me miró con mucha desconfianza, Insistí y expliqué mi relación con Ana porque comprendí que si no, no había posibilidades de que se abriera conmigo. 

-Soy detective privado. Nos conocíamos de siempre. Vino a mi despacho muy asustada. Me pidió ayuda. Estaba desesperada, sus padres habían muerto en la guerra, apenas tenia familia y estaba amenazada, la seguían, no se atrevió ese día en ir a su casa. La acogí en la mía.  

 

                                                                                                    Pilar Algas 

 

-En mi pensión entra y sale genta cada día, cada uno con sus problemas en la mirada, me gusta que se sientan seguros y respeto sus silencios. De Ana recuerdo más la huellas en sus muñecas que su cara. Siento su final.  

Tras una breve pausa me miró y continuó.  

 

-El día de su marcha cuando la chica fue a limpiar el cuarto, encontró debajo de la almohada  una carta. El sobre iba dirigido a D. Sebastián Cortés, al no llevar dirección la guardé en mi escritorio pensando que igual volvía a buscarla.           

Abrió el cajón y me la entregó. 

                                                                                                     

                                                                                           Carmen Lafalla       

 

-Ése es mi nombre- mentí mientras abría el sobre. 

Tras leer la carta detenidamente, y ante el desconcierto de mi rostro, la señora me miró y me digo. 

-¿Alguna pista de lo que le pasó?    

-Tengo que irme señora. Muchas gracias. 

 

                                     SEBÁSTIAN CORTÉS     

  

Efectivamente, según se intuía al leer la carta. Ana había estado en ese barrio haciendo preguntas sobre el paradero de su verdugo, el causante de las cicatrices en sus muñecas. Allí había contactado con una antigua amiga: Margarita “la dulce” que le había hablado de Sebastián Cortés como alguien que podía ayudarla.  

 

                                                                                                    Pilar Bastarós      

 

                                        Margarita “La Dulce”      

Sí, hará cosa de dos semanas, era ya bastante tarde. Yo estaba haciendo la calle apostada en este mismo portal.. Bueno, intentando cazar algún cliente, como ahora,  pero no me comí una rosca, que esto está cada día peor, ¿sabe usted?. Entonces la vi aparecer calle arriba, arrastrando una maleta. Al pronto no la reconocí. Me extrañó y me dije: qué hará esta mosquita muerta por aquí a estas horas? Porque se veía a la legua que no era del gremio, con aquellos pantalones anchos que llevaba y tapada hasta el cuello con un chaquetón marrón. Fue ella la que se acercó a mí con un hilo de voz me preguntó si conocía a Margarita. Entonces sí, nadie más que Ana podía seguir llamándome por mi nombre. Nos abrazamos. ¡Hacía tanto que nos veíamos!. A la vida no me había tratado demasiado bien, pero estaba claro que a ella peor. Estaba demacrada, ojerosa y hecha un manojo de nervios.   

-Tienes que ayudar, me suplicó con voz temerosa. 

-Claro, Ana. Vamos a ese bar. Allí podremos hablar tranquilas. 

Me lo contó todo entre sollozos. Estaba muy asustada. Intenté tranquilizarla y le di el nombre de un conocido mío que podría ayudarla. No quiso quedarse en mi casa y ya no la he vuelto a ver ni saber nada de ella.  

 

                                                                                               Mª  Carmen Franco   

 

La invitó a tomar una caña en un bar cercano. Ella tiene que saber dónde puedo encontrar al “conocido” 

Sentados en la mesa, las dos cervezas servidas. Comienzo mi interrogatorio.  

-Dulce dices que Ana te contó todo. ¿Cuál era la causa de su nerviosismo, de su suplica de ayuda? 

-No puedo decirte nada. Su vida estaba en peligro y si yo hablo la mía también lo estará.  

-¿Dónde podría encontrar a ese “conocido”?- le digo mientras bebo un sorbo de cerveza. Evito mirarla es evidente su nerviosismo por mi pregunta. Tarda en contestar. 

-No sé su dirección. 

-¿Dónde enviaste pues a Ana para que se encontrara con Sebastián Cortes?. Ese es el nombre de su amigo ¿verdad?.  Llevo en mi bolsillo una carta de Ana dirigida a él, bastante desconcertante por cierto. Es necesario que lo encuentre antes que lo haga la policía, podrían acusarle de ser el verdugo y asesino. 

                                             La carta  

El detective le mostró a Margarita la carta en  un último intento de instarla a vencer su silencio. 

Estimado Sebastián: 

Mi amiga Margarita me ha dado buenas referencias suyas y yo estoy en un apuro muy grande.  

Tuve que salir huyendo de mi casa, a escondidas y de noche. Mi marido me maltrataba. La última vez a punto estuve de no contarlo. Trato de matarme, haciéndome unos cortes en las muñecas, para si simular después un suicidio. 

Necesito protección y un lugar seguro donde esconderme por un tiempo.  

Si tú me ayudas, trabajaré en lo que sea necesario.  

                                                                                                        Ana Serrano    

Sin padres y sin recurso alguno, Ana  se casó con Evaristo quien parecía un hombre formal y trabajador. Pero pasado un tiempo lo que en principio fuero mieles se convirtieron el hieles. Una noche en que él estaba de guardia se marchó de casa. Ana temía por su vida, su marido le había jurado en más de una ocasión que acabaría con ella.   

Sabía que Margarita, su amiga de la infancia a la cual no veía desde hacia años, ejercía la prostitución. Salvo a ella, no conocía a nadie en la ciudad.  

Sebastián Cortés era el capellán de las prostitutas y párroco de San Román, ayudaba a mujeres desamparadas y les proporcionaba un medio de vida. En algunas ocasiones, las escondía de sus agresores en una pequeña pensión cuya propietaria era una discreta mujer.  

Lo que Margarita no le dijo al detective, es que el marido de Ana era uno de sus clientes. La noche de la muerte de Ana, Evaristo la vio llegar a la pensión con Sebastián, y juro en silencio que no vería la luz del día. Luego se hizo el encontradizo con Sebastián cuando salía e introdujo en su bolsillo una fotografía de Ana. Convirtiendo así al párroco en el principal sospechoso. 

 

                                                                                    Carmen López

Comentarios

  1. Que bien que lo hayáis colgado para poder leerío. Esta muy bien hilado.

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  2. No se qué ha pasado pero rmi parte tiene alguna errata. Por ejemplo, digo en lugar de dijo....

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