por Miguel Angel Marín
Cuando María abrió la puerta de
la mansión aquella noche, desconocía que iba a llevarse el susto de su vida.
Enmarcado por la luz de un relámpago, apareció la figura de un hombre altísimo
de tez muy blanca y ojos claro, casi transparentes. Mostrándole una placa y con
voz de ultratumba, el albino dijo:
—
Inspector Negromonte.
María lo hizo pasar al salón principal donde ya lo esperaba
un nutrido grupo de personas. D. Adolfo,
marqués de Enseña, señor de la casa, estaba algo molesto por la reunión a tan
intempestivas horas. También estaban Dª. Clara, su mujer, de mediana edad, algo
gruesa y con cara de pizpireta; Lucas, el mayordomo, un hombre delgado y de
rictus estricto; Esteban, el mozo, jardinero y chófer, un hombre joven y fuerte
que no parecía tener muchas luces; D. Augusto, administrador del marqués, un
hombrecillo mayor que se veía muy nervioso; El padre Santiago, asesor
espiritual del marqués y amigo de la familia; María, la doncella de la señora y
sirviente de la casa; Y también dos policías del distrito centro de la capital.
— Disculpen
el retraso. Tenía que terminar algunas pesquisas — dijo el comisario con
aquella voz cavernosa.
— Bien.
Solo me quedan por formular unas pocas preguntas y creo que ya podré dar el
caso por concluido.
— En
resumen, el asunto es la desaparición de un valioso collar de diamantes
propiedad del marqués que estaba
guardado en la caja fuerte ubicada en el saloncito anexo al dormitorio
principal. El lunes pasado por la mañana apareció la caja fuerte abierta y en
ella solo faltaba el citado collar. De esta caja solo tienen llave el
administrador y el señor marqués. Ninguno de los dos dice haber abierto la caja
en esas fechas.
Todos
los presentes permanecían atentos a las palabras del tenebroso comisario.
—
Ahora, algunas preguntas.
—
Don Augusto, es usted el administrador del señor
marqués. ¿En qué consiste su trabajo?
—
Pagar las nóminas de los empleados de la casa,
liquidar los impuestos de las rentas, ocuparme de las finanzas del señor
marqués…
—
¿El collar estaba asegurado?
—
Desde luego, aunque por un importe muy inferior
a su valor real.
—
Señor marqués, el domingo por la tarde, salió
usted de casa?
—
No. Permanecí toda la tarde leyendo en la
biblioteca.
—
Señora marquesa, salió usted?
—
Sí. Tenía una reunión con un grupo de
sufragistas al que pertenezco.
—
Padre Santiago, estuvo usted en esta casa el
domingo?
—
No.
—
Lucas, como mayordomo de esta casa, estará
atento a los movimientos de la familia, ¿salió el señor marqués esa tarde de
casa?
—
Sí señor. Salió hacia las 8 y volvió una hora
más tarde.
—
¡Mentiroso! — gritó indignado el señor marqués.
—
María, ¿trabajaba usted en la casa el domingo?
— No
señor. Tenía el día de fiesta. Pero… vi caminando al señor marqués por el
barrio de la Almudena. Me extrañó un poco y lo seguí de lejos. Lo perdí de
vista cerca de la iglesia de San Pablo.
—
¿A qué hora fue eso?
—
Hacia las 8 y media.
El
marqués la miraba con ojos de odio. No daba crédito a semejante desfachatez.
—
Señor marqués, ¿recibió aquella tarde alguna
llamada telefónica?
—
No. — dijo visiblemente enfadado.
—
Lucas, ¿pasó usted alguna llamada al señor
marqués?
—
Sí señor. Hacia las 8 un hombre telefoneó
preguntando por él. No dijo su nombre y no me sonó conocido. Le pasé el
teléfono y me alejé discretamente.
—
¿Pero qué embustes son estos? — aulló el
marqués.
—
De acuerdo. Aquí va la explicación del caso.
Pero
primero, dirigiéndose a los dos policías dijo:
—
Detengan al padre Santiago.
— La
noche de autos la señora marquesa no se encontraba en una reunión de
sufragistas, la reunión se suspendió a última hora por la indisposición de su
presidenta. Varios testigos la sitúan con Esteban, el chofer, entrando en un
piso alquilado por éste en el barrio de Tetuán.
— El
padre Santiago, alias Mark Spencer, alias Julius Noriega, es un hábil estafador
venido de allende los mares. Esta misma tarde he recibido su historial. Entre
sus capacidades está la del hipnotismo. Abusando de la confianza conferida por
el marqués lo hipnotizó, de manera que al oír una palabra por teléfono, él
mismo abriese la caja fuerte y le entregara en su domicilio el collar,
olvidando tanto la retirada del mismo como la entrega en la casa del
delincuente.
— Un
nuevo servicio de localización de llamadas que acaba de implementar la compañía
de teléfonos permite establecer el domingo una llamada a las 8 desde el
teléfono del padre Santiago a casa del marqués.
Llamaron a la puerta. Un ayudante entregó un paquete al
inspector.
— Y
registrada su casa, hemos encontrado esto.
Y del paquete entregado sacó el collar desaparecido.
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