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La búsqueda


Soy Lorenzo Mazo, viajante de comercio. Mi destino de hoy me devuelve mis primeros recuerdos infantiles, cuando soñaba con ser aviador, como todos los niños de la posguerra; en una ciudad del norte con las calles empedradas, siempre mojadas, resbaladizas y una fina lluvia casi perenne, el campo verde y las excursiones al río.
        Buenos días.  Les traigo el género que encargaron y las novedades. –Expliqué dejando los muestrarios sobre la mesa de cortar.

Doña Matilde salió del almacén para recoger el pedido y elegir nuevas telas.  Las novedades imitaban los vestidos que aparecían en la televisión y en las películas americanas que exhibían en los cines y evidenciaban la bonanza económica  vistiéndose de colores nuevos, telas más ligeras y estampados primaverales, dejando atrás las telas recias, oscuras y austeras de nuestra España en blanco y negro. De todas formas, la clientela vestía siempre igual, así que los rollos de tela de esos colores constituían una buena parte de mis ingresos.

Al final la dueña de la tienda escogió los mismos paños de lana oscura de siempre, uno de algodón blanco, y una tela de flores marrones, por si alguna rapaziña quería hacerse un vestido moderno.
Cuando terminé, me dirigí a la librería de viejo de la esquina.
        Buenos días, don Camilo. ¿Alguna novedad?   
-Alguna cosa hay, pasa, hijo, a la trastienda. –Me invitó, mientras cerraba la puerta de la calle y me precedía por las empinadas, con los ojos brillantes.  
Era la primera vez que bajaba, pues don Camilo no había encontrado antes primeras ediciones para mí, pero al verme tan interesado, en mi visita anterior me prometió que buscaría lo que le pedía.
        Ahí está lo que encontré. –Señaló desde el pie de la escalera, expectante. 
En precario equilibrio sobre un taburete, una pila de volúmenes maltrechos desafiaba la gravedad. Atrajo mi atención uno negro, con el filo de las páginas dorado.

En la primera página, con tinta desvaída, rezaba una dedicatoria:
A mi amigo Ricardo Mazo.  De su
Antonio Machado
Abrí el libro al azar y leí:
Caminante no hay camino, se hace camino al andar

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