El collar de perlas
Aquello no
se lo perdonarías nunca. Fueron muchos los agravios que tuviste que soportarle.
Tú callabas y aguantabas. Eran otros tiempos. Pero aquello fue demasiado. El
día en que la preñez de vuestra hija se hizo evidente hasta para él, que nunca
se percataba de nada, montó en cólera. Pero cuando, a fuerza de gritos y
amenazas, logró sonsacarle quién era el padre (el primogénito de su peor enemigo), la ira se
queda corta para describir su reacción. Totalmente enajenado, le dio dos
rotundas bofetadas y sin dejar de zarandearla con furia, la increpó:
—¡ Hija descastada!, no, ya no te reconozco como hija. ¿Cómo has podido
deshonrarnos de esta forma tan ignominiosa? Vete de esta casa, ya no perteneces
a nuestra familia ni nada nuestro te pertenece. No quiero volverte a ver ni
saber nada de ti. Abandona esta casa para siempre. Y en cuanto a ti—añadió dirigiéndose a mí con mirada
iracunda—, que la has protegido y
consentido y no has sabido educarla en el respeto y honorabilidad que nuestro buen
nombre merecía, te prohíbo que hagas ningún intento de prestarle tu ayuda o mantener
con ella la más mínima relación.
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Encontré a
mi madre en la penumbra de su cuarto, con su joyero abierto en el regazo y la
mirada perdida. Sostenía entre sus dedos el collar de perlas que tanto me
gustaba, como si fueran las cuentas de un rosario.
—Mamá,
¿ qué haces? Te he buscado por toda la casa, quería pedirte consejo sobre qué
me pongo para la fiesta. ¡Qué bonito es! —añadí mirando el collar—. ¿ Por qué no te lo pones
nunca?, ¿me lo dejarás alguna vez?
—Ay, hija, lo siento, estaba ensimismada en mis recuerdos. Este collar tiene una larga historia. Algún
día te pertenecerá y entonces podrás hacer con él lo que quieras. Hasta
entonces prefiero conservarlo como simple depositaria del mejor legado que te
puedo dejar.
¿ Qué me decías de lo que vas a llevar a la fiesta?—dijo cambiando su tono antes
melancólico por otro mucho más dicharachero—.Ponte
el vestido rojo que te queda tan bien, aunque
tú estás guapa con cualquier
cosa. Y mira, podías llevar estos pendientes de azabache que te lucirán mucho
con el rojo, ¿te gustan?
— Claro que me gustan, mamá. Me encantan. Gracias por prestármelos.
Continuamos
hablando muy animadas durante un buen rato, de la fiesta, de la ropa, de los
amigos que irían…. Yo me había quedado
intrigada con lo de la historia del collar. Me resultaba muy misterioso y de
buena gana le hubiera rogado que me la contara, pero no me parecía que fuera el
momento oportuno, así que fuí a vestirme, prometiéndole que antes de marcharme
volvería para que me viera.
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Y no se lo
perdoné. A partir de aquel funesto día, entre nosotros solo quedó silencio,
rencor y desprecio. Yo continué cumpliendo con mis obligaciones de señora de la
casa y guardando las apariencias, ¿qué otra cosa podía hacer?, pero no permití
que me volviera a tocar ni volví a dirigirle la palabra. No hubo noche en que
no ahogara mi llanto en la almohada ni que no lamentara el no haberme ido con
mi querida hija. Me recriminaba mi cobardía y no podía borrar de mi mente la
imagen de Elisa abandonando nuestro hogar.
—A la hora de la cena no quiero encontrar
ningún rastro de ella en esta casa—bramó antes de encerrarse en su despacho.
La ayudé
entre sollozos a meter algo de ropa y comida en un hatillo, la cubrí con una
capa y, en un pañuelo bordado con mis iniciales, le envolví el collar de perlas
que era lo único que poseía verdaderamente mío.
—Llévalo siempre contigo—le susurré
mientras la estrechaba entre mis brazos—. Este
collar ha pertenecido generación tras generación a las mujeres de mi familia.
La madre de mi madre se lo entregó a ella y ahora yo te lo entrego a ti.
Procura conservarlo para que puedas hacer tú lo mismo con tu hija, porque estoy
segura de que la criatura que llevas en tu vientre será también una niña.
Cegada por las lágrimas permanecí en
el umbral hasta que su figura se
desvaneció en las sombras de la tarde.
Nunca más la volví a ver ni a saber
de ella.
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