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La despedida

 

NOS VEÍAMOS MEJOR EN LA OSCURIDAD de los bares de copas, entre volutas de humo, cuerpos sudorosos y exultantemente jóvenes, como los nuestros entonces, que ahora, que forzamos comidas del grupo cada tanto, a las que los críos van a regañadientes.

Nos mecíamos al ritmo de las canciones de moda de los 80 y 90, o nos desgañitabamos con los éxitos del momento, especialmente tú, debo decir- en grupos de amigos, parejas que se besaban y se abrazaban, se metían mano en un rincón, de manera torpe, a veces por primera vez… Así conociste a Hector.

Nos contábamos las cosas mientras nos arreglábamos en tu casa, cuando íbamos de camino a San Miguel o en el trayecto entre los bares, o esperando, en la esquina o en la parada del bus… Y bebíamos.  Más de lo sensato, pero era nuestra forma de relacionarnos también.  De desinhibirnos.  De encajar.  Y era divertido.

Bares en El Rollo, en el Casco.  Rondas de chupitos.  Copas.  Cervezas.  Agua…  Demasiado ruido, demasiada gente, cansancio, risas, bailes, amigos… Gente nueva por conocer… Rollos, novios, viajes, bodas, hijos, crisis,… un paréntesis de pandemia, un abismo que nos separa…

Hemos sido amigas tanto tiempo… hasta ahora, que ya no tenemos nada en común.  No sabría por dónde empezar.  Ni siquiera me interesa… contarte nada.

Pero lo siento… profundamente.  Veo nuestro grupo “amigos” en el móvil, con la foto de ese día del restaurante alrededor de la paella como icono porque estamos “todos” y me parece una isla flotante que se aleja de mí, y en la que apenas estás.  Solo un faro parpadea en esa isla y no eres tú, solo unos pocos intentamos mantenernos a flote, (Belén, Alvaro, Rebeca). Hemos quedado, os busco en la línea del horizonte, a ver si os veo, en la terraza en la que hemos quedado. Una del parque grande. Una figura borrosa y pequeña, vestida de blanco con el pelo rubio, se acerca corriendo, su figura se vuelve más nítida conforme se acerca.  Es Alba, la pequeña de Alvaro y Beka.  Se para a dos metros de mí:

-  Estamos allí.- Grita, mientras señala unas sombrillas blancas con la mano. Y se marcha, otra vez corriendo, en dirección a las sombrillas. Desde la distancia, unas manos saludan vigorosas.

Tú no has venido hoy.  Será que tengo que aprender a decir adiós.

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