Relato cruzado: Buscando pistas
Rebusca en los bolsillos de su chaqueta con la
esperanza de encontrar un cigarrillo, pero es inútil, se ha quedado sin tabaco.
Esto le produce todavía más desasosiego del que ya sentía. Evaristo se sube el
cuello de la gabardina, intentando guarecer su nuca y su garganta del viento
inmisericorde que sopla en esa esquina. Sus tripas comienzan a reclamar algo de
alimento, pero, sobre todo, un trago que reconforte su maltrecho ánimo. Lleva más
de dos horas apostado enfrente del edificio en el que entró el marido de su
clienta, después de haberlo seguido por media ciudad desde el Casino hasta
allí.
Durante ese tiempo, no sabe porqué, ha
empezado a pasar revista a su vida. Le vienen a la mente recuerdos de
cuando era estudiante de Derecho. Solía
frecuentar el bar de la Facultad de Filosofía y Letras porque, en aquel
entonces, era donde se congregaban más chicas y era más fácil ligarse a alguna.
Allí conoció a Armenia. Era una muchacha alta
y algo desgarbada, pero con un porte distinguido que la hacía destacar entre
las demás. Vestía a la última y, al primer pronto, podía parecer algo altiva,
pero tenía una sonrisa que le iluminaba el rostro y cautivaba al instante.
Evaristo recuerda
que aquel día salía del bar un poco apresurada, con un fajo de libros bajo el
brazo. Tropezó con una de las mesas y, al caer al suelo, se le desparramaron un
montón de folios. El se había levantado solicito a ayudarla.
_ Te
lo agradezco. Son los apuntes para el examen de Historia Medieval que me ha
pasado una amiga y si no se los devuelvo hoy mismo me armará una buena…Me llamo
Armenia. Ahora tengo prisa, pero cualquier día te invito a un café y hablamos, dijo
extendiéndole la mano y dirigiéndole una de sus cautivadoras sonrisas.
_ Yo Evaristo, balbuceó - Cuando
quieras. Será un placer.
Desde aquel día se convirtieron en amigos inseparables.
Compartían horas de estudio, acudían juntos a las asambleas, a los cineclubs, a
los guateques. Evaristo no tenía un duro y se sentía avergonzado de que era
siempre Armenia la que invitaba.
_ Y ¿qué importa? , rebatía ella ante sus protestas – ya me invitarás tú cuando seas un famoso
abogado.
Aunque por su aspecto y por cómo manejaba el dinero, era
tildada por la mayoría de los compañeros de “niña pija”, no lo era en absoluto.
Defendía con sus ideas y comportamiento que chicos y chicas debían ser iguales
en derechos y obligaciones.
Por eso Evaristo se sorprendió aún más si cabe la tarde que
llegó, con retraso y muy alterada, al
bar donde solían quedar.
_ Vengo
a despedirme. Me caso dentro de veinte días.
_ Pero,
¿qué dices, Armenia?, ¿Te has vuelto loca? , ¿Con quién?, ¿Y tus exámenes? Si
estás a punto de terminar la carrera…
_ Es
mejor que no te explique nada, créeme,
dijo llorosa mientras le acariciaba la mejilla. Después lo estrechó
entre sus brazos y desapareció.
Desde la llegada del marido y de que
se encendiera otra luz en la ventana del segundo piso, ya no ha habido ningún
otro movimiento. Tendrá que seguir esperando. Intenta entrar en calor pateando
la acera y frotándose los brazos. Vuelven a su mente los recuerdos.
Durante mucho
tiempo no volvió a ver ni a saber nada de Armenia, hasta que un día un antiguo
compañero de la Facultad le contó que se había casado a toda prisa porque se
había quedado embarazada del hijo del socio de su padre. Ambos progenitores los
habían puesto en la disyuntiva de casarse inmediatamente o irse de casa
desheredados.
_ Creo que durante años, añadió su amigo
– ejerció
su papel de ama de casa eficiente y sumisa, pero, por lo visto, siempre conservó en su fuero interno sus
ansias de libertad e independencia, y un buen día, harta de ser la esposa y madre
perfecta, se lío la manta a la cabeza y
abandonó el “dulce hogar” con una mochila al hombro por todo equipaje.
A
Evaristo no le gusta nada este tipo de trabajos, pero lleva demasiados días sin
ningún encargo y su clienta, una mujer de aspecto vulgar, pero bastante
atractiva, paga muy bien.
Adela Coscojuela, que así se llama su
clienta, entró un día en su despacho enfundada en un llamativo abrigo de
leopardo, maquillaje excesivo y abundantes joyas.
_
Mi marido tiene una amante. Quiero que lo coja “in fraganti ”. No me
importa ni el tiempo ni el dinero que tenga que emplear. Le daré un anticipo,
dijo mientras deslizaba el guante de su
mano izquierda y extendía un cheque por una cantidad increíble.
Ensimismado
en sus pensamientos, Evaristo no se ha percatado de que se han apagado las
luces del segundo piso y el chirrido del portal al abrirse lo sobresalta. A
pesar de la penumbra, reconoce enseguida al marido, pero la mujer que lo
acompaña… no, no puede ser…¿no es Armenia?
Este relato es el resultado de la fusión del relato de Luisa con el mío. Mi relato era la historia del detective Evaristo. El personaje de Armenia es creación de Luisa y su aportación ha sido esencial para lograr cruzar los dos relatos, por lo cual quiero darle las gracias desde aquí.
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