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Proyecto Ambrosía II

 Por Miguel Angel Marín

Adelaida

Marco estaba entusiasmado con su nueva bicicleta. Se trataba de una Taurus CF-7000 Trial, de color rojo brillante y blanco, preciosa, que le habían regalado sus padres por su cumpleaños. Por fin podría competir en igualdad de condiciones con los chicos de su pandilla. Estaba ansioso por estrenarla. En cuanto pudo desembarazarse de la comida familiar preparada en su honor se subió a su nueva montura y fue a buscar a sus amigos. Primero fue a buscar a Luca “el bola”, que era el que vivía más cerca. Era un chaval mofletudo y sonrosado con algunos kilos de más, risueño y bromista. Juntos partieron en busca de Jack “Flemus”, un muchacho alto y pelirrojo de cara inexpresiva y ademanes contenidos. Luego recogieron a Perry “Kunta”, un muchacho negro, nervudo y fibroso que siempre sonreía con grandes dientes blancos. Reunida la cuadrilla bajaron hasta las afueras de la ciudad a un solar plagado de montículos de tierra, rampas, socavones y gravilla donde realizar sus temerarios saltos y piruetas.

Algunos sábados en que no llovía organizaban excursiones a un bosque cercano. En esas ocasiones preparaban una pequeña mochila con bocadillos, agua y chocolate y se dedicaban a subir y bajar cuestas a toda pastilla, esquivando árboles y derrapando. Cuando ya cansados y sudorosos (y con algún que otro golpe) se cansaban de hacer el cabra, buscaban un claro con hierba, se zampaban la merienda y se tumbaban boca arriba a contemplar las nubes y a contar chistes, aventuras reales o imaginarias y mentiras. Estaban convencidos de que la felicidad debería parecerse mucho a aquello.

Una tarde nublada cambiaron el lugar de sus entrenamientos. Fueron a una obra medio abandonada en la parte alta de la ciudad. Tuvieron que acceder a través de un agujero en la valla. Aquello era un verdadero parque de atracciones para ellos, lleno de agujeros, montañas de tierra y grava, ladrillos y tablones desperdigados…En una esquina había una zanja de metro y medio de profundidad con un tablón estrecho para cruzarla. Kunta, Flemus y el bola lo atravesaron con sus bicis no sin problemas, pero cuando le tocó el turno a Marco “el flequillo”, por precaución frenó antes de acometer la travesía, entró con poca velocidad, perdió el equilibrio y cayó a la zanja, dándose un buen talegazo. Afortunadamente cayó bien y aparte de unos feos moratones no se rompió ningún hueso. Eso sí, la rueda delantera de la bicicleta quedó inservible y hubo que llevarla a reparar. Aquel día Marco aprendió dos cosas: el miedo hace que tomes decisiones equivocadas y la inercia es una fuerza de la naturaleza muy importante.

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El clima de la zona donde vivían era atlántico, es decir, suave, lluvioso y húmedo, lo que confería a su paisaje el típico verde irlandés. No eran infrecuentes los bosques de robles, encinas y olmos y sobre todo extensas praderas en las que predominaban los tréboles. Sin embargo aquel verano fue inusualmente cálido, con récord de días sin llover y altas temperaturas. Un día especialmente caluroso “Flemus” invitó a Marco a pasar la tarde en su piscina. Jack “Flemus” era el camarada de familia más pudiente de los de la pandilla. A pesar de ser una extravagancia en aquellas latitudes, ya que eran pocas las ocasiones en que podía ser utilizada, su casa tenía una piscina privada al aire libre. Había una zona diáfana compartida por media de docena de casas que se extendían alrededor, en cuyo centro se encontraba la piscina rodeada por una pradera de césped y algún árbol disperso. “El bola “y “Kunta” no estaban en aquella ocasión ya que habían salido de vacaciones con sus familias por lo que solo quedaban ellos dos. Se cambiaron en casa de Jack, bajaron a la piscina, extendieron sus toallas y se pusieron a tomar el sol. Fue entonces cuando Marco se fijó por primera vez en una chica que se encontraba tumbada en una toalla azul marino un poco más adelantada que ellos con respecto a la piscina. Aquella visión fue como un mazazo. Pensó que era la muchacha más bonita que había visto jamás. Llevaba un bikini rosa y mostraba un cuerpo delgado y ligeramente moreno, de suaves curvas, piernas largas y delicadas. Se sintió como embrujado. No podía parar de mirarla. En un momento dado la joven se sentó para coger algo del bolso. Pudo apreciar entonces su sedosa melena castaña, su rostro ovalado, su nariz fina, sus enormes ojos claros. Jack se percató del impacto que le había producido y con una risilla burlesca le comentó.

— Olvídate. Está muy lejos de tus posibilidades. Es Adelaida, la hija del Comisario.

Pero Marco no hizo caso. No podía. Continuó mirándola y paladeando cada centímetro de piel de aquel ser angelical. Cada gesto, cada suave movimiento, cada relieve, cada recoveco de su cuerpo, la luz reflejada en sus hombros, los pelillos rubios destacando sobre sus morenos brazos, el brillante canal entre sus pechos…Jack, viendo a su amigo tan trastornado claudicó y le dijo:

— Hala, ven, que te la presento.

Y se levantó de golpe.

Marco lo miró con cara de pánico.

— ¿Te decides o qué? — le dijo con guasa.

No muy convencido se levantó y lo acompañó hasta donde se encontraba la muchacha.

— Hola Adelaida, te presento a mi amigo Marco, es un compañero del instituto.

La chica se incorporó un poco y le dio la mano

— Hola Marco—Le dijo clavando en su mirada aquellos enormes ojos azules.

El pobre Marco solo alcanzó a contestar medio tartamudeando:

—Encantado.

Se produjo un segundo de silencio que se le hizo eterno al “Flequillo”. Después, Adelaida y Jack empezaron a hablar animadamente de sus cosas, aunque Marco nunca ha podido recordar nada de aquella conversación. Él ya no pudo articular ni media palabra más. Jack propuso:

— Vamos a bañarnos, ¿te apuntas?

— No, gracias, que tengo que subir a casa enseguida y no quiero que se me moje el pelo.

Jack y Marco sí fueron a bañarse. Estuvieron un buen rato haciendo el tonto tirándose a la piscina de las formas más inverosímiles y echando carreras, buceando, haciendo el pino, haciéndose aguadillas…Y riendo como descosidos. Cuando más tarde Marco volvió a mirar hacia la pradera Adelaida ya se había marchado.

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Era la primera vez que Marco se fijaba en una muchacha. Hasta ese momento su vida se reducía a su familia, sus estudios, jugar al fútbol y salir con su cuadrilla, sobre todo con las bicis. Hablaba sin problemas con muchas chicas, compañeras de clase, vecinas…pero ninguna había despertado en él interés alguno. Las veía como seres extraños, como de otro planeta. Con conversaciones e intereses muy alejados de los suyos. Vaya, que no le decían nada especial. Todo cambió cuando conoció a Adelaida. Su imagen, aquel cuerpo perfecto, aquella mirada clara se grabó en su mente y lo perturbó. Cerraba los ojos y solo la veía a ella. No podía sacársela de la cabeza. Solo había sido un momento, pero aquella mirada lo atormentaba y ardía en deseos de volverla a ver.

Sin embargo pasó un tiempo hasta que volvieron a coincidir. Fue en una fiesta. Una tarde a finales del verano invitaron a toda la cuadrilla al cumpleaños de Butros, un amigo de Kunta. La cuadrilla estaba bebiendo cerveza y algo aburridos porque las muchachas que había no les hacían el menor caso, cuando de pronto entraron cuatro chicas nuevas, dos negras y dos blancas, una de ellas era Adelaida. Jack le dio con el codo a Marco y le dijo por lo bajinis:

-          Tu oportunidad, tío.

 

Marco se acercó hacia las recién llegadas mirando solo a Adelaida. Ella lo reconoció y le saludó muy sonriente.

-          Hola Marco. Qué pequeño es el mundo, ¿verdad?

 

A lo que él contestó con un movimiento de cabeza y una sonrisa y se atrevió a preguntarle:

-          ¿Quieres bailar?

Ella aceptó. Con las piezas de música lenta se abrazaban y bailaban muy pegaditos. Marco hubiera querido mantener una conversación brillante con ella pero se encontraba totalmente envarado y contestaba prácticamente con monosílabos. No estaba nada satisfecho consigo mismo. Sin embargo a Adelaida parecía no importarle demasiado aquella pobre conversación. Cuando lo miraba sus ojos le sonreían o eso le parecía a él. Y siguieron dando vueltas por la pista. Marco disfrutaba de la cercanía de aquel cuerpo delgado y flexible. Del calor que desprendía, del olor de su cabello. Se apretaba más a ella y notaba el roce de sus senos aplastados contra su pecho, la perfección de su cintura, aquel esbelto cuello… y así bailaron y bailaron pegados como si fueran un solo cuerpo toda la tarde.

Cuando terminó la fiesta se ofreció a acompañarla a casa y la chica aceptó. Durante todo el camino a su lado iba callado y en su cabeza resonaba una voz que le decía “Bésala, bésala”, pero él no se atrevía. Ella lo miraba de hito en hito y le sonreía con aquellos ojos color turquesa. Cuando llegaron a una esquina se paró y la muchacha le dijo:

-          Mi casa es la cuarta de esta calle. Quédate aquí. No quiero que vean que vengo acompañada. Lo he pasado muy bien contigo Marco. Hasta pronto.

 

Marco hizo un esfuerzo y contestó:

-          Yo también lo he pasado muy bien contigo.

Adelaida se despidió con la mano y comenzó a caminar hacia su casa. Marco se quedó allí quieto como un pasmarote. Cuando la muchacha llevaba cinco o seis pasos se volvió a mirarlo. Se detuvo, volvió rauda sobre sus pasos y sin decir nada lo agarró por la parte de atrás del cuello y le estampó un beso en los labios. Después ambos se quedaron mirándose a los ojos sonrientes hasta que ella lo soltó y le dijo:

-          Guapo.

 

Luego, se alejó hacia su casa.

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Marco permaneció unos días trastornado. Estaba como ido. No entendía lo que estudiaba, se le quitaron las ganas de jugar al fútbol e incluso de montar en bici. Sus amigos se reían de él repitiéndole “El que se enamora no lo nota, pero poco a poco se vuelve idiota”. Pero a él no le importaba. Solo quería volverla a ver. Tenía que conseguir su teléfono y pedirle una cita. ¿Cómo no se le había ocurrido pedírselo aquel día? Tras pedir muchos favores consiguió el número, se armó de valor y la llamó para quedar. Adelaida se alegró mucho de que la llamase y quedaron para salir a dar una vuelta el viernes por la tarde. Una explosión de alegría se adueñó de él por la cita. Los días se le hacían eternos esperando que llegase el viernes. El viernes por la mañana sus pies no tocaban el suelo. Solo una idea habitaba su cabeza: A las 7, en el café Orly del centro iba a volver a verla.

En el descanso para el almuerzo se le acercó Jack más serio que de costumbre.

-          ¿Por qué esa cara tío? – le preguntó

-          ¿No te has enterado?

-          ¿Enterado de qué?

-          La familia del comisario ha tenido un accidente. Adelaida ha muerto.

 

Marco sintió como la tierra se hundía bajo sus pies.

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