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Mostrando entradas de octubre, 2021

El Monaguillo: Pepín

                Domingo, media hora antes de la misa de doce. Mosen Nicolás recorre la sacristía de la iglesia de San Pedro a grandes y rápidas zancadas que provocan un revuelo en su sotana. Está impaciente y su enojo le hace fruncir el ceño. Por fin, aparece Pepín, todo sudoroso y sonrojado. -¡Por los clavos de Cristo! ¿Se puede saber dónde te has metido desde que terminó la misa de ocho?, - exclama el mosen al tiempo que le da un pescozón. - Me lo tendrás que explicar y prepárate para una buena penitencia. Ahora no hay tiempo. Venga, ¿a qué esperas? Ayúdame con la casulla, y tú adecéntate un poco, que se diría que has pasado por un lodazal. Y a ver si te esmeras más en el servicio del altar, que siempre estás en babia y tocas la campanilla a destiempo. Señor, Señor, ¿qué habré hecho yo para merecer esto?_ murmura para sus adentros mientras Pepín intenta recolocarse la sobrepelliz sobre la sotana roja y esconder bajo ella ...

Siete años después

                              Tras las huellas del volcán Ismael se levantó aquella mañana ilusionado y pletórico. Al fin podrían instalarse en su nueva casa, la que había levantado ladrillo a ladrillo con sus propias manos. Es verdad que había contado con la ayuda de sus vecinos, pero en reciprocidad, él también les había echado una mano. Y, en los últimos tiempos, su hijo mayor también había colaborado en las tareas menos arduas. La tarde anterior plantó unos geranios junto a la entrada y colocó unas flores en la mesa de la cocina. No había querido que su mujer, Naira, apareciera por allí hasta que estuviera todo terminado y pudieran trasladarse con toda la familia. Abandonar para siempre el cuchitril donde habían sobrevivido durante los últimos seis largos años, uno de los treinta barracones prefabricados a toda prisa por la comunidad para dar cobijo a treinta familias que, como tantas otras, se habían queda...

Aquel día no se mojó los pies

                                      El hombre del lago Pero aquel día Ramiro no se mojó los pies. Todas las mañanas, al salir de su casa para ir al trabajo, Ramiro daba un rodeo y se dirigía al lago antes de acudir a la carretera para tomar el autobús. Allí se acercaba a la orilla, se sentaba en el mismo pedrusco, se quitaba los zapatos y calcetines que dejaba, cuidadosamente alineados, sobre la piedra, se remangaba los pantalones y despacio introducía sus pies en las tranquilas y límpidas aguas del lago. Fuera invierno o verano, Ramiro nunca dejaba de cumplir con su ritual. Sin embargo, aunque el sol abrasador de los días más tórridos caldeasen las aguas del lago e hicieran apetecible darse un chapuzón, Ramiro nunca adentraba su cuerpo más allá de sus enjutas canillas. No sabía nadar y, aunque el agua le atraía como un imán, le producía un inexplicable temor. Si, en alguna ocasión,...

Aquel día no me mojé los pies

  Aquel día no me mojé los pies… Tenía la costumbre de llevar unas botas de agua en el maletero, así que cuando divisé el cuerpo, de bruces contra el suelo, inmerso en un charco negruzco, bañado en su propia sangre, me di la vuelta sobre mis propios pasos, a la vez que apuntaba hacia el vehículo, que me saludó con un breve pitido y una ráfaga intermitente de luces.   Dos minutos después, me acercaba de nuevo a la escena del crimen, dispuesta a levantar el cadáver, mientras daba instrucciones a Daniel, el agente judicial que me acompañaba y trataba de captar los detalles de la escena.   Dos agentes de la policía nacional se acercaban a nosotros, y una ambulancia del samur con sus ocupantes en el interior atendían a una tercera persona,   cuya voz sollozante me resultó familiar, aunque no supe ubicarla en ese primer momento. -           Buenas noches. Soy la jueza Triviño; ¿Qué ha pasado?- Le pregunté al policía más vete...