Marisa no daba abasto en la cocina, con todos
los fuegos encendidos para preparar el caldo y las gambas y asar el cochinillo.
Uff, menos mal que enseguida llegarán los
chicos y me ayudarán,-pensó.
Pero no estaba nerviosa solo por eso, además les tenía
que contar lo de Adolfo, que se les iba a presentar al día siguiente y que pasaría
con él la Nochevieja fuera…, a ver cómo se lo tomaban, sobre todo Ana, que había sido el ojito derecho de su padre.
A las dos de la mañana del día de Navidad, con Paula
dormida en el asiento de atrás, Ana y su marido, Jesús, se abrochaban los
cinturones. Conducía Ana, que Jesús había bebido en la cena más de la
cuenta.
-
El asado de
tu madre, como siempre, de diez.- Comentó Jesús, con la voz pastosa y los ojos
soñolientos.
Ana conducía con los brazos en tensión, mirando al
frente y con los labios apretados.
Se avecina tormenta, pensó Jesús, sin saber por
qué. Cuando salieron de la cocina con el postre, su cuñado Luis sonreía
enigmáticamente, y su suegra, Marisa, no paraba de apartarse el flequillo de la cara en un gesto nervioso. Y Ana no había
abierto la boca desde entonces.
- Sí, de diez.- Contesta Ana. –
De maravilla todo.
- Pero ¿qué
pasa?
- Pues nada,
que mamá se ha echado novio. ¿Qué te parece? Joder, no te has enterado de nada,
¿verdad? Y que mañana nos lo presenta. Que nos va a hacer una paella. ¿Se
puede ser más cutre? ¡Una paella el día de navidad!
Así que era eso… Por eso estaba Marisa tan
guapa; llevaba la melena rubia recién cortada, una camisa de seda muy elegante. De repente se dio cuenta que desde el verano lucía una sonrisa perenne.
-
Jajaja,…
mira, mi suegra, que callado se lo tenía …, me parto la caja. Se lo
merece, ¿no? Igual el tipo es majo, Ana…
A la mañana siguiente Adolfo, con su mejor abrigo, su
camisa favorita recién planchada y un voluminoso paquete, se subió al autobús
dispuesto a acudir a la comida de Navidad en casa de Marisa.
Era pronto, pero así llegaría antes que sus hijos.
Le seguía Chester, su cocker, que siempre ayudaba a romper el hielo y era un
aliado formidable. Si la cosa se ponía tensa, podía decir que había que sacarlo
a la calle y salir por patas.
Paula, la nieta de Marisa, no se separó del perro en
todo el día. Después de comer, mientras los mayores se tomaban el café,
ella le lanzaba muñecos de peluche que
él le devolvía solícito y embelesado, sin parar de mover el rabo.
- Estos se van
a llevar bien- pensó Adolfo.
- Bueno, mamá, nosotros nos tenemos que ir ya, que hemos
quedado con unos compañeros de Jesús a tomar algo, y si no vamos a llegar
tarde.- Explicó Ana, mientras abrazaba a su madre.
- Encantada, Adolfo. Muchas gracias por la
paella. Estaba buenísima. Y por el caballito para Paula,-le
agradeció sonriendo educadamente, por primera vez en todo el día- ¿A qué es
bonito, Paula?
- Sí, pero yo quiero llevarme a Chester … -Contestó enfurruñada
la niña.
- Mira que eres trolera- le recriminó mentalmente Jesús
a su mujer.- Si no habían quedado.
Resignadamente
se levantó y se despidió también, con besos a su suegra, y sendos abrazos a
Adolfo y a su cuñado Luis, que observaba con admiración desde el quicio de la
puerta a Adolfo, pasarle el brazo por encima del hombro a su madre, como si
llevara haciéndolo toda la vida. La cara de su hermana, no desvelaba ninguna
emoción, pero intuyó que, aunque el día anterior se hubiera atragantado con la
noticia y hoy se hubiese tenido que comer ¡oh sacrilegio! una paella, no se lo
había tomado tan mal.
Cuando hoy Marisa salga de la ducha, se pondrá el
albornoz del hotel y se cepillará el pelo mojado con energía. Limpiará el
vaho del espejo del lavabo con la manga y verá que el reflejo le devuelve la
mirada de una mujer mucho más joven de lo que ella recordaba. En ese
momento, verá aparecer a Adolfo por detrás, que le retirará el pelo de la nuca
mientras le susurra al oído algo sobre el primer día del año que la hará
ruborizarse como una colegiala… Un momento después, la puerta de la
habitación se abrirá para que una mano cuelgue el cártel de “No molestar” antes de volver a cerrarla.
Cuando la camarera pase, cinco minutos después con el carrito de limpieza, oirá
sus carcajadas desde el pasillo y pensará que se va a quedar la habitación 325
sin limpiar, pero que no le echarán la bronca porque es Año Nuevo y la
encargada tiene el día libre.
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