¡Hacía tanto tiempo que no acudías a un concierto en el Auditorio…!
Te ilusionaba volver a ver y oír a los chicos de la J.O.N.D.E., que con tanto entusiasmo tocan, sobre todo la percusión. Habías sacado las entradas de platea con mucha antelación, ya que el aforo estaba restringido. Las medidas anticovid , debido a la pandemia, seguían siendo extremas: toma de temperatura al entrar en el recinto, distancia de seguridad y, por supuesto, el uso permanente de mascarilla. Al traspasar la puerta de entrada y acceder al vestíbulo, en fila de uno, percibes un ambiente muy distinto del habitual y bastante desolador. El bar, que suele estar siempre bullicioso, ahora está cerrado. No hay corrillos de conocidos saludándose o acercándose a recoger los programas de mano. El silencio que reina en todo el recinto resulta abrumador. Mi acompañante y yo hemos llegado pronto porque las butacas no son numeradas. Nos acomodan en la tercera fila, pero en asientos separados. Además de las consabidas advertencias de apagar los móviles y no grabar ni hacer fotografías, ahora insisten en las repetitivas normas de seguridad. Por fin va a dar comienzo el concierto. Salen los músicos con sus instrumentos, todos vestidos con el preceptivo color negro, pero tan vivarachos como siempre. Van ocupando sus puestos en el escenario, convenientemente distanciados, con pasos rápidos y decididos, los chicos con corbatas de alegres colores, las chicas con vestidos o pantalones de diferentes estilos, largos, escotados, con mangas, drapeados, con encajes… Algunas llevan tacones increíbles, otras zapatos planos. Los hay que llevan el pelo recogido en una coleta y las hay que lucen una larga melena, otras un gracioso moño. Toda esa variedad, aún en su monocromía, les proporciona un aspecto alegre y desenfadado. Sin embargo, hay algo que te chirría al contemplarlos. Todos ocultan sus rostros tras una máscara negra. A pesar de la cercanía, no podemos saber si sonríen o están serios, si sus bocas se contraen o muestran un rictus de tristeza. Solo los que tocan instrumentos de viento, separados del resto por mamparas de metacrilato, se desprenden necesariamente de su máscara para poder hacer sonar su trompeta, su tuba o su oboe, y vuelven a ponérsela en cuanto dejan de tocar.
Aunque el concierto resulta algo insólito, te sientes afortunada de poder disfrutar una vez más de la magia de la música.
Dicen
que los notarios son capaces de identificar a las personas por la mirada. En
estos tiempos que corren, en los que la mascarilla va a seguir ocultando
indefinidamente nuestros rostros, estaría bien que aprendiéramos a expresar y
transmitir los sentimientos con nuestros ojos y a interpretarlos en la
mirada de los demás.
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