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Seguiré tus pasos

 Seguiré tus pasos. CARE SANTOS

Una mujer sube una escalera. Declina la década de los ochenta y se encuentra en

Barcelona: barrio de Gracia, calle Verdi, la casa está en la esquina con la calle del Rubí. Ha

llegado hasta aquí para cumplir el encargo de una amiga querida que vive lejos.

Buscaba una tienda de comestibles que había en el bajo pero en su lugar ha topado con

una zapatería. Ha regresado dos veces hasta conseguir hablar con la dueña, porque cuando

preguntó a la dependienta no le supo decir nada. Buscaba a Cristina Bermúdez, la propietaria

de la tienda de comestibles que antes había en este local.

Hoy ha sabido que hace unos meses la tienda se vendió, pero que la anterior propietaria

ha conservado el piso, que está justo encima. Por eso la mujer sube la escalera, que es estrecha

y blanca. Lleva una carta para Cristina Bermúdez. Llama a la puerta del primero y sale a abrir

una chica joven —le calcula quince o dieciséis años— y rubia.


—Hola, reina. ¿Puedo ver a tu madre?

—¿Cómo sabes mi nombre? —pregunta la joven.

—No lo sé.

—Acabas de decirlo.

—No. Solo he dicho «Hola, reina».

—Otra vez.

—¿Te llamas Reina?

—Voy a avisar a mi madre. ¿De parte de quién le digo?

—Dile que soy Ilda y que le traigo una cosa.

Y la chica desaparece en el interior del piso cerrándole la puerta en las narices.


OLGA

Ilda, sorprendida, mira vacilante la puerta. Está a punto de volver a llamar cuando esta

se abre. Tras ella, una mujer menuda y vivaracha que la mira desde unos extraordinarios ojos

garzos.

—Perdona a mi hija. Está insoportable. Enfadada con el mundo, ya sabes. Hormona en estado puro.

—Qué me vas a contar: Tengo uno más o menos de su edad. Si eres Cristina Bermúdez, esta

carta es para ti— le dice tendiéndosela.

—Cristina era mi hermana. Yo soy Lourdes. Cristina falleció hace seis meses —y los inmensos

ojos le empiezan a brillar—. La tienda de ultramarinos y esta casa eran de nuestros padres. Al

morir Cristina, ya solo quedamos Reina y yo—. Las lágrimas acaban desbordándose. Se las seca

al filo del mentón—.Perdona, es que hace tan poco y la añoro tanto. Mi hermana se quitó la

vida. Eso dijo la policía. No puedo explicármelo. Era tan vital, tan alegre, atractiva, inteligente.

Lo tenía todo ¿Qué la pudo llevar al suicidio? Nos ha destrozado. Y ahora ¿qué hago yo con

esa carta?

—Lamento muchísimo tu pérdida— responde Ilsa, incómoda—. No sé, quizás en la carta

encuentres alguna respuesta—. Y se la vuelve a tender con suavidad.       (202)


Pilar Algás 

Lourdes toma con mimo la carta, se despide con una mirada de Ilsa, cierra la puerta y se dirige

a su habitación buscando el cobijo que necesita en ese momento. Corre la cortina y se sienta

en el aro de la cama. Pone la carta en su regazo y la acaricia mientras las lágrimas surcan su

rostro. Vuelve la angustia, la rabia, la impotencia, la incomprensión.

Levanta la vista hacia la cómoda donde están todas las fotos familiares. Su madre sonriente con

Cristina en brazos recién nacida y Lourdes dos años mayor sonriendo pícara a la cámara, las

dos hermanas felices en la tienda de ultramarinos, de jovencitas en la playa de la Barceloneta,

con sus padres en un viaje a París y Cristina sola en Nueva York el año que fue a estudiar su

master en diseño.

Lourdes respira hondo, se levanta, se acerca a la cómoda, abre el segundo cajón y deja la carta. 

(156)

Ricardo

Se estuvo haciendo la remolona hasta que Reina se fue de casa. Una vez sola se fue a la cocina,

puso a hervir agua y la dejo caer, cuidadosamente, sobre la bolsita de té que había en la taza de

porcelana que Cristina le trajo de su viaje a Nueva York. Tapo con un platito la taza y se fue a

dar una ducha caliente. Después de la ducha, con una toalla alrededor de su cuerpo y otra a

modo de turbante, se terminó de preparar la infusión.

Dejó la taza sobre la mesita camilla. Cabizbaja con las lágrimas deslizándose por su rostro, fue

a por la carta. “Tengo que leerla” se repitió varias veces. Con un cuchillo para pescado la abrió

y con mucho mimo la desplegó y la estiró sobre la mesa. Cuando estaba por la postdata, el

teléfono sonó.

—¿Ya has leído la carta, Lourdes? —Se oyó distorsionada, una voz femenina.


JESUS

No, no la he leído, mintió Lourdes. No es para mí. Sé quién eres y también lo que pone la

carta. Hace seis meses que no cobras el chantaje al que sometías a mi hermana. Ella ha muer-

to y no volverás a recibir ninguna cantidad. Todo ha terminado.

- Puedo hacer públicos secretos que os pueden perjudicar a toda la familia, dijo con voz

grave.

- A mí sólo me duele la muerte de mi hermana. Nos veremos ante el juez, prosiguió

Lourdes y colgó enérgicamente el teléfono. Estaba asustada.


Se secó las lágrimas. En ese momento sintió la cálida voz de su hermana, mientras le abrazaba

el recuerdo de las noches de verano que, tumbadas en la playa, se entusiasmaban pidiendo de-

seos, al ver estrellas fugaces desaparecer en el horizonte.


Dobló la carta y la escondió en el tercer cajón del armario, debajo de las sábanas azules.

Hasta tres veces sonó con fuerza el timbre de la puerta. Lourdes se inquietó. Sintió miedo.


Mª Pilar Usar

-Era esa mala mujer, esa desvergonzada, si me hubiera hecho caso mi hermana. Era tan

pura, tan buena, demasiado fiada. No pudo con la vergüenza que le supuso en lo que la metió.

La conquistó con lo que iba a ser una vida sana dedicada a los demás. Abandonó todo, a

nuestros padres, a mí que era su mejor amiga, su confidente. Cuando logró escapar de ese

inframundo, no se atrevió a volver a casa, nos veíamos a escondidas como delincuentes. Temía

por nosotras.

El timbre volvió a sonar insistentemente. No se lo pensó más, miró por la mirilla y vio

a su hija. Abrió la puerta y la jovencita se abrazó a su madre llorando y temblando, apenas se le

entendía que farfullaba.

-Mamá, mamá me han querido secuestrar...si no es por el panadero que se ha

enfrentado a dos hombres...se me llevan en una furgoneta...¡Ay! mamá que miedo he pasado.

Lourdes la abrazó con fuerza, sus piernas no la tenían, temblaba. “Ahora venían a por

su hija”.


Pilar Bastarós

   A pesar de tener caracteres tan distintos, las dos hermanas siempre se habían llevado bien. Lourdes era 

más hogareña y reflexiva. Como no le gustaba estudiar, cuando terminó el bachillerato, decidió quedarse

 en la tienda de ultramarinos.  A sus padres les venía muy bien contar con su ayuda y no pusieron reparos.

 Así se ahorraban el sueldo de un dependiente. En cambio Cristina destacaba en todas las materias, pero lo

 que verdaderamente le apasionaba era todo lo que tuviera que ver con el arte y el dibujo. Terminó sus

 estudios en la Escuela Superior de Diseño y Arte con brillantez y le ofrecieron una beca para realizar un

 master de diseño gráfico en Nueva York. Lourdes fue la que más la animó a que no desaprovechara una

 oportunidad tan atrayente.

   “¡Ojalá no le hubiera insistido tanto en que se fuera!”  “Nada de esto habría sucedido y mi hermana

 seguiría viva”, se censuraba Lourdes.

   En las dos ocasiones que Cristina vino a Barcelona de vacaciones, ya la notó algo cambiada. Se había vuelto más reservada y su mirada ya no transmitía alegría sino tristeza.

   Pero cuando regresó a España definitivamente, apenas podía reconocerla. Era otra persona: taciturna, 

asustadiza, desaliñada. Al fin, en uno de sus ocasionales encuentros, se lo confesó todo. 


Beatriz 

Nueva York había supuesto para ella una experiencia humillante. No acaba de dominar el idioma y la competencia en la escuela era tan salvaje, que dudaba continuamente de merecer la plaza que ocupaba. Por más que lo intentaba no simpatizaba con nadie, por lo que se sentía terriblemente sola. Mentía cuando llamaba a casa, lo que le hacía llorar al colgar, mentía al escribir sus cartas, llenas de nombres que no existían en su vida. Así que cuando en el centro uno de los profesores propuso una práctica de diseño en un pequeño local social gestionado por una española, aceptó sin dudarlo. Le gustó el proyecto, totalmente altruista. Pero más le gustó Gloria, tan cálida, y que hablaba perfectamente español.

El centro se llama Pura Vida. Impartía diferentes disciplinas de yoga, con el objetivo de integrar a la comunidad, que era básicamente latina. Aunque Cristina nunca había sido muy espiritual, se dejó llevar por el clima afectuoso que la rodeaba, siempre de la mano de Gloria. Se convirtieron en inseparables, tanto que empezaron a confundirlas. Mimetizaron sus ropas, los cortes de pelo, la forma de expresarse, los gestos. Cristina no se daba cuenta en aquel momento que era ella la que se fundía con Gloria, no al revés. Que poco a poco, y pese a creer que su personalidad era muy fuerte, estaba siendo doblegada por una extraña que había sabido aprovechar su transitoria pequeñez. 


Carmen Lafalla 

Eran como dos gotas de agua. En varias ocasiones, Cristina había oído a algún viandante llamarla gritando  el nombre de su amiga. Normalmente se trataba de usuarios de Pura Vida. Ella se paraba riendo y lo atendía sin aclararle la confusión. A esas alturas, después de haber diseñado un centenar de carteles para el centro, conocía muy bien sus actividades y programación. Se sentía útil y le parecía divertido.

El periodo de prácticas transcurrió mas rápido de lo que Cristina hubiera querido y unos días después de su finalización, fue a despedirse del personal del centro. El máster estaba ya acabando. Tan solo le faltaba revisar y entregar el trabajo final. Su tutor le comentó que podía hacerlo en España, que estarían en contacto. Ya tenía el billete de vuelta a Barcelona. Salió del centro conmovida por los abrazos, fotos y recuerdos que le habían regalado. Estaba bajando los cuatro peldaños que conducían a Pura Vida, cuando un extraño se le acercó por detrás y le dijo:

  • Ya depositaron el dinero en el lugar acordado. Le toca a Vd. Y déjese de pendejadas.

Cuando Cristina volvió la cabeza para contestar, no había nadie.

Luisa

Un sudor frio recorrió todo su cuerpo dejándola paralizada en el tercer peldaño de la diminuta escalera.

-¿Qué había sido aquello?

-¿Quién era esa persona que  se había dirigido a ella como si la conociera?

Cuando se repuso del sobresalto y mientras bajaba hasta la puerta de Pura Vida, una mano salió de la oscuridad la cogió y la llevó hasta dentro. Era Gloria que la miraba con preocupación al tiempo que le hablaba muy deprisa.

- No te asustes te han confundido conmigo. Lo siento mucho, pero vas a tener que ayudarme. Ahora estas metida como yo en este embrollo.

Cristina la observó entre sorprendida y cautelosa. Algo así no se lo esperaba de ella.

- Déjame que me siente y empieza a explicarme que esta pasando.

Gloria le contó que estaba metida en un asunto de drogas, que los inmigrantes latinos que  pasaban la frontera y alcanzaban Nueva York tenían que pagar su entrada transportando  cocaína desde Colombia por la ruta de México y ella era el enlace con los traficantes, casi todos latinos. Pura Vida era una tapadera que además servía para otros propósitos.

Cristina se cubrió la cara con las manos y empezó a llorar.




Carmen López


Se sentía desolada. Había idealizado a Gloria y la había convertido en un ejemplo a seguir, y ahora se sentía tremendamente decepcionada, le invadía un sentimiento de soledad y tristeza. 

Gloria comenzó a explicarle que hacia años que estaba metida en ese lio.  Desde aquel fatídico día en que el que fue su pareja le pidió ayuda porque estaba amenazado de muerte si no entregaba un dinero que se quedo de uno de los envíos. Gloria saco del banco todos su ahorros, vendió las pocas joyas que tenía y le entrego a Ricardo todo su capital. En esa ocasión pudo salvarlo. Un año más tarde fue encontrado muerto en un descampado cerca del local de Pura Vida. Para entonces Pura vida ya se había convertido en una tapadera. 


Miguel Ángel Marín

A pesar de que Lourdes siempre había sido de sueño ligero, esa noche no se percató de nada. Sin embargo, cuando despertó, descubrió con horror, que tanto ella como su hija Reina se hallaban en el salón, sentadas en sendas sillas, atadas y amordazadas. 

Frente a ellas había dos hombres embozados de tez oscura y una mujer, que era la viva imagen de su difunta hermana. La mujer, que parecía ser la que estaba al mando, se dirigió a ella.

— No te asustes, Lourdes. Solo queremos hablar. Si hubiéramos querido haceros daño ya os lo habríamos hecho. 

— Si me das tu palabra de que no vas a gritar, te quitaremos la mordaza.

Lourdes, haciendo un alarde de autocontrol respondió que sí con la cabeza.

Aquella mujer hizo un gesto y uno de sus esbirros se acercó y le quitó el trapo de la boca.

— Como ya te habrás imaginado, soy Gloria. Seguro que tu hermana te habló de mí. Siento tener que recurrir a esto. Me habría gustado conocerte en otras circunstancias…Créeme, lamenté mucho la muerte de tu hermana.  Cristina era mi amiga. Ahora estoy en un apuro y necesito tu ayuda. Solo quiero hacerte una proposición.


Guacimara Cepeda

— Lo primero de todo, quiero que mantengáis a mi hija al margen de todo esto.

— Ya es tarde, la han fichado- contesta Gloria.

Las lágrimas comienzan a brotar desoladas de los enormes ojos de Lourdes. Gloria le explica:

— En la carta te explicaba todo lo que está pasando, pero por tu cara imagino que no has terminado de leerla. Necesito que confíes en mí, nosotros no somos los malos, la policía lleva tiempo vigilando vuestra casa, ellos son quienes intentaron secuestrar a tu hija, que al ser descubiertos por el panadero huyeron. Tenemos pruebas más que suficientes para demostrar que la policía es la encargada de movilizar las drogas aprovechándose de la vulnerabilidad de los sin papeles. Ellos mataron a mi novio… Y también a tu hermana. Ahora querían chantajearnos con tu hija para que entregásemos todo. Necesito que dejes que nos atrincheremos en tu casa como centro de operaciones y desde aquí difundir todo el material, cruzando los dedos para que las Naciones Unidas o el Papa se apiaden de nosotros.

— ¿Tengo alguna opción?- pregunta Lourdes.

— Me temo que no, pero apoyarás todo el trabajo que empecé con tu hermana, continuarás con su legado. 

Mª Carmen Franco

Lourdes escucha a Gloria en la lejanía. Intenta pensar, coordinar su mente.  Está revoloteando como un pájaro por los lindes del abismo de la conciencia.

Ve a su hija con la cabeza caida sobre el pecho, los ojos cerrados, atada a una de las sillas del salón. ¡Están en el salón!  Se pregunta cómo han llegado hasta ahí.  Anoche se fueron a dormir juntas a su dormitorio.  Después del incidente ocurrido a Reina pensó que era la mejor manera de que se tranquilizara. 

Poco a poco, va consiguiendo que su mente se vaya asentando.  Se da cuenta de que las han tenido que drogar con algún spray somnífero. ¡Esa es la causa de su descoordinación!

Sigue oyendo la voz de Gloria… esa voz, tiene la misma cadencia tan peculiar como la chantajista de su hermana ¡Son la misma persona!  La mira a los ojos, son de mosaico.  Ve en ellos bailar la hipocresía. 

Se hace un sin fin de preguntas: ¿Dónde está la verdad? ¿Quién son los “malos”, la policía o ellos? ¿Quién mató a su hermana, y cual fue el motivo? ¿Hacerla callar? Puede que estuviera decidida una vez en España poner en conocimiento de las autoridades competentes las actividades delictivas de Pura Vida.  Si era así, había sido víctima del chantaje para que callara, bajo la amenaza de hacerles daño a ella y su hija.  Al mismo tiempo que le sacaban el dinero de su parte de venta de la tienda.

Cuando la oye decir: Las Naciones Unidas o el Papa se apiaden de nosotros.  Se le contestan todas las preguntas.  Ella no es tan inocente como Cristina.

Acepta que su casa sea el centro de operaciones. Tiene que ganarse su confianza.  También ganar tiempo para continuar con lo que su hermana le había llevado a la muerte.  Aunque en las circunstancias en las que se encuentra no sabe como va a llevarlo a buen término. 

Eva Fernández

Lo único que tiene claro es que debe alejar a Reina del avispero.  Y que no se lo van a poner fácil.  Afortunadamente el curso ha terminado y la niña ha aprobado todas.

No las dejan solas ni a sol ni a sombra, pero con la ayuda involuntaria de la tutora de Reina deciden  que pasará el verano como voluntaria en el campamento de inglés del instituto, en Cardiff y le harán creer a Gloria que ya estaba previsto, que está pagado y no hay vuelta atrás. 

Los esbirros de Gloria las han llevado al aeropuerto y las han acompañado hasta la puerta de embarque.  Una vez allí Lourdes se ha asegurado de que Reina embarcaba y ha contemplado con la vista nublada por las lágrimas por la cristalera como el avión de Ryanair despegaba rumbo a Londres.

  • Necesito ir al baño.  - Dijo al pasar delante de los aseos.

  • Ya irás en casa. - Contestó uno de los empleados de Gloria.

  • Es que me ha venido la regla.  Os voy a poner perdido el coche.- Improvisó.

  • Está bien. Cinco minutos.- Concedió.

Se metió en el baño y se quitó los pantalones.  Debajo llevaba mallas negras.  También llevaba dos camisetas.  Se dejó la de debajo, tiró los pantalones a la papelera y se anudó la otra camiseta a la cabeza a modo de pañuelo. 

Salió cabizbaja de los aseos y se camufló entre la fila de clientes de British Air al fondo de la terminal.  Solo había dos personas delante.   Compró un vuelo a Dublín.  Removerían hasta la última piedra para encontrarla, pero era su única salida.  Reina se reuniría con ella.  Cogería otro vuelo nada más aterrizar en Londres.  Se habían citado todos los días a las 8 de la tarde en el Bernard Shaw pub, hasta que se encontraran. 

Era su única posibilidad. 


 

 


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