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Homenaje a un amigo fiel

 

Homenaje a un amigo fiel

“Apaga ya la luz, que es muy tarde”.

Esa cantinela se repetía cada noche cuando, arrebujada entre las sábanas, me daban las tantas devorando el libro que llevaba entre manos. Para evitar oírla y para que a mí no me devoraran los mosquitos, en verano me cubría hasta la cabeza y leía a la luz de una linterna.

A los cinco años aprendí a leer, pero no sé exactamente cuándo comenzó mi afición a la lectura. Los primeros libros que recuerdo y que aún conservo, son dos pequeños tomos que mi madre  había hecho encuadernar con los cuadernillos de la colección “Marujita” que ella se compraba cuando era pequeña por veinte céntimos. Eran historias de hadas, duendes, gnomos y  brujas, que yo leía una y otra vez hasta aprenderlos casi de memoria. Después vendrían los libros de “Los Cinco” de Enid Blyton o los de Celia de Elena Fortún, entre otros. También los tebeos, con La familia Ulises, mi favorita, Mortadelo y Filemón o Zipi y Zape.

En casa había libros. No muchos y tampoco formaban una biblioteca selecta. Unos cuantos libros de bolsillo, generalmente de aventuras, que mi padre compraba en los quioscos de las estaciones para leer durante sus largos trayectos en tren. De aquellos ejemplares de endebles tapas, ínfimo papel y letra minúscula, recuerdo con especial cariño la traducción de “Mon Oncle” (Mí tío) de Jean Claude Carriere. Por cierto que años después, cuando ví  la película dirigida por Jacques Tati, me sentí algo defraudada.  Con el libro yo había imaginado fantásticos artilugios en una casa de ensueño y escenas divertidas que en la película me resultaron mucho más prosaicos y planos. 

Nuestras estanterías albergaban también enciclopedias, diccionarios y alguna que otra novela de más enjundia. Poco a poco los libros fueron aumentando gracias a una especie de contrato que mi madre hizo con la Editorial Aguilar. Pagaba una pequeña cuota mensual y cada cierto tiempo nos visitaba en casa un representante que nos recomendaba, sugería y hacía el pedido correspondiente. Puntualmente nos llegaban los libros hermosamente encuadernados en piel de las obras completas de autores clásicos como Quevedo, Calderón de la Barca o Lope de Vega y de muchas otras colecciones  y autores, todas las novelas de Agatha Christie, la saga “Las Novelas de Jalna”  de Mazo de la Roche,  las de Rudyard Kipling y tantos otros y, por supuesto, El Quijote, que me amenizó y alivió los días y las noches de un tórrido verano.

Algún tiempo después, sería yo la que me hiciera socia del Círculo de Lectores y así fuimos engrosando la biblioteca con novelas más actuales. Por entonces se desencadenó el “boom” de la novela hispanoamericana y, gracias al Círculo, pude conocer y disfrutar a García Márquez, Vargas Llosa, Alejo Carpentier, Cortázar … “Rayuela” me impactó y me desveló una nueva forma de escribir…

En mi ya dilatada experiencia lectora ha habido un poco de todo: libros de lectura obligada, libros recomendados por otros, libros elegidos al azar, unos que me han complacido mucho, otros no tanto. Ahora ya no caben más en las estanterías y mi vista está demasiado cansada. Por eso prefiero el libro digital. Al placer de acariciar un libro nuevo, pasar sus hojas e inhalar el característico aroma del papel, he antepuesto la comodidad. Pero el formato no importa, el libro nos acompañará siempre y nunca morirá. Permanecerá  y será siempre ese amigo fiel al que se puede acudir en cualquier momento.

Hoy, veintitrés de abril, Día Internacional del Libro, quiero rendirle un agradecido homenaje porque el libro es insustituible y las posibilidades que ofrece son infinitas. Con él se puede viajar, soñar, investigar, aprender, evocar, divertirse, emocionarse, en una palabra, sentir. Tambíén puede dejar testimonio. Una persona querida sabía que iba a morir. Antes de abandonarnos, obsequió a cada amigo con uno de sus libros preferidos en el que había escrito una dedicatoria personal. Es una forma bella de permanecer en el recuerdo de los demás.

Son las tres de la madrugada. Los ojos se me cierran y las palabras se me cruzan ante ellos. Apago la luz, con la certeza de que mañana encontraré nuevas historias y otros mundos por descubrir en sus páginas.

Pilar Bastarós                                            22 de abril de 2021

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