Todos los miércoles, las tres amigas se juntan a tomar café a las
cinco de la tarde. Están durante una hora en animada conversación y después
cada una va a sus quehaceres, reconfortada por la charla. Es su ratito semanal
de esparcimiento, que les sirve para desahogarse y recobrar energías
Hoy han quedado en la nueva cafetería que
han abierto en la plaza, cerca de donde vive Inés. Pero Inés todavía no ha
llegado. Merche y Esther han elegido una mesa detrás de la cristalera. El sitio
es coqueto y de ambiente cálido, aunque a Esther la decoración no le acaba de
convencer. Demasiado minimalista para su gusto. Se acerca el camarero, un chico
joven, de amplia sonrisa, que les ofrece una carta en forma de trébol de cuatro
hojas. Va cubierto por un mandil negro que le llega hasta los tobillos.
-
¿ Qué van a tomar? Les recomiendo
nuestras tartas caseras. La de zanahoria
está recién hecha.
Esther opta por un té verde y un trozo de esa
tarta que tan buena pinta tiene. Merche, poco dada a los cambios, se mantiene
fiel a su cortado descafeinado por aquello de que no le quite el sueño y, como
concesión a la novedad, se arriesga con una torrija.
-
Pero, ¡cuánto está tardando Inés! A
este paso, cuando llegue, nos vamos a tener que marchar.
No había terminado
Esther la frase, cuando apareció por la
puerta Inés, toda acalorada.
-
¡Ya era hora!, hermosa. Le espetó Merche, sin darle tiempo a
acercarse a la mesa.
-
Eso, que no será porque has tenido
que andar mucho…corroboró
Esther.
-
No me digáis nada, que estoy en crisis, farfulló Inés mientras se desplomaba en la silla.
-
¡Mira tú, qué novedad! Y Esther y yo
y el de aquella mesa, todos estamos en crisis. ¡El mundo está en crisis! Hay
crisis económica, crisis climática, crisis sanitaria, crisis de valores, crisis
de ansiedad, ¿sigo? Ya ves, no tienes la exclusiva…
-
Ya, pero lo mío es distinto. Yo sufro una crisis
existencial…
-
Ah, ¿esa? Y ¿No te parece que ya no
estás en edad, a estas alturas, de plantearte quién eres, de dónde vienes o
adónde vas?
-
Eso, eso, y con la que está cayendo, apostilló Esther.
-
Anda, anda, pídete un trozo de la
tarta de chocolate que tanto te gusta y verás cómo se te pasan todas las crisis.
Unos minutos después Inés saborea con deleite la ración de tarta que le ha servido el
diligente chico del mandil negro.
-
Pues igual tenéis razón. Ya me siento
mejor. Es que está buenísima…
¡ Que le den a las crisis!
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