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Reflexión improvisada


Te sientas ante el ordenador y abres el documento de Word. Se suponía que ibas a terminar el relato más o menos intrascendente, quizás jocoso o triste, real o inventado,  que nos habíamos comprometido a escribir  en nuestra última reunión.  Pero los funestos acontecimientos de los últimos días  te tienen sumida en un desasosiego y malestar que te impiden concentrarte en algo que no sea exasperarte y lamentar  lo que está ocurriendo en ese país, Ucrania, del que hasta ahora lo desconocías casi todo.

La idea de que si no hubiera armas, no habría guerras, puede parecer simplista y las manifestaciones del NO A LA GUERRA, pueden criticarse como expresiones de una cómoda inacción  que nada resuelve, pero una pregunta machacona tampoco puede dejar de plantearse: ¿qué exorbitantes ganancias dejarían de amasar los fabricantes de armamento si no instigasen a los enfrentamientos entre algunos dirigentes ególatras, perturbados por un desmesurado afán de dominio y poder?  También es una evidencia constatar que no son los artífices de ese enfrentamiento los que se juegan el tipo y pagan las consecuencias, sino la población que no ha tenido arte ni parte. Por no hablar de la estulticia, llevada al extremo de lo absurdo, que supone el destruir para reconstruir, el afanarse en curar heridas que nunca debieron producirse o salvar vidas que nunca debieron estar en peligro. Claro que siempre están los que salen ganando con el embrollo. Ya lo dice el refrán: A río revuelto, ganancia de pescadores.

Asistes desolada al fracaso más estrepitoso de la diplomacia, pero quieres seguir creyendo que no hay otra vía. Eres consciente de que pecas de ingenua, como ingenuos hemos sido los que pensábamos que el desastre de otra guerra nunca llegaría a producirse.

Perteneces a una generación que afortunadamente no las ha conocido de cerca, porque en la lejanía no ha dejado de haberlas. Pero sí que hemos sufrido de una u otra forma sus consecuencias: aislamiento, pobreza, falta de libertades….

Una generación  que esperaba disfrutar de una vejez sosegada y gratificante, pero que se ve atosigada y amenazada por las crisis económicas, las pandemias  y como colofón una guerra sin sentido que va a tener desastrosas consecuencias para todos. Ante esto ¿Quién puede no sentirse profundamente frustrado, cabreado y desesperanzado? 

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