La vida a
veces nos desconcierta con sus casualidades. Y no es que éstas sean de por sí
buenas ni malas, pero pueden provocar alguna consecuencia, no siempre
agradable.
Había
quedado, como casi todos los domingos, con mi amiga Dorita para ir al cine.
Tenemos unos horarios de trabajo incompatibles, así que preferimos ir a la
última sesión. Al salir, tomamos algo rápido, si encontramos algún sitio
abierto, lo cual no es fácil, porque los domingos, a partir de cierta hora, la
ciudad aparece casi desierta. Nos contamos los aconteceres de la semana y nos
despedimos hasta la siguiente.
Normalmente
es Dori la que elige la película y se
encarga de sacar las entradas por Internet. Nos gusta además esa sesión porque
ahora que ya no hay límite de aforo, pero la mascarilla sigue siendo de uso
obligatorio, hay poca gente y resulta menos agobiante.
Estaba ya
esperándola en la puerta de las salas de cine, tal como habíamos quedado, cuando
sonó el móvil. Era Dorita.
-
Hola Trini. Lo siento muchísimo, pero
me ha surgido un imprevisto de última hora y no puedo acudir. Te acabo de
mandar la entrada para que entres tú.
-
Pero ¿ No podías haberme avisado
antes? ._ protesté con tono enfadado._ Me haces una faena. No me apetece nada
entrar sola y podía haberme ahorrado el trabajo de arreglarme y venir hasta
aquí. Tenía cosas que hacer en casa.
-
Ya te digo que lo siento. Pero hasta
el último momento he creído que lo podría arreglar. Ya te contaré. Pero no seas
tonta y ya que estás ahí, sería una pena que te la perdieras. Creo que es muy
buena. Tiene siete nominaciones a los
Oscar.
-
Ya lo creo que me lo contarás y más
te vale que sea un buenísimo motivo el que te ha impedido venir.
Una vez más bendije la tecnología que le había permitido a
Dori avisarme, pero, al mismo tiempo, la maldije, porque si no hubiéramos
tenido el móvil, ¿habría sido capaz de
dejarme allí plantada como un geranio?
Seguía estando bastante reticente a entrar. Miré el reloj,
pasaban ya cinco minutos de la hora de comienzo. Me decidí. Ni siquiera me fijé
en el título de la película que iba a ver.
-
Sala 2, al fondo a la izquierda ._
señaló el portero mientras escaneaba el QR.
La película acababa de empezar. Por el sonido de fondo y las imágenes
que vislumbré fugazmente, sospeché que se trataba de un thriller o más bien de
terror, género que detesto. Maldije a Dorita por haber elegido esa peli. Medio
en penumbra, titubeé para encontrar mi localidad. Y entonces lo reconocí, a
pesar del tiempo pasado. Ahí estaba él, una fila detrás de la mía. Mi primer
impulso fue el de salir huyendo, pero ya me había visto y empezaba a hacer
aspavientos instándome a que me sentara a su lado, con esa sonrisa de conejo
que formaba parte de su irritante fisonomía. Era Hilario, “el pies de queso”,
antiguo compañero de la facultad al que todas las chicas rehuíamos porque era
como un pulpo, pegajoso y pelmazo, pero sobre todo, - ya habrán adivinado la
razón del apodo-, porque sus pies emanaban un hedor insoportable. Ya no podía
zafarme, no tenía escapatoria. ¿O sí?
Fue como un flash. Simulé la inminencia de un vómito, tapándome la boca con una mano e indicando con la otra la
urgencia de ir al servicio. Bajé las escaleras lo más deprisa que pude y,
cuando estuve fuera de la maldita Sala 2, seguí corriendo sin mirar atrás por temor a que me pudiera
haber seguido, hasta que me vi a salvo en la calle.
Claro que la historia podía haber sido muy distinta si en
lugar de Hilario, allí hubiera estado Marcos, el chico más atractivo de la
Facultad, que había desaparecido inexplicablemente en el cuarto curso de la
carrera y del que ya no habíamos vuelto a tener noticias. Pero esa
coincidencia, aunque prometedora, resultaba más que improbable.
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