por Miguel Angel Marín
Anabel, al final, la encontró. Se
trataba de una casa antigua de dos plantas y jardín descuidado, situada en el
extremo oriental de una decadente urbanización, a las afueras de Berlín.
“El muy idiota va y me cita en su
casa.”
Tras llamar al timbre salió a
recibirle el ama de llaves, una teutona enorme de mediana edad, que le habló en
alemán.
“Vaya, no contaba con ésta.”
-
Soy Anabel Sánchez, periodista de LIFE. Estoy
citada con el profesor Arriaga para una entrevista – contestó en español.
La sirvienta la escaneó mentalmente. Mujer joven, veintitantos,
alta, vestida con ropa alternativa y vistosa, pelo de colores, moderna. Una
expresión mal disimulada de desagrado se reflejó en su cara, pero la hizo pasar
a una salita, indicándole por señas que esperase. La habitación era oscura, decorada
con muebles de madera maciza, poco ventilada y repleta de libros por todas
partes.
Al poco apareció el profesor: sesentón, bajo, gordo, calvo,
con un bigotillo corto y unas gafas redondas que ocultaban unos ojillos entornados
de rata de biblioteca.
-
Bienvenida, Anabel, ¿verdad? Por favor tome
asiento. La Sra. Heinrich nos servirá primero un café, ¿o prefiere Vd. un té?
-
Café estará bien, gracias.
El ama de llaves trajo una bandeja con la cafetera y el resto
de enseres y la dejó sobre la mesa. Dirigió a su patrón unas palabras en alemán.
Fue el propio profesor quien sirvió los cafés.
-
La Sra. Heinrich tiene que salir a hacer un
recado, así que nos dejará solos dentro de un momento.
“Estupendo“ “A ver si se va pronto.”
Anabel saca su cuadernillo de notas y comienza la
entrevista. Van repasando la trayectoria vital del catedrático: su infancia en
un pueblo de Guipúzcoa, sus años de estudiante en la Universidad de Zaragoza,
sus estancias ya como profesor, en Roma y en Berlín, sus obras: “Desmontando
los nacionalismos” y “Las falsedades históricas del mito de Euskal Herría”…
La Sra. Heinrich abandona la casa. Se oye como cierra la
puerta.
Anabel aparentemente seguía con atención las explicaciones
que el profesor le iba dando a sus preguntas e intentaba disimular el desagrado
que le producían, mientras hacía tiempo para que la asistenta se alejase de la
casa.
“Maldito traidor a tu pueblo”. “Te voy a dar lo que mereces”.
“Espera y verás”.
Cuando consideró que la sirvienta ya se habría alejado lo
suficiente, Estíbaliz Arrizabalaga, militante de ETA, estiró la mano hacia su
bolso buscando el revólver.
Un terrible mareo le sobrevino entonces y todo se fundió a
negro.
Cuando despertó, se encontraba en un subterráneo. Las
paredes alicatadas con baldosas pequeñas y blancas. Estaba desnuda, tumbada en
una camilla y atada fuertemente de manos y pies con correas de cuero.
El profesor Arriaga, vestido con una bata blanca y blandiendo
un escalpelo, se le acercaba.
-
Anabel, o mejor, Estíbaliz, hay una pregunta importante
que no me has hecho. ¿Cuál es mi afición favorita? Te contestaré: destripar jovencitas.
Contigo voy a disfrutar especialmente.
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