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Mostrando entradas de 2021
Por Eva Fernández Despertar   Cuando Alfonso Alonso recobró la conciencia no sabía que el calendario marcaba el 4 de noviembre de 2031.    No se podía mover, peró oyó un concierto de pitidos y una sinfonía de  luces atronó aquella habitación tan extraña, verde fosforescente.   Una desconocida se levantó, como empujada por un resorte, de un sillón de plástico situado a su derecha y se lo quedó mirando fijamente, mientras se tapaba la boca con las  manos para no gritar.   - ¿Y tú quién eres? –Quería preguntarle Alfonso a la extraña. Pero no le salían las palabras. Tenía algo metido en la garganta.   De repente se abrió una puerta corredera, al parecer de forma automática, y entró un ¿astronauta? Enfundado en un mono blanco y una especie de escafandra con una ventana transparente, por la que se le veía parte de la cara ¿Qué estaba pasando?   - Hola, Alfonso.- le saludó.- ¡Por fin te has despertado! Vamos a quitarte el respirador… Inh...

El Monaguillo: Pepín

                Domingo, media hora antes de la misa de doce. Mosen Nicolás recorre la sacristía de la iglesia de San Pedro a grandes y rápidas zancadas que provocan un revuelo en su sotana. Está impaciente y su enojo le hace fruncir el ceño. Por fin, aparece Pepín, todo sudoroso y sonrojado. -¡Por los clavos de Cristo! ¿Se puede saber dónde te has metido desde que terminó la misa de ocho?, - exclama el mosen al tiempo que le da un pescozón. - Me lo tendrás que explicar y prepárate para una buena penitencia. Ahora no hay tiempo. Venga, ¿a qué esperas? Ayúdame con la casulla, y tú adecéntate un poco, que se diría que has pasado por un lodazal. Y a ver si te esmeras más en el servicio del altar, que siempre estás en babia y tocas la campanilla a destiempo. Señor, Señor, ¿qué habré hecho yo para merecer esto?_ murmura para sus adentros mientras Pepín intenta recolocarse la sobrepelliz sobre la sotana roja y esconder bajo ella ...

Siete años después

                              Tras las huellas del volcán Ismael se levantó aquella mañana ilusionado y pletórico. Al fin podrían instalarse en su nueva casa, la que había levantado ladrillo a ladrillo con sus propias manos. Es verdad que había contado con la ayuda de sus vecinos, pero en reciprocidad, él también les había echado una mano. Y, en los últimos tiempos, su hijo mayor también había colaborado en las tareas menos arduas. La tarde anterior plantó unos geranios junto a la entrada y colocó unas flores en la mesa de la cocina. No había querido que su mujer, Naira, apareciera por allí hasta que estuviera todo terminado y pudieran trasladarse con toda la familia. Abandonar para siempre el cuchitril donde habían sobrevivido durante los últimos seis largos años, uno de los treinta barracones prefabricados a toda prisa por la comunidad para dar cobijo a treinta familias que, como tantas otras, se habían queda...

Aquel día no se mojó los pies

                                      El hombre del lago Pero aquel día Ramiro no se mojó los pies. Todas las mañanas, al salir de su casa para ir al trabajo, Ramiro daba un rodeo y se dirigía al lago antes de acudir a la carretera para tomar el autobús. Allí se acercaba a la orilla, se sentaba en el mismo pedrusco, se quitaba los zapatos y calcetines que dejaba, cuidadosamente alineados, sobre la piedra, se remangaba los pantalones y despacio introducía sus pies en las tranquilas y límpidas aguas del lago. Fuera invierno o verano, Ramiro nunca dejaba de cumplir con su ritual. Sin embargo, aunque el sol abrasador de los días más tórridos caldeasen las aguas del lago e hicieran apetecible darse un chapuzón, Ramiro nunca adentraba su cuerpo más allá de sus enjutas canillas. No sabía nadar y, aunque el agua le atraía como un imán, le producía un inexplicable temor. Si, en alguna ocasión,...

Aquel día no me mojé los pies

  Aquel día no me mojé los pies… Tenía la costumbre de llevar unas botas de agua en el maletero, así que cuando divisé el cuerpo, de bruces contra el suelo, inmerso en un charco negruzco, bañado en su propia sangre, me di la vuelta sobre mis propios pasos, a la vez que apuntaba hacia el vehículo, que me saludó con un breve pitido y una ráfaga intermitente de luces.   Dos minutos después, me acercaba de nuevo a la escena del crimen, dispuesta a levantar el cadáver, mientras daba instrucciones a Daniel, el agente judicial que me acompañaba y trataba de captar los detalles de la escena.   Dos agentes de la policía nacional se acercaban a nosotros, y una ambulancia del samur con sus ocupantes en el interior atendían a una tercera persona,   cuya voz sollozante me resultó familiar, aunque no supe ubicarla en ese primer momento. -           Buenas noches. Soy la jueza Triviño; ¿Qué ha pasado?- Le pregunté al policía más vete...

Relato colectivo: DISTINTAS FORMAS DE MIRAR EL AGUA

 Julio Llamazares Cuando llegamos a la laguna, el poblado estaba aún sin construir. Tan sólo unos barracones se dibujaban en la llanura y en ellos nos refugiamos junto a las quince o veinte familias que habían ido llegando, procedentes de lugares anegados por pantanos como el nuestro, o aquél fangal infinito emergido de la desecación del lago que había cubierto hasta entonces el territorio virgen y desolado que íbamos a ocupar. Y a cultivar, claro es. Porque junto con nuestros enseres y escasos muebles trans- portábamos también  en el camión que nos había traído desde Ferreras los anima- les y los aperos que componían todo nuestro patrimonio, incluidas las dos vacas con cuya ayuda tendríamos que roturar seis hectáreas que nos correspondían, se- gún las escrituras que nos habían dado los ingenieros antes de nuestra partida, de aquella tierra baldía y del color de los sacos viejos que se extendía hasta el horizon- te delante de nuestros ojos. Jesús : C O L O N O S Es 1946. Sof...

Homenaje a un amigo fiel

  Homenaje a un amigo fiel “Apaga ya la luz, que es muy tarde”. Esa cantinela se repetía cada noche cuando, arrebujada entre las sábanas, me daban las tantas devorando el libro que llevaba entre manos. Para evitar oírla y para que a mí no me devoraran los mosquitos, en verano me cubría hasta la cabeza y leía a la luz de una linterna. A los cinco años aprendí a leer, pero no sé exactamente cuándo comenzó mi afición a la lectura. Los primeros libros que recuerdo y que aún conservo, son dos pequeños tomos que mi madre   había hecho encuadernar con los cuadernillos de la colección “Marujita” que ella se compraba cuando era pequeña por veinte céntimos. Eran historias de hadas, duendes, gnomos y   brujas, que yo leía una y otra vez hasta aprenderlos casi de memoria. Después vendrían los libros de “Los Cinco” de Enid Blyton o los de Celia de Elena Fortún, entre otros. También los tebeos, con La familia Ulises, mi favorita, Mortadelo y Filemón o Zipi y Zape. En casa había...

Proyecto Ambrosía II

 Por Miguel Angel Marín Adelaida Marco estaba entusiasmado con su nueva bicicleta. Se trataba de una Taurus CF-7000 Trial, de color rojo brillante y blanco, preciosa, que le habían regalado sus padres por su cumpleaños. Por fin podría competir en igualdad de condiciones con los chicos de su pandilla. Estaba ansioso por estrenarla. En cuanto pudo desembarazarse de la comida familiar preparada en su honor se subió a su nueva montura y fue a buscar a sus amigos. Primero fue a buscar a Luca “el bola”, que era el que vivía más cerca. Era un chaval mofletudo y sonrosado con algunos kilos de más, risueño y bromista. Juntos partieron en busca de Jack “Flemus”, un muchacho alto y pelirrojo de cara inexpresiva y ademanes contenidos. Luego recogieron a Perry “Kunta”, un muchacho negro, nervudo y fibroso que siempre sonreía con grandes dientes blancos. Reunida la cuadrilla bajaron hasta las afueras de la ciudad a un solar plagado de montículos de tierra, rampas, socavones y gravilla donde ...