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Mostrando entradas de octubre, 2018

Relato a 4

por Miguel Angel Marín Me arde el estómago. He dormido fatal. De un tiempo a esta parte no me encuentro nada bien. Tengo cefaleas y me duele todo el cuerpo. Pienso que en cuanto me recupere me marcharé lejos, quizá al Caribe. Subo por la calle Mendoza cuando de pronto, ¿pero qué es eso? Desde detrás de una farola surge Loreto. Está horrible. Me quedo paralizado. Me toca con sus manos frías y con los ojos inyectados de odio me escupe unas terribles palabras. Estoy agotada. No puedo con mi alma. Pero debo aguantar. Solo un poco más. Sé que no debería estar aquí pero quiero ser yo quien le dé la noticia. Solo el odio me mantiene en pie. Ya lo veo acercarse calle arriba. Maldito sea. Salgo a su encuentro. Me ve. Me reconoce. Le toco la mano y con mi último suspiro le suelto aquello que venía a decirle. Bajo por la calle Mendoza. Son las nueve menos cuarto. Voy camino al hospital,   deprisa pues llego tarde, cuando veo a un hombre de mediana edad que sube p...

La penúltima

Por Eva Fernández Será la última vez, pensaste, y acurrucaste tu cabeza en el hueco de mi cuello, oliéndome el pelo mientras me abrazabas, y bajabas el ritmo de tu respiración. Te dejé calmarte,  te aparté un poco, te retiré el pelo de la cara, te dejé en el suelo y me puse en frente de ti, con los brazos en jarras. -           Eso no se hace, Kira, te has comido mis zapatillas otra vez.  No han quedado ni las plantillas.  ¡Perra mala! Agachaste el hocico y escondiste la cabeza entre las orejas, con tu mejor cara de pena.  Me tuve que girar para que no pudieras ver que me estaba aguantando la risa, por lo que aprovechaste para huir clandestinamente hasta tu rincón, arrastrando el rabo en señal de arrepentimiento. El duelo duró cinco minutos, porque a mitad del trayecto encontraste un trozo de zapatilla medio mordido y te lanzaste a por ella como si fuera un menú Estrella Michelin. -     ...

El papel

por Miguel Angel Marín Había llegado el momento, pensaste. La fruta estaba madura. Tras participar en aquella serie de televisión te habías dado a conocer al gran público. Ya no eras una perfecta desconocida. Eras esa cara angelical, unas largas piernas y un cuerpo de infarto. Era tu momento. Y entonces te enteraste del gran proyecto. El guión de la película incluía un personaje femenino carismático. Aquel papel podía consagrarte. Una oportunidad así solo aparece una vez en la vida –te dijiste-. Aquel papel tenía que ser tuyo. Lo hiciste todo bien: acudiste a las fiestas adecuadas, tomaste alcohol y drogas con los impresentables que manejan el cotarro, te acostaste con la gente importante…siempre controlando, siempre perfecta, siempre centrada en tu objetivo. Ah, pero lo que no sabías es que yo te seguía la pista. Fui discreta, hice lo mismo que tú y aún más… ¡Ay amor, lo nuestro pudo ser algo tan grande! Nunca olvidaré la noche que pasamos juntas en Roma. Sé que para las...

Dicen los viejos

por Miguel Angel Marín Dicen los viejos que el hombre se creyó Dios y que Dios lo castigó. Que unos sabios inventaron artilugios que nos permitían volar –puro cuento-, que fabricaron seres mecánicos y que intentaron incluso crear hombres nuevos, perfectos y que no enfermasen.  Todo esto me parecen invenciones, leyendas sin fundamento.  Ni yo, ni mi padre, ni el padre de mi padre hemos conocido otra cosa que una vida de trabajo duro, de privaciones y hambre, de frío en invierno y calor en el verano, cuidando de las cuatro cabras entre riscos pedregosos, en esta tierra yerma, seca y solitaria, durmiendo en cabañas cochambrosas y teniendo como única posesión unos harapos con que vestir, una honda con que defendernos del lobo y un zurrón en que guardar algo de comida.  Y siguen diciendo que en los buenos tiempos la vida era regalada, que la gente apenas tenía que trabajar, que vestían ropajes finos, que habitaban casas de piedra tan altas como montañas...

El piso de Miguel Servet

Por Eva Fernández El pasillo de entrada estaba empapelado en verde con cenefas verticales de dibujo geométrico grande, como un bosque de terciopelo, con puertas como árboles. Justo en la entrada, un taquillón de madera con la superficie de mármol blanco veteado de gris y un espejo con marco dorado. Nos hacía mucha gracia el perchero, de madera, con patas de animal puestas al revés con la pezuña hacia arriba como colgadores.   Justo después, a mitad del pasillo había un separador.   Era un pasillo muy largo.   A la izquierda no había puertas.   A la derecha, la primera puerta era la de la   habitación de invitados o la del abuelo Claudio, que vivía algunos meses en casa. La segunda era la del baño, embaldosada en verde claro, con sanitarios blancos, una bañera con cortina de plástico con dibujos y un armario de metal con espejos y luz, encima del lavabo y una banqueta, en la que mi madre nos peinaba por la mañana.    La tercera puerta era la d...

Mi abuelo

por Miguel Angel Marín Era un hombre achaparrado que vestía de oscuro y se cubría con una boina. Tenía las manos grandes y callosas propias de una vida de trabajo duro en la obra. Los ojos grises y la sonrisa franca y limpia. Olía raro, a persona mayor. Todo en él era bonhomía: afable, sencillo, bueno y honrado. Me sacaba de paseo y yo disfrutaba mucho de su compañía. Hablábamos de fútbol y de motos, ¡se conocía todas las marcas! Me llevaba al parque grande y me enseñó a coger piñones. Se me daba bien localizarlos. Cada vez que encontraba uno, como si de un tesoro se tratase, sentía una explosión de alegría. ¡No veas cuando en una ocasión encontramos una piña entera repleta de ellos! Cuando reuníamos un puñado, buscábamos dos piedras planas, los cascábamos y nos los comíamos con fruición, como si el mejor manjar del mundo fuera. A mi abuelo, como a mí, le gustaba mucho el fútbol. Se traía una pelota y jugábamos a “recatear” y chutar. Además, quería enseñarme las letr...

Carambolas

Por Eva Fernández Laura miró de refilón a la cámara de seguridad y una sonrisa se dibujó debajo de su máscara de látex. De camino a casa tiró los guantes de vinilo en el contenedor higiénico del baño de la gasolinera, y al llegar, escondió las botas de seguridad y la máscara en la caja de herramientas sin estrenar, se quitó el mono azul y se sentó en el asiento trasero del coche a contar la recaudación del día. –No está mal- pensó, guardándose el dinero en el relleno del sujetador.- Pero no era suficiente.   Tendría que volver a arriesgarse. Entró al cuarto anexo al garaje.   Miró la mesa de billar español de su padre y acarició el tapete verde.   Se acercó hasta la taquera y pasó la mano por los tacos, deteniéndose en el último, un poco más corto, el que encargaron para ella cuando era puna niña y con el que su padre le había enseñado a   jugar.   Colocó la tiza alineada con el borde de madera tallada de la mesa y movió dos cuentas del ábaco, de los...