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El piso de Miguel Servet


Por Eva Fernández

El pasillo de entrada estaba empapelado en verde con cenefas verticales de dibujo geométrico grande, como un bosque de terciopelo, con puertas como árboles. Justo en la entrada, un taquillón de madera con la superficie de mármol blanco veteado de gris y un espejo con marco dorado.
Nos hacía mucha gracia el perchero, de madera, con patas de animal puestas al revés con la pezuña hacia arriba como colgadores.  Justo después, a mitad del pasillo había un separador.  Era un pasillo muy largo.  A la izquierda no había puertas.  A la derecha, la primera puerta era la de la  habitación de invitados o la del abuelo Claudio, que vivía algunos meses en casa. La segunda era la del baño, embaldosada en verde claro, con sanitarios blancos, una bañera con cortina de plástico con dibujos y un armario de metal con espejos y luz, encima del lavabo y una banqueta, en la que mi madre nos peinaba por la mañana.  
La tercera puerta era la de la cocina, con baldosas cuadradas, como las del baño, pero blancas, una mesa rectangular, imitando madera, para comer y hacer deberes, cocina de butano y galería, donde jugábamos con Luisito y Sergio, los vecinos del piso de abajo a veo-veo y a batallas de espadas y pompas de jabón, que les lanzábamos desde arriba.
Una puerta con cristal amarillo arrugado daba paso al salón, empapelado con dibujos parecidos a los del pasillo pero beige, sofá de eskay que nos tatuaba pecas en la piel en verano, mesa de comedor redonda, librería color cerezo, con vitrinas amarillas, televisión de culo gordo  y mesita de centro con adornos encima.  En la pared, un bodegón de caza, que daba un poco de miedo, una marina de guerra, y unos cuernos de ciervo, ¿sería el mismo de las patas del perchero?
El dormitorio de mis padres estaba a la izquierda,  y el que compartíamos Pili -mi hermana pequeña- y yo, a la derecha del salón. Nuestras paredes eran de flores azules y blancas y el mueble de madera clara, con camas abatibles que, recogidas, dejaban la habitación vacía y lista para desparramar los juguetes sobre el suelo.     

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