por Miguel Angel Marín
Había llegado el momento, pensaste. La fruta estaba madura.
Tras participar en aquella serie de televisión te habías dado a conocer al gran
público. Ya no eras una perfecta desconocida. Eras esa cara angelical, unas
largas piernas y un cuerpo de infarto. Era tu momento. Y entonces te enteraste
del gran proyecto. El guión de la película incluía un personaje femenino
carismático. Aquel papel podía consagrarte. Una oportunidad así solo aparece
una vez en la vida –te dijiste-. Aquel papel tenía que ser tuyo. Lo hiciste
todo bien: acudiste a las fiestas adecuadas, tomaste alcohol y drogas con los
impresentables que manejan el cotarro, te acostaste con la gente
importante…siempre controlando, siempre perfecta, siempre centrada en tu
objetivo.
Ah, pero lo que no sabías es que yo te seguía la pista. Fui
discreta, hice lo mismo que tú y aún más…
¡Ay amor, lo nuestro pudo ser algo tan grande! Nunca olvidaré
la noche que pasamos juntas en Roma. Sé que para las dos fue algo muy especial.
Tocamos el cielo. Tu boca de menta, tus pechos turgentes, tu piel, tu forma
salvaje de disfrutar…No me lo quito de la cabeza. Tú querías ser como yo y yo
fundirme en ti.
Pero después me despreciaste. Craso error.
Te amo. A mi manera, te sigo amando, pero más me quiero yo.
Me quedé con tu estúpido papel, uno más en mi palmarés. Ya no
volverás a rechazarme.
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