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Entradas

Mostrando entradas de noviembre, 2018

Las lentejas de María

Por Eva Fernández La iglesia del Carmen está a reventar.  En la primera fila, Julia, sus dos hijos y su marido, serios, contenidos, abrumados,  como el propio Manuel.  Todos los bancos llenos.  Los que no caben, de pie en los laterales y en la parte de atrás.  Un murmullo sordo a lo largo de toda la misa. El padre Manuel no da crédito, levanta la vista del Misal, coge el micrófono y se dirige a la parte delantera del altar para empezar la homilía cuando se abre la puerta de la iglesia y entran Fátima, Habiba y Rachid, seguidos por los habituales del comedor social.  Se apiñan un poco más en la parte del fondo.  El padre Manuel sonríe. -           Querida Julia, queridos Pablo, Antonio y Raquel.  Hoy estamos aquí para dar nuestro ultimo adiós a María, una madre y una abuela excepcional, una amiga para todos nosotros, y un pilar de nuestra comunidad.  Personalmente la voy a echar mucho de me...

Una tarde del mes de abril

por Miguel Angel Marín La llave en la puerta. Una casa antigua. El aire frío. El pasillo desangelado. Los muebles oscuros y callados. Un rayo de luz lechosa se cuela por la ventana. Las paredes gritan su soledad. Estúpidos cuadros de colores. Pasos cansinos. Canas repentinas. Todo está viejo, desgastado. Tiro la cartera en un rincón. Me derrumbo en el sillón, un orejero cómplice. El aparato de luz se ahorca en el techo. Libros sin leer. Recuerdos olvidados. Polvo. Tiempo detenido. Las sienes me golpean con fuerza. Alma desmayada. Miro sin ver. Los ojos vueltos hacia adentro. Y espero… Risas en la playa. Sol cegador. Su piel mojada brilla con restos de arena.   Besos salados. El cielo canta. La vida es ancha, luminosa y nueva. Somos jóvenes y nos amamos.  Luz incandescente. Paredes blancas. El segundero se niega a avanzar. No me atrevo a respirar. Salas torturadas. Viene el doctor. -           Todo ha ido bie...

Daños colaterales

Por Eva Fernández La conocí un sábado por la noche en un bar.   Ella estaba con unos amigos que yo conocía, así que me acerqué a saludar.   Me llamó la atención como bailaba,   sin importarle que la miraran.   Como vio que me quedaba embelesado, empezó a exagerar sus movimientos, a bailar más cerca.   A mí me va más el heavy, pero los ojos de gata de Cris se parecían a los de una canción de los Urquijo y sucumbí a la década de los ochenta. Álvaro   nos presentó: -           Cristina. -           Juan Carlos. -           Encantada.- Ronroneó zalamera. Nos dimos los dos besos de rigor. Mis amigos se fueron enseguida. -           Bueno tío, nosotros nos vamos al DPch, nos abrimos. - Se despidió Pablo. Me quedé toda la noche. Nos volvimos a ver la semana siguient...

Johana y Frank

por Miguel Angel Marín Se conocieron una tarde en la que Johana tuvo que ir a recoger a su sobrina al colegio. Johana era una brillante ingeniera aeroespacial de 30 años, de cara redonda y ojos verdes. Frank, el maestro de la niña, era un joven atractivo de su misma edad, atento, rubio y corpulento. Y la llama del amor surgió intensa entre ellos. Johana encontró en Frank la alegría de vivir. Por su parte Frank obtuvo de ella dulzura y serenidad. Habían pasado ya dos años y su relación marchaba viento en popa. Una tarde, en su cafetería habitual, Johana estaba seria. -           Tenemos que hablar… ¿Te suena el proyecto supertierra? -           Algo. La supertierra es ese planeta extrasolar que han descubierto similar a nuestro mundo, ¿no? -           Sí. Bueno, eh… me han seleccionado para formar parte del proyecto. -    ...

Desorden

Cuando abrió la puerta, encontró un nuevo mundo, contrastando con la lógica, el cielo apagado y aplastante, sólo iluminado por el retrato celeste de su ventana, hacía desdibujar la silueta de continentes e islas de mobiliarios, sobre estos, montañas de libros, cuadernos repletos de apuntes y legajos de papeles con bocetos y anotaciones, apilados y abarcando casi la totalidad de la llanura de la mesa. En los huecos de entre las moles: Un solitario flexo amarillo, que de vez en cuando alumbraba algunos páramos de la mesa, donde crecían recibos de alguna compra y varios bosques de lápices y bolígrafos recogidos en diferentes botes. Los lindes del cuarto estaban salpicados de viejos cuadros, unos pocos carteles de conciertos, fotografías y algún que otro título académico. A la par que en todo ese salteado había unas extensas y altas estanterías. Sus cumbres, rozando el techo del cielo, repletas de más libros y de algún que otro montículo, menos acorde con el paisaje, de torretas de ced...

Las joyas de la señora

por Miguel Angel Marín Cuando recuperó la consciencia contempló que todo, los tejados, las casas, los bulevares, estaba sucio y era de color gris. La ciudad de la luz se había convertido en la ciudad de la oscuridad y se encontraba habitada por sombras. Se encerró en su casa y lloró desconsoladamente. ¿Cómo es posible que me haya engañado así? Ahora comprendo que con mi sueldo yo solo no llegue a fin de mes y sin embargo con ella podíamos permitirnos incluso algunos lujos. Mucha gente tiene que estar enterada de sus correrías. Todo el mundo se reirá de mí. Notó como la ira se le apoderaba. Fue al cuarto de su esposa y empezó a destruirlo todo: armarios, vestidos, zapatos… Cuando llegó a la cajita de las joyas, sin embargo, se detuvo. La abrazó como si fuera un bebé y cayó en el sillón desesperado. Empezó a barajar seriamente la idea del suicidio. Llamaron a la puerta. No quería ver a nadie. Volvieron a llamar. Con insistencia. Al final, moviéndose...

La carta

por Miguel Angel Marín El hombre de la gabardina metió el sobre en el buzón. Acto seguido cogió el autobús a Barcelona. Allí fue al aeropuerto. Compró un billete a Praga. Utilizó una documentación falsa. Pagó en metálico.  Eran las 7:15 de la mañana. Carol se había despedido de él apenas 10 minutos antes para ir al trabajo. Paul remoloneaba entre las sábanas. Hoy no tenía que madrugar. Todavía conservaba el regusto de los besos y el sabor de la piel de su amante en su boca.  Sonó el teléfono. -           ¿Diga? -           ¡Paul, han descubierto las escuchas! – chilló Carlos- -           El comisario Beltranejo va tras tu pista, desaparece, rápido.- Y colgó. Saltó de la cama, se vistió con lo primero que encontró, cogió la bolsa negra que guardaba para la ocasión y salió zumbando del apartamento de Carol. C...