Por Eva Fernández
La iglesia del Carmen está a
reventar. En la primera fila, Julia, sus
dos hijos y su marido, serios, contenidos, abrumados, como el propio Manuel. Todos los bancos llenos. Los que no caben, de pie en los laterales y en
la parte de atrás. Un murmullo sordo a
lo largo de toda la misa.
El padre Manuel no da crédito,
levanta la vista del Misal, coge el micrófono y se dirige a la parte delantera
del altar para empezar la homilía cuando se abre la puerta de la iglesia y
entran Fátima, Habiba y Rachid, seguidos por los habituales del comedor
social. Se apiñan un poco más en la
parte del fondo. El padre Manuel sonríe.
-
Querida Julia, queridos Pablo, Antonio y
Raquel. Hoy estamos aquí para dar
nuestro ultimo adiós a María, una madre y una abuela excepcional, una amiga
para todos nosotros, y un pilar de nuestra comunidad. Personalmente la voy a echar mucho de menos,
y como podéis comprobar, no soy el único.
Un aplauso atronador inunda la
iglesia. Y a Manuel se le hace un nudo
en la garganta por primera vez en diecisiete años.
María ya formaba parte de Cáritas
cuando Manuel llegó a la parroquia del Carmen, y viendo las necesidades del
barrio, decidieron montar el comedor; un local anexo a la parroquia donde dar
de comer caliente a quien lo necesitara. Un faro en la tormenta. 50 plazas. Poco a poco consiguieron ayudas
institucionales, el reconocimiento del barrio y que los supermercados de la
zona les donaran sus excedentes.
Hacía dos años se habían
trasladado a San Vicente de Paul, comedor para 190 personas, cocina industrial,
almacén, vestuario, duchas y un despacho.
Ahí había estado siempre María, capeando el temporal, armada con un
delantal y una sonrisa. La primera en llegar, la última en irse.
Hacía cinco años que había aparecido
Habiba con Rachid y su familia. No
hablaba ni una palabra de español y se le notaba el apuro. Pero se las apañó
para hacerse entender y decir que quería ayudar. Empezó limpiando el comedor y colocándolo
todo para el día siguiente con otros voluntarios. Al año, con un español bastante decente, pidió
trabajar en la cocina.
María acogió a Habiba bajo su ala
y se hicieron muy amigas. Fue el principio de las recetas con pollo
halal, del cous cous, y de poner un turno en la cena durante el ramadan.
Hasta el sábado pasado. María no fue a las once como era su costumbre. Estaba todo organizado así que Habiba empezó
sin ella. A la una, Manuel llamó a su
hija desde el despacho.
-
Julia, tu madre no ha venido hoy. No coge el teléfono.
A las cuatro
Julia telefoneó a Manuel desde el hospital.
-
Padre, estaba en casa, un infarto, no hemos
podido hacer nada.
Al terminar el
funeral la fila para dar el pésame a la familia es interminable. Cuando llega Habiba abraza a Julia como su
madre la abrazaba a ella y los ojos de ambas se llenan de lágrimas.
Ahora es Habiba quien ocupa el puesto de María. Julia no podrá
ir cada día al comedor, pero todos los fines de
semana, a las once de la mañana, se enfundará
el delantal de María, y se pondrá a cocinar al lado de Habiba. Los sábados, a la
una llegará Pablo del futbol con los niños, que ayudarán a poner las mesas y
servir la comida. Cuando se sienten mañana
a comer con el padre Manuel y los demás voluntarios, Julia saboreará en cada
cucharada, entre anécdotas y chascarrillos, las lentejas de su madre.
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