por Miguel Angel Marín
Cuando recuperó la consciencia contempló que todo, los
tejados, las casas, los bulevares, estaba sucio y era de color gris. La ciudad
de la luz se había convertido en la ciudad de la oscuridad y se encontraba
habitada por sombras.
Se encerró en su casa y lloró desconsoladamente.
¿Cómo es posible que me haya engañado así? Ahora comprendo que
con mi sueldo yo solo no llegue a fin de mes y sin embargo con ella podíamos
permitirnos incluso algunos lujos. Mucha gente tiene que estar enterada de sus
correrías. Todo el mundo se reirá de mí.
Notó como
la ira se le apoderaba. Fue al cuarto de su esposa y empezó a destruirlo todo:
armarios, vestidos, zapatos… Cuando llegó a la cajita de las joyas, sin
embargo, se detuvo. La abrazó como si fuera un bebé y cayó en el sillón
desesperado. Empezó a barajar seriamente la idea del suicidio.
Llamaron a
la puerta.
No quería
ver a nadie.
Volvieron a
llamar. Con insistencia.
Al final, moviéndose
como un zombie, abrió.
Había un
hombre alto y enjuto vestido todo de negro.
-
Buenos
días Sr. Lantín, perdone que le moleste. Mi nombre es Pierre Lousan y soy el
abogado de su malograda mujer. Tengo que tratar un tema importante con Vd.
Le hizo
pasar al salón.
-
Verá
Vd., su señora esposa hace unos meses recibió una gran fortuna como única
heredera de una tía lejana suya. Me prohibió que le informara de esta
circunstancia. Según ella, su vida marital era perfecta y temía que la
irrupción de tanto dinero pudiera estropearla. Salvo unas pequeñas cantidades
que retiró para gastos domésticos y otras un poco mayores para pagar algunas
joyas, el resto continúa depositado en el banco. Tanto las joyas como el
remanente del banco le corresponden a Vd., pues hizo testamento en su favor.
El Sr.
Lantín lo miraba de hito en hito con la boca abierta y los ojos desorbitados
-
¿A
cuánto asciende lo del banco? -Acertó a susurrar.
-
Unos
novecientos mil francos.
El cuarto
le daba vueltas.
¿Cómo he
podido dudar de un ángel como ella?
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