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Daños colaterales


Por Eva Fernández

La conocí un sábado por la noche en un bar.  Ella estaba con unos amigos que yo conocía, así que me acerqué a saludar.  Me llamó la atención como bailaba,  sin importarle que la miraran. 
Como vio que me quedaba embelesado, empezó a exagerar sus movimientos, a bailar más cerca.  A mí me va más el heavy, pero los ojos de gata de Cris se parecían a los de una canción de los Urquijo y sucumbí a la década de los ochenta.
Álvaro  nos presentó:
-          Cristina.
-          Juan Carlos.
-          Encantada.- Ronroneó zalamera.
Nos dimos los dos besos de rigor. Mis amigos se fueron enseguida.
-          Bueno tío, nosotros nos vamos al DPch, nos abrimos. - Se despidió Pablo.
Me quedé toda la noche. Nos volvimos a ver la semana siguiente. Empezamos a salir.  No era para nada mi  tipo.  Muy presumida.  Un poco pija.
 Ni yo el suyo.  Mis pendientes.  Mis camisetas heavies.  Mis pantalones ajustados.  No pegábamos ni con cola.  Pero  me gustaba.  Y yo a ella también.  Estoy seguro.
Al mes siguiente se fue con una amiga a París, a un viaje que tenían programado.  Le pedí una bufanda del PSG  de regalo.  Me la trajo.  Y un anillo con una calavera.  ¡Hostia! No le importaban mis pintas.  Flipé.
El psicólogo miró a Juan Carlos.  Pantalón vaquero, jersey de punto.  Pendientes en las orejas.  Bueno, la pija lo había cambiado pero no del todo.
-Cuando volvió del viaje empezamos más en serio. Y me lo contó todo.  Trastorno bipolar.  No me importó.  La quería, ¿sabe?.
Enseguida alquilamos un piso y nos fuimos a vivir juntos.  Nos casamos.  Tuvimos una hija.  Un cría majísima. Más lista que las pesetas. Los dos daríamos la vida por ella.  Bueno, Cristina según tenga el día, porque desde la boda no levanta cabeza. 
A veces pienso que se casó por celos.  Porque todas las amigas se habían casado ya, y quería una boda por todo lo alto, con vestidazo y todo el copón como las demás. A mí me la sudaba.  Y tener un hijo.  El paquete completo.  ¿Y ahora qué? Me hace la vida imposible.  A sus padres también… A lo mejor yo me casé por comodidad.  Pero críos también quería. Pensaba que podría con eso, que mejoraría, yo que sé...
Ahora me divorciaría doctor.  Pero no me da. Para vivir yo solo, pasar pensión, y encima ver a la enana solo un fin de semana de cada dos.  No me da. Y no me da la puta gana tampoco.  Así que deme algo para dormir a mí también, que ya no puedo más.   
El doctor le miró. Sacó el talonario de recetas y le extendió una. 
-          Solo medio por la mañana y medio por la noche.-me advirtió.  
 Entonces cayó en la cuenta. La madre de Cristina también era paciente suya. Más daños colaterales. 
Era el pan nuestro de cada día. No podía hacer más.  Le acompañó hasta la puerta, le dio una palmada en el hombro y le dijo:
- Ya me contarás.

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