por Miguel Angel Marin
Había ido al entierro de una tía lejana y cuando terminó, ya
que estaba en el cementerio, acudí al velatorio de un conocido.
Al poco de llegar se me acercó un hombre grande como un
elefante.
-
¿Conocía
Vd. mucho al “tío virutas”?
-
¿Perdón?
-
Esto…a
José Luis, el muerto.
-
Ah,
no. La verdad es que no. Solo coincidimos en alguna juerga de jóvenes.
-
Sí,
para la juerga sí que servía. Para trabajar no, que era muy flojo. Pero para el
tran- tran, para tomar, cantar y tocar palmas, sí. Ahí era un “champion”.
-
…
-
Ha
tenido suerte, el pájaro, ¿sabe? Nos debía algún dinero, así que íbamos a darle
pal pelo. Ahora, qué se le va a hacer. Lo apuntaremos a pérdidas y sanseacabó.
A la viuda la dejaremos en paz, que ya tiene bastante. Que se lo ha encontrado
fiambre en una casa de niñas.
-
Perdone,
voy a darle el pésame a la viuda – dije, mayormente para quitarme del medio al
pelma ese.
-
Le
acompaño en el sentimiento.
-
¿Qué
sentimiento?
-
Eh…¿tristeza?
-
¿Tristeza?
Bochorno sí, cabreo también, pero tristeza…, tristeza no. Que se pudra pa
siempre. Que no valía más que para hacerme churumbeles muy malamente, ¿sabe?
Vaya, que ni pa trapichear servía. Y se ha ido a la tumba sin decirme dónde
guardaba el dinero ni el alijo, el muy…Y yo, fregando escaleras…
Diez años
más tarde coincidí en el cementerio con la misma familia. En esta ocasión el
fallecido era el hijo mayor del “tío virutas”. El mismo hombre-paquidermo de la
otra vez se me acercó de nuevo.
-
Hombre,
otra vez por aquí.
-
Sí,
bueno. Ya ve. No somos nada.
-
Algunos
menos que ná.
-
Por
cierto, ¿de qué ha fallecido el joven?
-
Pues
de qué va a ser. De exceso de juerga. Si es que, de tal palo, tal astilla. El
Pakito era peor aún que el padre.
-
¿También
les debía dineros?
-
A
nosotros y a otros muchos. Que no tenía muchas luces, ni valía pa trabajar,
pero sabía engatusar como nadie. El muy canalla encontró hace unos días lo que
había escondido su padre y sin darle nada a su madre, a su mujer, ni a nadie,
se lo fundió todo en una semana loca. Se lo bebió todo, se lo metió todo, se
intoxicó y se murió.
-
¿Y
a la viuda, van a pedirle cuentas esta vez?
-
Nada.
Otra vez a pérdidas. Al contrario, que la pobre se ha quedado con una mano
delante y otra detrás. Aún tendremos de defenderla, que el difunto andaba en
tratos con unos moros y esos no respetan ná. Y eso sí que no. Por cierto, un
consejo: si estima en algo su vida, yo que Vd. no le daría el pésame ni a su
madre ni a su viuda.
Me alejé de
allí zumbando y pensando: “vaya familia”.
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