Ir al contenido principal

Olivia y el tigre

Por Eva Fernández

El 19 de octubre de 2009, mientras Olivia Rueda  trabajaba, un tigre saltó dentro de su cabeza y devoró sus habilidades de comunicación. La dejó sin lenguaje.    
El zarpazo le había provocado un derrame del que no parecía que fuera a recuperarse, –le informó el médico a su marido. 
Cuando el doctor salió de la habitación, un hada enfermera le preguntó:
        ¿Tiene hijos?

Ella fue la primera que hizo magia. Acertó al descubrir que los niños y él serían el hechizo que la despertaría del sueño.  
Sin embargo, el cuento acababa de empezar. Porque, aunque el felino acechaba, ella tenía un don, era contadora de historias.  Solo que antes, las contaba en imágenes, como realizadora de documentales de Tv3.  Además, siempre llevaba un diario consigo, en el que anotaba sus proyectos, los diseños de las camisetas de sus hijos, los colores de la tipografía de las entradillas… Así que su segunda hada madrina, su logopeda, agitó otra varita mágica y le recetó que escribiera un libro.

El libro se titula “No sabes lo que me cuesta escribir esto”.

Lo publicó en abril de 2018 y lo promocionó en televisión  y en prensa.  Olivia es bastante joven.  Tiene los ojos azules de gato, el pelo rizado a media melena, y el lado derecho de la boca levemente caído, como burlándose.    A la pregunta de si escribiría otro libro asomó el felino que llevaba dentro:
–No. Me ha costado cinco años escribir este, palabra por palabra.  Lo que tú tardas en leer un segundo, yo he tenido que escribirlo diez veces.

Casi parece más una maldición que una cura.

Hoy la he visto en una conferencia que se llama “No sabes lo que me cuesta dar esta charla”.  Se traba un poco aun.  Y se lamenta de que ya  no puede hablar en catalán. Explica que la enfermedad no la ha hecho mejor persona, y que parece  borde porque ahorra palabras.  Que no es más valiente, es que no le queda otro remedio. Y que intenta no aprovecharse.

También se ven sus progresos.  Tuvo que volver a aprender a caminar, a escribir. Ahora, prefiere callar y escuchar al ruido de una conversación vacía.  

El camino adopta formas extrañas: unas veces una dependienta que se cree que es tonta,  otras una palabra que se atasca a medio camino entre su cerebro y su boca, un número, o tú y yo, hablando demasiado deprisa, para no decir nada.    

No habrá colorín colorado. No han podido matar al tigre, que permanece agazapado en un rincón de su cabeza; pero para borrarle las rayas su compañero, sus amigos y ella se ríen, a carcajada limpia, de sus tartamudeos, de los clichés de la discapacidad y la muestran, sin tapujos.

Y, a veces, Olivia se olvida, y se deja querer, y entonces, el tigre se queda dormido.  

Comentarios

  1. http://www.rtve.es/alacarta/videos/pagina-dos/pagina-dos-olivia-rueda/4550220/

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El collar desaparecido

por Miguel Angel Marín Cuando María abrió la puerta de la mansión aquella noche, desconocía que iba a llevarse el susto de su vida. Enmarcado por la luz de un relámpago, apareció la figura de un hombre altísimo de tez muy blanca y ojos claro, casi transparentes. Mostrándole una placa y con voz de ultratumba, el albino dijo: —      Inspector Negromonte. María lo hizo pasar al salón principal donde ya lo esperaba un nutrido grupo de personas. D. Adolfo, marqués de Enseña, señor de la casa, estaba algo molesto por la reunión a tan intempestivas horas. También estaban Dª. Clara, su mujer, de mediana edad, algo gruesa y con cara de pizpireta; Lucas, el mayordomo, un hombre delgado y de rictus estricto; Esteban, el mozo, jardinero y chófer, un hombre joven y fuerte que no parecía tener muchas luces; D. Augusto, administrador del marqués, un hombrecillo mayor que se veía muy nervioso; El padre Santiago, asesor espiritual del marqués y amigo de la familia; Mar...

Intruso

  PARA VOLVER A METERSE EN EL ATAÚD  tendría que encogerse bastante, darse prisa y apartar un poco el cuerpo que reposaba inerte sobre la dura superficie de madera. Se oían voces fuera, que callaron al escuchar el cierre de la tapa. -¿Quién anda ahí? Escuchó la voz amortiguada del viejo sacerdote que recorría el pasillo central de la capilla. Podía imaginarle, sorprendido por la oscuridad, porque hasta la pequeña lamparilla del sagrario estaba apagada. Desde dentro del féretro ella escuchaba muy fuerte su propia respiración, aunque cada vez más tenue. Nunca supo que el sepulturero había comentado después en el bar: – Con lo flaco que estaba y cómo pesaba el cabrón… ¿A quién se habrá llevado a la tumba?

El naufragio

  Por Eva Fernández La primera vez que lo vio sin gafas sus ojos solo le parecieron preciosos.  Hoy, que lo ha mirado  mejor ha visto que  ¡Sus ojos son dos islas!- Rodean sus pupilas dunas de arena, bañadas por el mar, con olas que rompen en la orilla cuando pestañea.  Por eso no puede dormir hasta que la marea lo mece y lo aquieta. Si se pone nervioso no  concilia el sueño, se desvela del todo, y esconde las islas tras la bruma de los cristales,  hasta que deja de escucharse el sonido del mar. A veces, cuando pasa eso, ella tampoco duerme.  El otro día pensó que, tal vez, si lo acunaba, o si lo abrazaba, se dormirían por fin y de tanto pensar en abrazarlo, le creció un brazo en la cadera; pero un brazo corto, que no servía para mucho, era muy incómodo para dormir de lado, y en realidad le sobraba, solo servía para sostener el café por la mañana o para llamar al ascensor. Ya solo podía llevar vestidos o faldas con bo...