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El último paquete de tabaco

El último paquete de tabaco
Por Olga MG

            Mierda, no encuentro el paquete de tabaco. Y, joder, era el último. Cuando comenzó el rebrote y las cifras de muerte se clavaban en los oídos como punzones afilados volvió el confinamiento. Y en condiciones aún más duras. Hasta añoro los años de cárcel de mi juventud. Allí, al menos, teníamos horas de patio. Podíamos hacer ejercicio al sol y, coño, podíamos fumar.
            Ahora es imposible salir a la calle. Cada uno tenemos nuestra marca, dependiendo de la edad y el estado de salud. Yo soy brazalete marrón. Marrón sí, como mi vida,  que ha sido un marronazo total. Pero esa es otra historia.
            Con mi marca no es posible salir a la calle. Colectivo de riesgo máximo, dicen las autoridades sanitarias. Pero, aunque pudiera salir, los estancos están cerrados desde hace más de dos meses. Y los bares, ya ni te digo. Salir ¿para qué? Si no puedes tratar con nadie.
            Llevo dos días buscando el maldito paquete. Estoy seguro de  que me quedaba uno de los tres cartones que compré el último día de apertura. No había dinero para más, porque  la Antonia dijo que teníamos otras prioridades. Las tendrá ella. ¡Claro cómo no fuma! Podíamos comer pasta, que es bien barata, más días a la semana. Pero, a estas alturas de la película, la muy sabelotodo dice que son demasiados hidratos de carbono, que me voy a engordar y que eso perjudica mi salud. Que sí, que vale, que estoy tocado: EPOC y problemas de corazón. Pero, qué quiere esta tía. Tengo sesenta y tres años, he fumado toda mi puta vida y trabajar en el pulimento tampoco es que me haya beneficiado. Y sí, quedaba con los amigos a echar la partida y a tomarme unos chatos. Pero creo que me los merezco. Vamos, digo yo, que para eso trabajo diez horas diarias, tragando polvo de metal. Y aguantando al hijo de puta de mi jefe, que me odia porque soy enlace sindical. Bueno, aguantando ya no, que me despidió el cabronazo hace ya tres años y desde entonces la Toñi está fuera de sí. 
            Es que esta mujer, que yo no digo que sea mala, que es muy limpia y muy buena madre y muy trabajadora, que si no hubiera sido por las casas que limpiaba no hubiéramos sacado a los chicos adelante, pero parece que ahora todo me lo echa en cara. Desde que los hijos se fueron de casa está todo el día jodiendo la marrana. Que si no fumes, Juan; que tienes que buscar curro, Juan; que si estás cada día más gordo, Juan… Joder, como si ella fuera la Claudia Schiffer esa, que parece una albóndiga con patas.
            Pues nada, que me parece a mí que ya con lo del coronavirus este se está volviendo medio loca. Venga a desinfectar y desinfectar la casa y a controlarlo todo: lo que como,  lo que bebo, lo que fumo, el ejercicio que hago... Diez mil pasos dice que tengo que hacer al día. Y me ha comprado un relojito de esos que mide los pasos. Me lo  programó el hijo mayor. Es que estamos todos tontos o qué. Diez mil pasos. Y cómo voy a andar diez mil pasos en esta mierda de casa de cincuenta metros. Como ella, supongo, que parece una oveja modorra todo el puto día pasillo adelante y atrás. Digo yo que un hombre tendrá derecho a echarse unas cervezas tranquilamente viendo la tele. Pues ella erre que erre. Juan, que son muchas. Coño, pues nos las cuentes, que parece que no tienes otra cosa que hacer.
            Estoy desesperado, el puto paquete no aparece. Estoy convencido de que me lo ha escondido. Así que, cuando se ponga a hablar con los chicos por videoconferencia o como se diga eso, aprovecho para buscarlo, después de saludarlos. A mí ese rollo no me va. Ahí todos pequeños en la pantalla,  hablando a la vez, que se oye fatal y yo me aturdo y no entiendo nada y los nietos, yayo, yayo, te quiero y yo me emociono y me voy, que no quiero que me vean llorar.
            Y es que ya no entiendo nada de lo que hay a mi alrededor. Quién me iba a decir a mí, el líder sindical de la empresa y ahora ni hablar con mis nietos puedo, si la Antonia no hubiera puesto ese chisme en el ordenador. Que esa es otra, el ordenador. Porque se empeñó ella en comprarlo, que será para su Club de Lectura o alguna de esas tontunas que hace ahora, que parece que se quiere hacer la intelectual. ¡Habrase visto! Pero, alma de dios, si no tenemos ni el Graduado Escolar. ¡A quién vamos a engañar! Bueno, ella sí que se sacó el título en una Escuela de Adultos por las tardes. Ojo, y a mí no me pareció mal, porque los chicos se habían independizado y yo pensé que tenía eso del nido vacío, el síndrome ese, que se sentía sola. Y ella, que me dejó sin saber qué decir, diciendo que era por mí, que por internet podía encontrar ofertas de trabajo. Esta mujer es que parece que ahora tiene respuesta para todo.
            La verdad es que nosotros ya no sabemos de qué hablar cuando estamos juntos, que ya ni la conozco, que me parece otra,  porque yo no he hecho otra cosa más que trabajar toda mi puta vida y nunca estaba en casa. Y total, para qué, para que al final se libren de mí con una mierda de indemnización y luego un subsidio de caridad. Vamos, que le dan ganas a uno de mandarlo todo a la mierda.
            Dónde coño estará el puto paquete. Si lo encuentro lo racionaré, que a saber cuándo vuelven a abrir los estancos. Si lo pienso, me vuelvo loco. Eso me dice la Toñi, que no piense tanto, que le doy demasiadas vueltas a todo.  Ella hace yoga y meditación y chorradas que yo no sé quién le ha metido en la cabeza. El otro día, sin ir más lejos, se empeñó en que bailáramos juntos con una música que ni era música ni nada. Anda, mujer, que hace más de treinta años que no bailamos juntos. ¿Será posible?
            Si no lo tiene escondido en el cajón de su mesilla de noche, que yo ahí nunca miro, me suicido, juro que me suicido, que estoy ya hasta los huevos de todo. Esta tarde mientras haga el yoga, que se queda como ida, miraré. Por dios, que esté allí. Como dijo aquel, mi vida por un cigarro. Mierda, ya no sé ni lo que digo.

            Sí, ya sé que solo es un puto paquete de tabaco, pero me daría un poco de ilusión. La ilusión, esa también debe de estar  escondida, porque yo no la encuentro. El día menos pensado me quito del medio, que total para lo que sirvo. Le haría un favor a la Toñi. Ella tiene su vida y yo solo soy un estorbo, un marrón, como mi brazalete. 

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