Ir al contenido principal

El espectáculo debe continuar



YO, QUE HE VIVIDO TANTAS VIDAS, que he fingido tantas muertes, que le he prestado mi voz, mi sangre y mis entrañas a Nerón, a Calígula y a Julio Cesar, a Napoleón, a Don Quijote y a Gengis Khan, a el Zorro y al vampiro, a tantos galanes y villanos, hoy he sido relegado a papeles secundarios; en ocasiones sin texto, ya no me queda nada más, pero ahora mi nombre será recordado en los años venideros.

Querido hijo, mi amado heredero, príncipe Macbeth, cuando hoy hundas tu daga en mi costado, no será de atrezo sino verdadera. Hoy no solo morirá el rey Duncan sobre el escenario, sino también este pobre viejo, que no se resigna a arrastrar sus pies sobre las tablas, a olvidar sus frases…, a perder la cabeza.

Que estas líneas sirvan también a las autoridades para exculparte, pues yo he cambiado el arma falsa por otra verdadera.  Y también al elenco, a los técnicos, y al público en general.

Os pido a todos que siga la función.  Aunque no pueda cuando baje el telón salir a saludar.

En Mérida, a 8 de agosto de 2042.

 

Firmado: Antonio Banderas.

-          No pueden pretender seguir con el festival este año!-Bramó el Ministro de Gaming y Entretenimiento; un envejecido pero todavía reconocible Mario Vaquerizo, que paseaba sus huesos revestidos por un impecable traje a medida, de un brillante color dorado, eso sí, por su despacho de maderas nobles,… blandiendo la nota que encontraron en el suelo tras limpiar el charco de sangre.-Le ofrecimos ese papel por pura humanidad.  ¡Si el alzheimer ya se lo estaba comiendo vivo! Y va el tío y se suicida en nuestras narices.  Y encima Macbeth era el primer cabeza de cartel, el gran Mario Casas.

-          Pero señor Ministro-terció su interlocutor, el director del Festival de Mérida, un orondo y escéptico Asier Etxeandía.-Ya sabe, el espectáculo debe continuar.  En mi lugar usted haría lo mismo.


EEva Fernández



Comentarios

Entradas populares de este blog

El collar desaparecido

por Miguel Angel Marín Cuando María abrió la puerta de la mansión aquella noche, desconocía que iba a llevarse el susto de su vida. Enmarcado por la luz de un relámpago, apareció la figura de un hombre altísimo de tez muy blanca y ojos claro, casi transparentes. Mostrándole una placa y con voz de ultratumba, el albino dijo: —      Inspector Negromonte. María lo hizo pasar al salón principal donde ya lo esperaba un nutrido grupo de personas. D. Adolfo, marqués de Enseña, señor de la casa, estaba algo molesto por la reunión a tan intempestivas horas. También estaban Dª. Clara, su mujer, de mediana edad, algo gruesa y con cara de pizpireta; Lucas, el mayordomo, un hombre delgado y de rictus estricto; Esteban, el mozo, jardinero y chófer, un hombre joven y fuerte que no parecía tener muchas luces; D. Augusto, administrador del marqués, un hombrecillo mayor que se veía muy nervioso; El padre Santiago, asesor espiritual del marqués y amigo de la familia; Mar...

Intruso

  PARA VOLVER A METERSE EN EL ATAÚD  tendría que encogerse bastante, darse prisa y apartar un poco el cuerpo que reposaba inerte sobre la dura superficie de madera. Se oían voces fuera, que callaron al escuchar el cierre de la tapa. -¿Quién anda ahí? Escuchó la voz amortiguada del viejo sacerdote que recorría el pasillo central de la capilla. Podía imaginarle, sorprendido por la oscuridad, porque hasta la pequeña lamparilla del sagrario estaba apagada. Desde dentro del féretro ella escuchaba muy fuerte su propia respiración, aunque cada vez más tenue. Nunca supo que el sepulturero había comentado después en el bar: – Con lo flaco que estaba y cómo pesaba el cabrón… ¿A quién se habrá llevado a la tumba?

El naufragio

  Por Eva Fernández La primera vez que lo vio sin gafas sus ojos solo le parecieron preciosos.  Hoy, que lo ha mirado  mejor ha visto que  ¡Sus ojos son dos islas!- Rodean sus pupilas dunas de arena, bañadas por el mar, con olas que rompen en la orilla cuando pestañea.  Por eso no puede dormir hasta que la marea lo mece y lo aquieta. Si se pone nervioso no  concilia el sueño, se desvela del todo, y esconde las islas tras la bruma de los cristales,  hasta que deja de escucharse el sonido del mar. A veces, cuando pasa eso, ella tampoco duerme.  El otro día pensó que, tal vez, si lo acunaba, o si lo abrazaba, se dormirían por fin y de tanto pensar en abrazarlo, le creció un brazo en la cadera; pero un brazo corto, que no servía para mucho, era muy incómodo para dormir de lado, y en realidad le sobraba, solo servía para sostener el café por la mañana o para llamar al ascensor. Ya solo podía llevar vestidos o faldas con bo...