Llegó el otoño
Sentada frente al amplio ventanal de la sala
polivalente, Adelaida contemplaba, ensimismada, cómo el sendero que conducía a
la entrada principal de la residencia se iba cubriendo de hojas amarillentas. Se
desprendían mansamente de los plátanos de paseo que bordeaban el camino. Había
llegado el otoño. Oscurecía y las sombras de la noche se extendían por el
jardín y le daban un aspecto fantasmal y melancólico. Adelaida se estremeció con un
escalofrío que le recorrió toda la espalda desde la nuca. Se arrebujó en su
toquilla de lana. Sus entumecidos huesos acusaban ya los cambios de tiempo.
Pero era el mismo escalofrío que había sentido aquella otra tarde de otoño de hacía
muchos años, cuando era joven y no padecía los achaques que ahora la atosigaban.
Aquella
tarde, como todos los jueves, Gabriel la había ido a buscar a la salida del
taller. Solían ir a dar un paseo al parquecito que estaba cerca de donde
Adelaida vivía con su madre. Si el tiempo lo permitía, se sentaban en un banco
a hablar de sus cosas, de sus trabajos, de sus familias, de esa vida que algún
día esperaban compartir. Antes de que Gabriel la acompañara hasta el portal de
su casa, procuraban escabullirse detrás del bosquecillo y robarse mutuamente
unos furtivos besos, a resguardo de las miradas reprobatorias de otros
paseantes y de las reprimendas e inevitable multa que les impondría el policía
de turno, siempre al acecho y celoso guardián de la decencia y las buenas costumbres. Eran otros tiempos y cualquier
atisbo de efusión carnal, por liviana e inocente que fuese, se consideraba un
atentado contra la moral y el decoro.
_ Hoy
estás muy callado, Gabriel. ¿Te ocurre algo? ¿Has tenido algún problema en el trabajo? .- Le había preguntado Adelaida ansiosa,
mirándole a los ojos que, en aquel momento, le habían parecido muy sombríos.
_ No, nada de eso. Es que, había titubeado
Gabriel, tengo que contarte algo
importante, Deli, y no sé cómo decírtelo ni cómo te lo vas a tomar.
_ Pues si no me lo cuentas, nunca lo
sabrás. ¿De qué se trata?
_ Verás. Tú ya sabes que como mozo de
almacén gano muy poco y no tengo ninguna posibilidad de ascenso. He tratado de
encontrar otro trabajo, pero no hay nada. ¿Cómo vamos a pensar en casarnos y
formar una familia si apenas me da para mantenerme yo? Deli, aquí no tengo futuro y no puedo
ofrecerte la vida que mereces.
Adelaida se había estremecido, temiendo oír lo que vendría a
continuación, pero Gabriel había continuado, entonces ya irrefrenable:
_ He tomado una decisión. Un antiguo compañero
del trabajo se fue a Alemania hace
unos meses. Ayer recibí una carta suya. Me dice que las cosas le van muy bien. Que
allí hace falta mucha mano de obra y que seguro que podría entrar a trabajar en
la misma fábrica en la que él está. En dos o tres años podría ahorrar lo
suficiente para comenzar una vida juntos. Te lo prometo. El tiempo pasará
rápido. ¿Me esperarás, Deli ? Prométeme tú también que me esperarás.
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