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Nexus

por Miguel Ángel Marín


Había llegado tarde. A pesar de que había ordenado poner el motor, un propulsor a efecto hall, a su máxima potencia, cuando alcanzamos la nebulosa del Anillo, en la constelación de Lira, el satélite artificial Nexus, ya no estaba allí. En su lugar había un gran espacio negro en el que el gas y el polvo interestelar eran muy abundantes y se habían formado nubes heladas.

¿Qué habría pasado? ¿Dónde se encontraba aquel enorme objeto artificial? 

— Desplegad sondas en todas las direcciones — ordené.

El teniente Suyoky, un asiático treintañero y la contramaestre Ruberts, una afroamericana algo mayor, me miraron preocupados. No era para menos. Esperábamos abastecernos en dicho lugar. La estación más próxima estaba a 75 parsecs, inalcanzable para nosotros sin repostar.

— Señor, las sondas ZB26, XY18 y MQ6 envían unas lecturas interesantes. — dijo   Ruberts. 

— No se trata de la estación, pero señalan un pequeño planetoide con muchas posibilidades. — Añadió.

— Muéstreme esas lecturas. — Dije, sin mucho convencimiento.

La pantalla central se iluminó con todo tipo de datos, gráficas y símbolos cambiantes.

— Efectivamente. Muy curioso. — dije analizando las cifras.

— Está dotado de una atmósfera ligera,  pero la mezcla de gases es similar a la de nuestro planeta. Está situado a la distancia adecuada de una estrella mediana, tiene un núcleo rocoso y la temperatura y presión es compatible con la existencia de agua líquida y podría albergar algún tipo de vida. — me sorprendí.

— ¿Hay algún indicio sobre el paradero del Nexus? – Pregunté.

— No señor. 

— Dirijan la nave hacia el planetoide. Veamos qué hay ahí. 

Poco después atravesábamos la blanca atmósfera. Tras dejar atrás una extensa capa de nubes apareció ante nosotros un paisaje pintoresco. Se veían grandes extensiones de color verde brillante surcadas por venas azules. Eran ríos y arroyuelos por donde discurría, sin duda, agua líquida, que atravesaban la llanura. En algunas zonas, un color verde más oscuro presagiaba la existencia de densos bosques. El terreno fértil daba paso a unas playas amarillas y terminaba en un mar azul oscuro en el que se apreciaban las crestas blanquecinas de las olas.

De pronto, localizamos sobrevolando a nuestro alrededor una cuadrilla de P-51 Mustangs, unos cazas americanos utilizados en la II guerra mundial. 

Con los ojos como platos,  nos llegó una comunicación por audio.

— Aquí la brigada Orlando, de la fuerza aérea norteamericana en Filipinas, nave desconocida, identifíquese o nos veremos obligados a derribarla. 

Todos los sistemas cibernéticos de mi cuerpo se pusieron en alerta.

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