Por Miguel Ángel Marín
Sale de trabajar ya de noche. El día ha sido flojo. Solo unos pocos pedidos
de comida para llevar. El suyo es el único establecimiento abierto. Ningún
cliente en el bar. Un par de trabajadores en la cocina, ella tomando nota de
las comandas y cuatro ciclistas para entregarlas. Todo se hace por teléfono, mail
o wasap. El ambiente en el exterior es fresco. Se abrocha la cazadora. El Paseo
de Independencia está vacío. Ningún peatón, ningún coche. Incluso se han
olvidado de encender las farolas. Todo está oscuro. Tiene que conectar la
linterna del móvil para orientarse y no chocar con los obstáculos. El silencio.
La ciudad entera conteniendo la respiración. Una sensación de soledad, de
desasosiego le invade, inmersa en un ambiente desolado, irreal. El miedo. El
enemigo invisible sigue activo, agazapado y letal.
De pronto un coche que la deslumbra. Lleva luces de policía. Le dan el
alto.
-
¿Adónde va usted? – le pregunta un agente joven sin bajarse del auto.
-
Salgo de trabajar del “Bocatas” y me voy para casa. – contesta con desgana.
-
A ver, la documentación.
Le entrega el documento
que indica que es personal esencial y le dispensa del confinamiento para ir a
trabajar. El policía lo comprueba.
-
De acuerdo. Dese prisa. No se entretenga. Ha habido un apagón y no se ve ni
torta.
-
¿Entretenerme con qué?
Aprecia en sus ojos
comprensión y tristeza.
- Sí…claro. Buenas noches. – finaliza el guardia.
Continúa su camino. Hace un año aceptó ese trabajo de fin de semana, para ir ganado algún dinero mientras finalizaba sus estudios. Hace un año…Las clases en la universidad, salir de fiesta con sus amigas, su novio…Llegó el virus. La sanidad colapsada. Primer confinamiento. Luego, la nueva normalidad. Lavado de manos, hidrogeles, distancia de seguridad, todo el mundo con mascarillas. Pero volvió. Ya nadie lleva mascarillas, ¿para qué? Se descubrió que no servían para nada. Algo más se conoce. El virus es inteligente y elige a sus víctimas. No sabemos en base a qué. No habrá vacuna. No podemos hacer nada. Solo esperar no ser elegidos, que pase de nosotros o desaparezca. Ahora, aquel trabajo eventual se ha convertido en permanente, en la única fuente de ingresos de la familia. La sociedad se ha hundido.
El cielo está negro. La
Luna desapareció de un día para otro. ¿Será verdad que era una nave espacial camuflada,
que nos vigilaban y que el virus ha sido su regalo de despedida?
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