Tras la máscara
Inés abre los ojos y se despereza risueña.
Esta noche ha dormido de un tirón, lo que no conseguía desde hacía tiempo. A
través de la ventana intuye un día espléndido. Pero su alegría se desvanece en
cuanto se da cuenta de que seguimos inmersos en la pandemia.
Contrariada, aunque resignada, conecta la
radio para escuchar las noticias. Sabe de antemano que serán igual de
desalentadoras que los días anteriores.
¿Cuándo acabará esta pesadilla? Recuerda el
día que comenzó el estado de alarma, hace ya más de seis meses. Aquello no
podía estar pasando realmente. Parecía el guión de una mediocre película de
ciencia ficción, género que nunca le ha entusiasmado. Y, sin embargo, tuvo que rendirse
a la funesta evidencia de que lo que estaba sucediendo era tan real como
lamentable.
Sabe
que no tiene derecho a quejarse y que debe considerarse una privilegiada. La empresa en la que trabaja se ha mantenido
a flote y ha fomentado el teletrabajo. Solo tiene que acudir una vez a la
semana y las medidas de higiene y seguridad son exhaustivas. Hoy precisamente es
su día de trabajo presencial. Así que, después de arreglarse y desayunar,
comprueba que lleva en el bolso el gel hidroalcohólico y se coloca la
mascarilla. Ya no se maquilla, ¿para qué?. Con las gafas y la mascarilla casi
no se le ve la cara. Eso sí, no ha renunciado a un toque de coquetería y se ha
procurado un buen número de mascarillas de diferentes colores y estampados para
poder combinarlas con su ropa. Antes muerta que sencilla.
El ascensor se ha detenido. Paco, su vecino
del cuarto, abre la puerta y esboza un saludo entre disculpa y fastidio.
_ Lo siento, ya no puedes…
_ Nada, nada, si además tengo que
volver. Me he olvidado la mascarilla.
_ Vaya, suele pasar…
Inés sale a la calle. Decide ir andando.
Tiene tiempo y prefiere no coger el
autobús. Se cruza con la gente embozada y piensa con tristeza que se ha borrado
la expresión de nuestros rostros y se nos ha perdido la sonrisa, al igual que
hemos perdido el calor de los abrazos, la placentera sensación de un beso o el
afable gesto de estrecharse la mano.
Y se pregunta si lograremos expresar todos
esos afectos a través de la mirada.
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