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No me avergüences

 

Por Eva Fernández


-No me avergüences.  Eres mi mensajera y el futuro de nuestro pueblo está en tus manos.  – Fue la seca despedida de Stevo a su hija Zika; mientras sus ojos negros se clavaban en los azules de ella y le transmitían el peso de la responsabilidad del momento a los hombros adolescentes de su hija.- De ti depende que comamos el próximo invierno, no lo olvides.

Ella se giró sin mediar palabra para evitar el llanto y subió en el vagón del tren de larga distancia sin volver la vista atrás, consciente de su misión, afianzar las relaciones comerciales con China, asegurar el intercambio de trigo y soja en la Nueva Hispalis, en tiempos de escasez.   Su matrimonio con un adolescente chino, al que apenas recordaba, había sido concertado de antemano cuando ambos eran unos niños.

El destino final era Ghonzou, una antigua provincia china.  El acuerdo suponía una alianza comercial muy importante, y llevaba como embajadora a su tesoro más preciado, Zika, a la que no vería en cinco años, los que debía durar el intercambio.

Una vez acomodada en el vagón, Zika cerró los ojos e intentó recordar el discurso que le habían preparado:

Ni hao… No recordaba nada más… Negó con la cabeza y sus ojos se anegaron de lágrimas.

-¿Por qué tengo que ir? No quiero… Sin embargo, a pesar de su juventud y su aparente fragilidad, era más fuerte de lo que aparentaba, y consciente de que de ella dependía el bienestar de su familia, de sus amigos, en realidad de todos los que conocía.

Se tapó con la manta del tren y recordó a su padre, en lo más parecido a una disculpa que alguna vez oyera:

-          Mira, Zika, yo… solo quiero lo mejor para todos.  Nuestra familia proviene de una estirpe legendaria, de cuando casi todas las personas vivían en las ciudades y había casas al lado del mar, por eso llevamos con orgullo nuestros tatuajes, para recordarles... Dijo acariciandole su marca familiar, una tela de araña dorada en el hombro.

Sabes que tenemos que protegernos, ¿verdad? Por eso ahora vivimos en pueblos pequeños, lejos de la costa, en las montañas… También es porque tenemos que ser amigos de un país muy poderoso y lejano que se llama China. Y tú me tienes que ayudar…  Un día serás la Jefa.

Va a venir un niño de ese país con su familia a vivir aquí. Se llama Tang-O-Li   ¡Será muy divertido!

Esa fue la primera vez que oyó hablar de China; y que tuvo contacto con su cultura.  En efecto, llegó un niño chino de intercambio, y también una “embajadora”  un robot femenino que hacía de traductora y de profesora para Zika, y le enseño la caligrafía tradicional, sus primeras palabras, también organizaron un curso de tai chi y al amanecer todo el pueblo se concentraba en el ágora como hacen en los parques del gigante oriental. 

El recibimiento en Ghonzou fue tan cortés como frío.  No albergaba grandes esperanzas, pero en su pueblo siempre que llegaba un intercambio había una comida de bienvenida a la que asistía todo el pueblo, conciertos, invitaciones de las familias…

En cambio en Ghonzou todo era muy austero.  La casa era bastante pequeña.  Dormían en futones en el suelo que se recogían durante el día.  También comían sentados en el suelo, en una mesa baja. Cocinaban en un patio comunitario con otros vecinos y la dieta se componía principalmente de arroz y verduras.  Ni rastro de tecnología.

En realidad Tang-O-Li, no pertenecía a la familia con la que se alojaba, era un pariente lejano, pero se había considerado indecoroso que viviera en la misma casa que él, por lo que sus encuentros fueron escasos al principio.  Él recordaba vagamente su estancia en Numan, el pueblo de Zika, pero sí algunas palabras en su idioma, por lo que más o menos podían comunicarse.

Zika no regresó a su aldea hasta que los intercambios ya no fueron necesarios.  Su pelo ya no era del color del trigo sino del de la nieve, y la acompañaba su hijo, un hombre de rasgos orientales,  ojos azules y pelo oscuro, que lucía un singular tatuaje circular en un hombro con un ideograma rodeado por una tela de araña,   y  que, inclinado sobre la tumba de Stevo, escuchó  a Zika murmurar:

-          Padre, he cumplido mi promesa.  

 


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