Poderes
El día que
Merceditas vino al mundo hubo un gran alborozo en la familia Muñiz- Montalbán,
que se propagó por todo el pueblo. Y no era para menos. Después de nueve hijos
varones, curtidos y robustos como robles, la llegada de esta niña, no por
inesperada menos deseada, supuso para todos una inmensa alegría. La acogieron como
un preciado juguete que había que cuidar y mimar. Era como una muñeca,
diminuta, con la carita redonda y luminosa como una moneda de chocolate y
orlada por unos mechones de rizos rubios. Le pusieron Merceditas por su abuela
Mercedes y todos se volcaron con ella, sus padres, Matilde y Matías, y todos
sus hermanos desde Manuel, el mayor, hasta el que había sido el benjamín,
Martín, pasando por Mario, Miguel, Marcos, Maximiliano, Mauro, Moisés y Mateo. Merceditas creció como una niña
feliz y vivaracha que a todos encandilaba con sus gracias. Tenía una
inteligencia tan prodigiosa para su edad que dejaba a todos boquiabiertos con
sus preguntas y comentarios.
Leía de corrido desde muy temprana edad,
mejor dicho, devoraba los libros y escribía y dibujaba con primor. Pero había
algo que los sorprendía aún más: de vez en cuando y sin previo aviso clavaba
sus preciosos ojos azules en un punto fijo y entraba como en trance, como si le
hubiera dado un pasmo. Era breve, pero cuando reaccionaba no se acordaba de
nada y volvía a ser la niña alegre y avispada de siempre. Ni los pediatras ni
especialistas consultados encontraron nada anómalo que justificase tales
ataques y su familia se acostumbró a ellos como algo natural, pero con el
tiempo se percataron de que siempre que Merceditas volvía de sus estados de
shock, se producían pequeños desastres domésticos: un espejo se estampaba
inexplicablemente contra el suelo y se hacía añicos, el guiso que con tanto
esmero había cocinado Matilde, se quemaba y resultaba incomible, los macizos de
flores del jardín, lozanos y frondosos el día anterior, aparecían de repente
marchitos y mustios. Eran extrañas coincidencias, pero toda la familia, cuando
Merceditas caía en trance, estaba
pendiente de qué ocurriría a continuación.
A Merceditas le
encantaba subir a la buhardilla. Podía pasarse horas jugando con una colección
de muñecas antiguas que nadie sabía cómo habían ido a parar allí. Las sacaba
con mucho cuidado del baúl en el que después las volvería a guardar y las
colocaba en corro. Cada muñeca vestía el traje tradicional de un país y
Merceditas le hablaba a cada una, de forma espontánea y fluida, en el idioma
correspondiente. Pero eso no era lo más sorprendente, sino que las muñecas le
contestaban.
Un día, la niña
estaba sentada en el suelo rodeada de unas cuantas muñecas y parloteando con
ellas, cuando en el desvencijado orejero que había en un rincón, apareció una
anciana de pelo blanco y expresión dulce que le sonreía afablemente. Merceditas
no solo no se sobresaltó, sino que le devolvió la sonrisa.
-
“No te
asustes, mi niña, ¿sabes quién soy?”
-
“¿Y por
qué iba a asustarme? Sabía que vendrías. Eres mi abuela Mercedes.”
-
“Exacto. Y
¿sabes por qué he venido a verte?”
-
“Creo que
es por lo que me pasa a veces, ¿verdad?”
-
“Pues sí.
Me he dado cuenta de que tienes ciertos poderes para provocar que sucedan pequeños
acontecimientos, pero estos son siempre adversos. A mí también me pasaba lo
mismo a tu edad., hasta que aprendí a controlarlos. He venido para ayudarte a
encauzar tu mente de manera que la induzcas a que ocurran hechos favorables.
Confía en tu fuerza, pero no esperes lograr grandes hazañas. Confórmate con
conseguir éxitos en los aconteceres cotidianos. Ahora tengo que marcharme.
Buena suerte.”
Dicho esto volvió a
sonreír, le lanzó un beso con la mano y desapareció.
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