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Mostrando entradas de enero, 2018

EPÍLOGO

Por Eva Fernández Para él tampoco había sido fácil.  Toda la vida juntos, conocía cada curva de su cuerpo, cada gesto, cada frase que decía, y últimamente, cada reproche, cada suspiro… Aun así siempre la querría.  Aunque fuera de otra manera, era la madre de sus hijos, la única que le recordaba las citas con el médico y los cumpleaños y sabía porqué le gustaba tanto Cat Stevens. Se había propuesto contener el llanto a toda costa, así que en vez de despedirse con un abrazo o acariciarle el pelo como le habría gustado se dieron un frío apretón de manos, como dos extraños.  Al parecer, es lo que serían a partir de ahora. El apartamento alquilado estaba vacío, oscuro y la humedad dibujaba manchas en las paredes y los techos.  Los muelles del somier rechinaban y el eco de las pisadas le recordaba que estaba solo, así que se dispuso a deshacer el equipaje, para no pensar. Tras colgar su ropa en el armario, colocar los libros y los discos en la...

ALBERTO Y LA SEÑORA

Oí como se abrían las puertas del ascensor, e , inmediatamente después, el sonido de unos pasos amortiguados sobre la moqueta del pasillo justo antes de abrir la puerta. Ahí estaba esa extraña, despeinada, con la falda sucia y arrugada, preparada para arrearme un bolsazo a la menor oportunidad. -           Creo que ha habido un lamentable error, señora.- Me apresuré a decir. -           ¿Cómo que un lamentable error, Alberto? Dejame pasar, por favor, que llevo una hora esperando ahí abajo y tu, nada, hasta que te he visto asomado al balcón. -           Que no, que no, que yo no la conozco de nada. -           ¿Pero como que no me conoces? Soy yo, papá, que solo he bajado un momento a comprar una botella de agua, ¿No te acuerdas? Fruncí el ceño, confuso, y giré la cabeza hacia la cama, que de repen...

MARIPOSA

Por Eva Fernández Suena I will survive en el móvil.  Lo apago rápidamente.  Me desperezo y por fin me levanto de la siesta.  Me meto en la ducha para terminar de espabilarme, me enjabono al cabeza y el cuerpo y aprovecho para depilarme, deslizando suavemente la cuchilla, que dibuja surcos de jabón sobre mi piel. Me extiendo la crema hidratante y me envuelvo con la toalla.  El espejo me devuelve la imagen borrosa del cristal empañado.  Me seco el pelo con otra toalla. Y luego con el secador mientras la bruma del espejo se disipa, e intento calmar las mariposas de mi estómago. Voy hasta la habitación y saco del cajón superior de la cómoda la ropa interior de esta noche.  El conjunto lencero negro, el liguero a juego y las medias negras de cristal con costura detrás.  Saco del segundo cajón el corpiño de cuero negro con tachuelas y la minifalda roja.  Me visto.  Abrocho con cuidado el liguero a las medias y compruebo que la costura qu...

ANTES DEL AMANECER

Por Eva Fernández Se despertó de madrugada.  Mucho antes del alba, de que el cielo se tiñera de rosa y de que el sol asomara por el horizonte.  Estaba entumecida, aterida por el frío de la mañana.  Así que se estiró mientras bostezaba, miró a sus cachorros dormir plácidamente, acurrucados juntos, y se levantó sigilosamente, alejándose deprisa sin hacer ruido. No le gustaba dejar a sus hijos solos, tan desvalidos aún, pero no le quedaba más remedio.  Solo sería un momento.  Tenían que comer. La leche se le había retirado ya, y ella también tenía hambre, un agujero negro, que se agrandaba por momentos,  que le hablaba desde las tripas y  que tenía que apartar de su pensamiento para concentrarse. Dejó de correr. Se detuvo un momento adecuando sus ojos a la oscuridad, alerta, escuchando.  No oía nada, no veía nada, pero sus pasos eran firmes, su instinto la guiaba. Tensó los músculos de las patas y empezó a correr en dirección al ri...

ÁGUEDA

Por Eva Fernández Águeda se puso muy pálida y no contestó. Casi no pronunció palabra en las semanas siguientes. Tan solo bordaba sentada junto a la ventana, porque al contar los puntos evitaba pensar y el sonido de las maderitas de boj apaciguaba su espíritu. Una tarde, ensimismada en sus negros pensamientos se descubrió maquinando su venganza.  Escondería semillas de escaramujo entre los bordados, para que se pincharan con ellos y no pudieran dormir.  La inocencia de su venganza le hizo sonreir y una lágrima escapó por su mejilla. No, no podía hacerle nada malo a su hermana, aunque sintiera que la había traicionado. Entonces tuvo una idea mejor. Se puso su vestido de tarde lila, y se colocó el sombrero a juego, un poco ladeado  y lo sujetó con horquillas al cabello, para que no se moviera. Se giró un poco para comprobar en el espejo que las horquillas no se veían y se pellizcó las mejillas, para darles un poco de color. Se subió a una silla y cogió de encima del...

AVENTURAS DE COLORES

Por Eva Fernández Tendría unos cinco años, y la tía Rosario vino a verme porque estaba enferma.  Y me regaló un cuento.  Era un cuento pequeñito, troquelado, donde la protagonista era una azafata de vuelo, con un uniforme azul.  Creo que fue mi primera aventura.  Y entonces decidí que cuando fuera mayor sería azafata, para conocer muchos sitios distintos. La verdad es que acabo de caer en la cuenta de que leí mucho cuando era pequeña, y de que  me regalaron muchos más. En el colegio, cada curso, hacíamos una pequeña biblioteca toda la clase.  Cada niña tenía que comprar un libro en Septiembre. Todas las semanas nos llevábamos uno a casa, y, a final de curso, cada una se llevaba el suyo, o los sorteábamos, no me acuerdo muy bien.  Creo que el mío se llamaba Aniceto el Vencecanguelos, que en cada capítulo tenía que superar un miedo distinto, como ir de noche a cazar gamusinos… También recuerdo a mi vecina Mari Carmen, que nos fue regalando a mi ...

LEGADO

Por Eva Fernández  “Me llamo Adela. Y voy a ser vuestra maestra este curso.” Así empezaba mi abuela Adela las clases todos los años, en cada pueblo al que era destinada, de espaldas a la pizarra, de cara a sus nuevos alumnos. Luego se giraba y escribía su nombre en la pizarra con su cuidada caligrafía, como de “Cuadernos Rubio”. Entonces se daba la vuelta otra vez y les preguntaba a sus alumnos de uno en uno cómo se llamaban, cuantos años tenían, si tenían hermanos, a qué se dedicaban sus padres. Cuando le respondía el último ya tenía una idea más o menos cabal de la estructura social del pueblo, que los niños replicaban en el aula, y a la vez se enteraba de qué niños eran hijos del alcalde, del médico, del veterinario, e intentaba identificar a los revoltosos, los aplicados, los chivatos … Así estuvo muchos años recorriendo los pueblos de Zaragoza, regresando a la capital de vuelta los fines de semana que no tenía que corregir demasiados exámenes y en las vacaciones de...

PALABRAS COMO PUÑALES

Por Eva Fernández Acababan de desayunar, el sol entraba a raudales por la ventana de la cocina, provocando destellos amarillos en el zumo de naranja, y parecía que ni Diego tenía ganas de irse ni Isabel de que se fuera.  Así que siguieron desayunando, luego la acompañó a por el pan y el periódico, y se tomaron otro café. Entonces él le dijo, - Creo que te quiero un poco, deberíamos pensar en vivir juntos. – Isabel casi se atragantó con el café. Menos mal que estaba sentada, si no se habría caído al suelo. Estaba halagada, claro, pero ¿vivir juntos? Hacía un mes que se conocían, y ella acababa de terminar otra relación, estrenar piso… Diego le gustaba mucho, pero… desde que lo había conocido, en aquella cena, su vida era una noria.  Quería disfrutar de su recién estrenada independencia, y todo empezaba a estar patas arriba, no tenía el control; dormía un día en su casa, otro en la de Diego, salía casi todas las noches, no se concentraba en el trabajo, era agotador,...

LA CARTA

Por Eva Fernández Escondes el sobre en la despensa, dentro la lata del café del estante más alto de la alacena. Vacías el morral y sales masticando un trozo de la hogaza y del tocino que te preparé esta mañana.  Te sientas en el banco del hogar y me miras dar la vuelta al guiso, avivar la lumbre y taparlo. -           Bueno, ¿qué? -           Están agobiaos, hartos de estar en esa covacha escondidos en el monte, asustaos… pero bien. A Juan, no lo he visto, me han dao una carta. Te encoges de hombros, pensativo.  Miras al vacío en dirección a la lumbre. Levantas la cabeza y me observas fijamente secarme las manos en el delantal y avanzar con paso firme a la despensa. Hay en la repisa un conejo y un manojo de té. -           El té lo había cogido Juan.  El conejo me salió al paso. – Elevas la voz, para que te oiga d...