Por Eva Fernández
Se despertó de madrugada.
Mucho antes del alba, de que el cielo se tiñera de rosa y de que el sol
asomara por el horizonte. Estaba
entumecida, aterida por el frío de la mañana.
Así que se estiró mientras bostezaba, miró a sus cachorros dormir
plácidamente, acurrucados juntos, y se levantó sigilosamente, alejándose deprisa
sin hacer ruido.
No le gustaba dejar a sus hijos solos, tan desvalidos aún,
pero no le quedaba más remedio. Solo
sería un momento. Tenían que comer. La
leche se le había retirado ya, y ella también tenía hambre, un agujero negro,
que se agrandaba por momentos, que le
hablaba desde las tripas y que tenía que
apartar de su pensamiento para concentrarse. Dejó de correr. Se detuvo un
momento adecuando sus ojos a la oscuridad, alerta, escuchando. No oía nada, no veía nada, pero sus pasos
eran firmes, su instinto la guiaba.
Tensó los músculos de las patas y empezó a correr en
dirección al rio, serpenteante, casi seco, guiada por el aroma almizclado, de
una manada de gacelas que flotaba en el aire. En esa manada, delante de ella,
estaba su desayuno. La alcanzó poco
antes de llegar a la orilla. Ellas
también la habían olido, y corrían inquietas, desordenadas, protegiendo a sus
cachorros, huyendo.
Una cría rezagada, un poco alejada, trastabillaba un
poco. La leona no lo dudó, frenó en
seco, enderezó el rumbo, y, allí, entre los matorrales, la atacó sin piedad. Con un leve temblor la pequeña gacela dejó
de moverse. Se la llevó arrastrándola con la boca, y la depositó
cuidadosamente, en el promontorio donde
sus cachorros aún dormían. Los despertó,
mordisqueándoles las orejas, lamiéndoles la cara. El resto de las leonas, los leones, las hienas, pronto aparecerían a por su ración. Esperaba poder comer un poco ella también. La
carrera la había dejado exhausta. Levantó de nuevo la cabeza, oteó el horizonte.
El día ya clareaba, aunque la bola de fuego no se veía aún. De un bocado, arrancó un trozo de carne, se tumbó
junto a sus pequeños , y mientras masticaba, entornó los ojos, y observó al sol
naciente derramar su reflejo en el cauce
del río.
Comentarios
Publicar un comentario