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PALABRAS COMO PUÑALES



Por Eva Fernández

Acababan de desayunar, el sol entraba a raudales por la ventana de la cocina, provocando destellos amarillos en el zumo de naranja, y parecía que ni Diego tenía ganas de irse ni Isabel de que se fuera.  Así que siguieron desayunando, luego la acompañó a por el pan y el periódico, y se tomaron otro café. Entonces él le dijo,
- Creo que te quiero un poco, deberíamos pensar en vivir juntos. –
Isabel casi se atragantó con el café. Menos mal que estaba sentada, si no se habría caído al suelo. Estaba halagada, claro, pero ¿vivir juntos? Hacía un mes que se conocían, y ella acababa de terminar otra relación, estrenar piso… Diego le gustaba mucho, pero… desde que lo había conocido, en aquella cena, su vida era una noria.  Quería disfrutar de su recién estrenada independencia, y todo empezaba a estar patas arriba, no tenía el control; dormía un día en su casa, otro en la de Diego, salía casi todas las noches, no se concentraba en el trabajo, era agotador, aunque nunca se había divertido tanto.
Así que, cogió aire y le dijo:
- ¿vamos un poco rápido, no? Me gustas mucho, pero no sé si quiero vivir contigo, … todavía.  
Al pobre Diego le cambió el semblante.  No se lo esperaba.  Sus palabras  fueron para él como puñales  afilados de los que Isabel no había medido el daño que podían hacer.
Y aunque se arrepintió enseguida, diciéndole que se había equivocado, que le iba a hacer sitio en el armario, y que trajera las cosas que quisiera, Diego negó tajantemente, herido en su orgullo.
Ahora sabe que ese fue el comienzo del fin.  Isabel lo intentó muchas veces más, pero las heridas no  cicatrizaron o el orgullo pudo más, y Diego ya nunca quiso vivir con ella.

Y cada vez que pasa por ese café, camino de su casa, Isabel daría lo que fuera por volver a ese momento y cambiar su respuesta.  Decirle que sí, que le abría la puertas de su casa, como ya le había abierto, tirando la llave, la de su corazón.

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