Ir al contenido principal

MARIPOSA

Por Eva Fernández

Suena I will survive en el móvil.  Lo apago rápidamente.  Me desperezo y por fin me levanto de la siesta.  Me meto en la ducha para terminar de espabilarme, me enjabono al cabeza y el cuerpo y aprovecho para depilarme, deslizando suavemente la cuchilla, que dibuja surcos de jabón sobre mi piel.

Me extiendo la crema hidratante y me envuelvo con la toalla.  El espejo me devuelve la imagen borrosa del cristal empañado.  Me seco el pelo con otra toalla. Y luego con el secador mientras la bruma del espejo se disipa, e intento calmar las mariposas de mi estómago.

Voy hasta la habitación y saco del cajón superior de la cómoda la ropa interior de esta noche.  El conjunto lencero negro, el liguero a juego y las medias negras de cristal con costura detrás.  Saco del segundo cajón el corpiño de cuero negro con tachuelas y la minifalda roja.  Me visto.  Abrocho con cuidado el liguero a las medias y compruebo que la costura quede recta, con un escorzo digno de la Pataki.  Elijo los stiletos rojos con plataforma, y con ellos en la mano vuelvo al baño.

Enciendo la luz y cojo una maquinilla nueva, me extiendo la espuma de afeitar por las mejillas, el mentón, el bigote y el cuello y me afeito despacio, apurando, pero intentando no cortarme.  Me coloco un trozo de papel alrededor del cuello para no mancharme y empiezo a maquillarme.  Corrector. Iluminador.  Base.  Que cubra bien la barba.  Colorete en los pómulos y un poco en la frente, en la punta de la nariz y en la barbilla.  Saco las pestañas postizas de su estuche y las coloco sobre las mías, aplicando la máscara por encima.  Dibujo una línea curva por encima del pegamento con el delineador negro.  Sombra marrón.  Dibujo el contorno de los labios con el perfilador rojo y los termino de maquillar con la barra del mismo tono.

Manuel se ha desvanecido y Ágatha me mira complacida desde el fondo del espejo.  Cojo las llaves y el bolso y bajo al garaje.  Queda una larga noche hasta que Ágatha se despoje de sus alas de mariposa nocturna y salude a Manuel en el retrovisor de vuelta a casa, convertido en una oruga, que se va a trabajar a la fábrica, con sus ojeras a cuestas. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

El collar desaparecido

por Miguel Angel Marín Cuando María abrió la puerta de la mansión aquella noche, desconocía que iba a llevarse el susto de su vida. Enmarcado por la luz de un relámpago, apareció la figura de un hombre altísimo de tez muy blanca y ojos claro, casi transparentes. Mostrándole una placa y con voz de ultratumba, el albino dijo: —      Inspector Negromonte. María lo hizo pasar al salón principal donde ya lo esperaba un nutrido grupo de personas. D. Adolfo, marqués de Enseña, señor de la casa, estaba algo molesto por la reunión a tan intempestivas horas. También estaban Dª. Clara, su mujer, de mediana edad, algo gruesa y con cara de pizpireta; Lucas, el mayordomo, un hombre delgado y de rictus estricto; Esteban, el mozo, jardinero y chófer, un hombre joven y fuerte que no parecía tener muchas luces; D. Augusto, administrador del marqués, un hombrecillo mayor que se veía muy nervioso; El padre Santiago, asesor espiritual del marqués y amigo de la familia; Mar...

Intruso

  PARA VOLVER A METERSE EN EL ATAÚD  tendría que encogerse bastante, darse prisa y apartar un poco el cuerpo que reposaba inerte sobre la dura superficie de madera. Se oían voces fuera, que callaron al escuchar el cierre de la tapa. -¿Quién anda ahí? Escuchó la voz amortiguada del viejo sacerdote que recorría el pasillo central de la capilla. Podía imaginarle, sorprendido por la oscuridad, porque hasta la pequeña lamparilla del sagrario estaba apagada. Desde dentro del féretro ella escuchaba muy fuerte su propia respiración, aunque cada vez más tenue. Nunca supo que el sepulturero había comentado después en el bar: – Con lo flaco que estaba y cómo pesaba el cabrón… ¿A quién se habrá llevado a la tumba?

El naufragio

  Por Eva Fernández La primera vez que lo vio sin gafas sus ojos solo le parecieron preciosos.  Hoy, que lo ha mirado  mejor ha visto que  ¡Sus ojos son dos islas!- Rodean sus pupilas dunas de arena, bañadas por el mar, con olas que rompen en la orilla cuando pestañea.  Por eso no puede dormir hasta que la marea lo mece y lo aquieta. Si se pone nervioso no  concilia el sueño, se desvela del todo, y esconde las islas tras la bruma de los cristales,  hasta que deja de escucharse el sonido del mar. A veces, cuando pasa eso, ella tampoco duerme.  El otro día pensó que, tal vez, si lo acunaba, o si lo abrazaba, se dormirían por fin y de tanto pensar en abrazarlo, le creció un brazo en la cadera; pero un brazo corto, que no servía para mucho, era muy incómodo para dormir de lado, y en realidad le sobraba, solo servía para sostener el café por la mañana o para llamar al ascensor. Ya solo podía llevar vestidos o faldas con bo...