Por Eva Fernández
Tendría unos cinco años, y la tía Rosario vino a verme porque estaba enferma. Y me regaló un cuento. Era un cuento pequeñito, troquelado, donde la protagonista era una azafata de vuelo, con un uniforme azul. Creo que fue mi primera aventura. Y entonces decidí que cuando fuera mayor sería azafata, para conocer muchos sitios distintos.
Tendría unos cinco años, y la tía Rosario vino a verme porque estaba enferma. Y me regaló un cuento. Era un cuento pequeñito, troquelado, donde la protagonista era una azafata de vuelo, con un uniforme azul. Creo que fue mi primera aventura. Y entonces decidí que cuando fuera mayor sería azafata, para conocer muchos sitios distintos.
La verdad es que acabo de caer en la cuenta
de que leí mucho cuando era pequeña, y de que me regalaron muchos más.
En el colegio, cada curso, hacíamos una
pequeña biblioteca toda la clase. Cada
niña tenía que comprar un libro en Septiembre. Todas las semanas nos llevábamos
uno a casa, y, a final de curso, cada una se llevaba el suyo, o los
sorteábamos, no me acuerdo muy bien.
Creo que el mío se llamaba Aniceto el Vencecanguelos, que en cada capítulo
tenía que superar un miedo distinto, como ir de noche a cazar gamusinos…
También recuerdo a mi vecina Mari Carmen,
que nos fue regalando a mi hermana y a mi todos los libros que tenía de cuando
ella era pequeña, la colección de Los Cinco, la de Torres de Malory, … y así
vivimos aventuras en los bosques y playas, y fuimos pasando cursos en un
internado inglés. Mari Carmen nos hacía
pasar a su casa, y sacaba los libros como si fueran un tesoro, y nos daba uno a
cada una. Ahora me parece que incluso respetó el orden de las colecciones. Y siempre esperábamos ansiosas a ver que
tocaba esa vez.
Una versión del Quijote en comic también
fue un regalo de una profesora, la señorita Luisa, aunque creo que nunca lo
leí, y en casa siempre había cuentos y tebeos, los de Zipi y Zape, de
Rompetechos, de Esther y su mundo, los de los Hermanos Grimm, esos mini cuentos con castillos con ventanas y
puertas que se abrían, llenos de dibujos, con historias de princesas, hadas,
brujas y duendes, y las tapas duras, de colores, y que eran perfectos para
llevárselos a la cama antes de ir a dormir.
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