Suena
el despertador como estaba programado. Son las siete de la mañana. Salto de la cama. Abro mi
ventana, una caricia fresca en mi rostro
y sonrió. Otra vez se adelantan. Escucho el plaf plaf de esa mano que amasa con
garbo, risas y preguntas que se repiten.
- ¿Cuánta harina? Échamela poco a
poco.
-¡Mira ese horno no se quemen!. Y el hierro
fundido de la puerta chirria alegre sintiendo una mano ágil que abre, arrastra la lata y mete otra con la
ligereza que da la experiencia.
Ya vestida bajo rápida y veo el delantal que había dejado anoche en la manivela de la puerta.
Me reciben con un -ay cuanto te gusta
la cama. Les recuerdo que habíamos quedado a las ocho, pero ellas, las abuelas
siguen siendo las primeras.
Un olor dulzón invade todo la
estancia. El calor que despide el horno hace que las mejillas de todas sean de
un rosa cómplice y alegre. Es un rito
que se repite, cada año y en muchas fiestas.
Miro la pasta en la terriza, de
un amarillo vainilla, suave y viscoso, mientras
la mano sigue amasando con un ritmo preciso. Meto el dedo y pruebo. Cierro los
ojos....Sabe a gloria bendita.
Escucho el chiporrotear del fuego. El
arrastre de una lata llena de moldes con las magdalenas doradas y brillantes. Huele a fiestas, a
alegría, a ronda...
Cojo una, la parto con mimo y sale
ese vapor húmedo que invita a dar el primer bocado a un manjar único y recién
hecho. Dulce en su punto justo, tierna en exceso, suave para el paladar más
exquisito.
Me pongo a mojar moldes, el metal
suena frio en la mesa uno tras otro vacío y lleno de aceite dorado, vacio y
lleno siempre que quede bien brillante hasta el borde. Mi madre los va cogiendo
uno a uno. Cuchara en mano los va llenando. Los deja en la bandeja alineados y seguros.
Esperando su turno para ir al fuego.
Se abre la puerta y alguien comenta: otra
vez huele a fiestas todo el pueblo.
Pilar Algás
Qué bien Pilar!! Me encantan tus relatos
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