por Miguel Angel Marin
Rupert, un esclavo negro, iba a
ser ajusticiado. Permanecía esposado en la sala de plexiglás habilitada para
liberar la onda sónica letal. El tribunal lo había condenado a muerte por
mantener relaciones sexuales prohibidas con Crystal, una hembra de la raza superior
Tahí. Solo era un esclavo humano más.
Crystal, considerada como la
“mujer más peligrosa de la galaxia”, por intentar subvertir el orden
establecido, defendía públicamente la liberación de los esclavos humanos y el
amor libre entre las razas. Era una hembra Tahí corriente, de color azulado
suave, altura media (1,95 m), largo cuello, figura esbelta, oscuros y grandes
ojos y larga coleta negra. Al pertenecer a la raza dominante había evitado la
condena a muerte, pero sería desterrada de por vida a la prisión de Atlakar,
situada en un asteroide solitario.
Todo estaba preparado. El público
invitado se sentó en sus asientos. El alguacil supervisó la ceremonia: comprobó
la seguridad, verificó la máquina, confirmó la hora y dio la orden al técnico
para que activase el mecanismo.
En ese momento, una decena de
granadas aturdidoras explotaron por sorpresa. Crystal y un grupo de sus
partidarios abolicionistas, protegidos por trajes de insonorización y máscaras
transparentes, irrumpieron en la sala. Inmovilizaron a los atontados guardias y
liberaron a Rupert, que se encontraba desconcertado y apenas consciente. Dos
fuertes jóvenes Tahí lo arrastraron afuera, hacia la nave preparada para la
huida.
Pero, en el último momento, un
guardia se sobrepuso lo justo a su aturdimiento para alzar su pistola de rayos
z contra Rupert. El disparo, le atravesó el corazón, provocándole la muerte
instantáneamente.
-
¿Cómo que me provocó la muerte instantáneamente?
¡No mientas!
Pausa.
El disparo hirió a Rupert en el hombro levemente.
-
Eso está mejor.
La nave huyó rauda.
Comentarios
Publicar un comentario