Ir al contenido principal

Desde mi ventana

por Miguel Angel Marín

Hoy me he levantado nostálgica. Me asomo a la ventana y contemplo un extraño amanecer plateado y añil, hasta la salida de las tres enanas rojas. Después, todo se vuelve amarillo. Escucho el zumbido del planeta como el ronroneo de un gato enfermo. En la boca, el sabor amargo de la melancolía por todo lo perdido. Palpo mi deteriorado organismo. El tacto áspero de una piel encallecida y cuarteada. El olor nauseabundo de un cuerpo ajado y decrépito. Estoy llegando otra vez al final de mi ciclo vital. Pronto volverán a reiniciarme. Ya no sé las veces…, dieciocho o diecinueve, quizá. He perdido la cuenta. 

-          ¡La inmortalidad, ja, que broma! 

Hoy evoco las sensaciones de mi primer ciclo vital, hace siglos, allá en la lejana Tierra. 

La brisa en el rostro, la lluvia fresca en mis manos, la presión del abrazo, la piel ardiente de mi primer amante, aquel verano. Ahora, este frío estelar que lo impregna todo. Este paisaje desolado y yermo amarillo infinito.
 
Añoro la risa estridente de los niños, el viento ululando entre las hojas del bosque, el ruido de la cascada al caer…Ahora, solo se escucha ese sonido monótono, grave, monocorde. 

Se me hace la boca agua recordando el sabor del pan recién horneado, de la panceta a la brasa, del huevo frito con aceite. ¡Qué primitivo y sabroso era todo! Ahora, estos alimentos sanos y nutritivos pero de sabores tamizados, insípidos, sosos, muermos de solemnidad.

Evoco el olor del perfume a lavanda, de la ropa recién lavada, de la tierra mojada. Ahora,  este ambiente anodino, aséptico, neutro, carente de matices. 

Me veo contemplando aquel cielo azul intenso, el arcoíris tras la tormenta, el verde del valle, la nieve en las montañas, el sol cegador. Ahora, esta atmósfera amarilla sucia, impávida, monótona, uniforme. 

Podría poner fin a todo ahora mismo. Sería fácil. No me queda ilusión, solo hastío. Pero no tengo valor. Me agarro a una última esperanza. Quizá la próxima vida sea plena como aquella de antaño.

Presiono el botón del intercomunicador.

-          Central, deseo el reinicio.
 

Comentarios

Entradas populares de este blog

El collar desaparecido

por Miguel Angel Marín Cuando María abrió la puerta de la mansión aquella noche, desconocía que iba a llevarse el susto de su vida. Enmarcado por la luz de un relámpago, apareció la figura de un hombre altísimo de tez muy blanca y ojos claro, casi transparentes. Mostrándole una placa y con voz de ultratumba, el albino dijo: —      Inspector Negromonte. María lo hizo pasar al salón principal donde ya lo esperaba un nutrido grupo de personas. D. Adolfo, marqués de Enseña, señor de la casa, estaba algo molesto por la reunión a tan intempestivas horas. También estaban Dª. Clara, su mujer, de mediana edad, algo gruesa y con cara de pizpireta; Lucas, el mayordomo, un hombre delgado y de rictus estricto; Esteban, el mozo, jardinero y chófer, un hombre joven y fuerte que no parecía tener muchas luces; D. Augusto, administrador del marqués, un hombrecillo mayor que se veía muy nervioso; El padre Santiago, asesor espiritual del marqués y amigo de la familia; Mar...

Intruso

  PARA VOLVER A METERSE EN EL ATAÚD  tendría que encogerse bastante, darse prisa y apartar un poco el cuerpo que reposaba inerte sobre la dura superficie de madera. Se oían voces fuera, que callaron al escuchar el cierre de la tapa. -¿Quién anda ahí? Escuchó la voz amortiguada del viejo sacerdote que recorría el pasillo central de la capilla. Podía imaginarle, sorprendido por la oscuridad, porque hasta la pequeña lamparilla del sagrario estaba apagada. Desde dentro del féretro ella escuchaba muy fuerte su propia respiración, aunque cada vez más tenue. Nunca supo que el sepulturero había comentado después en el bar: – Con lo flaco que estaba y cómo pesaba el cabrón… ¿A quién se habrá llevado a la tumba?

El naufragio

  Por Eva Fernández La primera vez que lo vio sin gafas sus ojos solo le parecieron preciosos.  Hoy, que lo ha mirado  mejor ha visto que  ¡Sus ojos son dos islas!- Rodean sus pupilas dunas de arena, bañadas por el mar, con olas que rompen en la orilla cuando pestañea.  Por eso no puede dormir hasta que la marea lo mece y lo aquieta. Si se pone nervioso no  concilia el sueño, se desvela del todo, y esconde las islas tras la bruma de los cristales,  hasta que deja de escucharse el sonido del mar. A veces, cuando pasa eso, ella tampoco duerme.  El otro día pensó que, tal vez, si lo acunaba, o si lo abrazaba, se dormirían por fin y de tanto pensar en abrazarlo, le creció un brazo en la cadera; pero un brazo corto, que no servía para mucho, era muy incómodo para dormir de lado, y en realidad le sobraba, solo servía para sostener el café por la mañana o para llamar al ascensor. Ya solo podía llevar vestidos o faldas con bo...