por Miguel Angel Marín
— Esta
vez se ha pasado. ¡Como lo coja, lo mato! — gritaba Luis con los ojos
enrojecidos por el llanto, mientras sostenía con delicadeza el cuerpo inerte
del cachorrillo.
Fuera de sí, comenzó la persecución de
Fernando por todas las estancias del caserón. No atendía a razones y sus parientes,
aterrorizados, se apartaban de su camino por miedo a que los avasallara.
Luis había tenido mucha paciencia hasta
ahora. Tenía fama de ser una persona tranquila, equilibrada, algo dado a la
melancolía, buena gente. Fernando, por el contrario, era más impulsivo, extrovertido
y oscuro. No está claro si por envidia hacia el agradable Luis, querido por
todos, o por pura maldad, siempre había intentado fastidiarle.
De pequeños le escondía las cosas. Más
cuanto más le gustaban. Como aquel Exin-Castillos con el que tanto se
entretenía y que desapareció de buenas a
primeras y nunca más se supo. Sabía que había sido Fernando, siempre lo era,
aunque no podía demostrarlo. O cuando desapareció el collar que le había hecho
Alba, su primer amor platónico. También se lo robó. El collar y los besos de
Alba.
De más mayores hacía cualquier cosa para
contrariarle. Si le gustaba un libro, se lo encontraba tachado o roto; si un
disco, aparecía rayado, inservible. Chica que le gustaba, chica que le quitaba.
Hablaba mal de él a sus amigos a sus espaldas y también a ellos los perdía. Todo
esto lo fastidiaba pero su buen fondo le impedía emprender otras acciones y
terminaba olvidando su rencor.
Hace una semana, paseando por el solar
cercano al río, encontró un cachorrillo de perro abandonado. Estaba hecho un
ovillo, tiritando de frío y lo miró con esos ojos negros temerosos y
suplicantes. Cuando lo cogió estaba aterrado pero aun así le soltó un lengüetazo
que lo desarmó. Desde entonces se volcó en él. Lo bañó, lo alimentó y le dio
todas las caricias y los mimos de que era capaz. El perrillo meneaba la cola de
alegría y se refrotaba contra él agradecido.
Y ahora el pobre animal había aparecido
ahorcado.
Por fin, lo encontró en un cuarto de la
segunda planta y se abalanzó contra él. El espejo estalló por el impacto. Luis
Fernando acabó en el suelo ensangrentado y lleno de cortes, malherido.
Comentarios
Publicar un comentario