por Miguel Angel Marín
Francisca se despierta temprano
con el camisón arrugado y la boca pastosa por los años devorados. Se coloca la
dentadura postiza y se viste con una bata gris. Desayuna en la cocina un café
clarito con galletas acompañada por su marido Agustín. Mastica despacio, la
dentadura le molesta en las encías.
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Hoy hace frío. Ponte la bufanda beige.
Trajina luego por la casa: hace las camas, barre los
cuartos, limpia el polvo, friega el pasillo, ordena la ropa. Solo baja a la
calle un momento a comprar el pan. Come frugalmente y después de echar una mini
siesta se pone a tejer el jersey que le está haciendo a su nieta Alba. Su hijo
Agustinico, le ayuda sujetando la madeja.
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No te preocupes, cariño, el año que viene las
ventas irán mejor. Ya lo verás.
Tobi, el perrillo de aguas, los mira somnoliento.
Su hija Leonor está en su cuarto, frente a la pantalla del
ordenador.
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Leo, no trabajes tanto con ese trasto, que ya
sabes que es malo para tu vista.
A las seis, a escondidas de su madre, coloca en la mano de
su nieta adolescente un billete de 20 euros.
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Para tus cosas - le dice, guiñándole un ojo.
Más tarde toca bañar a su marido enfermo.
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Madre mía, Agustín, con lo delgadito y “echao
palante” que eras cuando nos conocimos.
Prepara luego para todos una cena especial, aunque
económica, porque es Nochevieja. Terminada esta y recogidos los vajillos, se
sienta entre sus hijos en el sofá frente al televisor. Toda la familia adornada
con gorritos y espumillón, esperan que den las doce. Las copas con champán barato
aguardan en la mesa el gran momento. Por fin el locutor con grandes aspavientos
va cantando las campanadas.
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¡¡¡Feliz Año Nuevo!!! – grita excitada, mientras
levanta su copa.
Nadie le contesta, claro. No puede ser de otra manera. Ante
su ausencia, ha sustituido a su marido, su hija, su hijo, su nieta, incluso al
perro, por muñecos hinchables de plástico.
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