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El videojuego

Por Eva Fernández

En un lugar del ciberespacio, cuyo nombre es impronunciable para los no iniciados en la programación, escribe código para un nuevo videojuego una prestigiosa informática, cuyo nick es Dulcinea.
Las piezas de la armadura que componen la imagen multidimensional de un personaje, El Quijote, están sueltas en la cabeza de Dulcinea.
La primera imagen refleja a una niña Dulcinea imaginada por un caballero infantil con yelmo de papel de plata, no la campesina sino una damita elegante, ufana con su vestido blanco y su sombrilla de paseo calada, en verdad más  un personaje de Sorolla que una noble castellana, que recita el texto sobre un escenario escolar con voz aguda.
Esa niña, en la siguiente escena mira en su televisión de tubo catódico la serie de dibujos animados de los años ochenta, doblada por Fernando Fernán Gomez, cuya voz como Alonso Quijano resuena clara en su cabeza diciendo “No son molinos amigo Sancho, sino gigantes” y canta la sintonía infantil  “Quijoteeee… Sancho…”.
La tercera pieza de la armadura es el Quijote adaptado, ilustrado con hojas de tebeo, que una profesora le regaló a una Dulcinea no tan niña, abandonado en un cajón, perdido.
La imagen más importante, la más nítida, la clave del juego que hay que resolver, es un  volumen encuadernado en piel, con las páginas con filo dorado, que misma chica leyó en el bachillerato, a las tantas de la madrugada, fascinada porque entendía la estructura del libro, explicada antes en clase; un complicado rompecabezas, que combinaba tres estilos diferentes, como si el autor hubiera encontrado tres manuscritos de distintos autores, uno árabe, -los otros no recuerda-,  y los mezclara,  relatando la biografía del hidalgo, además de cuentos e historietas encajadas en el relato, un mecano literario editado por entregas como era costumbre en la época cervantina, y cuya segunda parte (que ya no era obligatorio que se leyera, pero que se leyó  igualmente), era una respuesta al Quijote apócrifo que había editado un tal Avellaneda, y que Cervantes aprovechó para incluir en su texto.
Después aparece en el menú desplegable una joven Dulcinea de visita en Alcalá de Henares, ciudad en la que aunque hayan encontrado su tumba parece que el manco de Lepanto siga vivo. La Universidad, su casa natal, la ciudad vieja, la Casa de Comedias,…  hacen imperecedero el  recuerdo del escritor. 
A todas estas piezas de la armadura virtual le faltan otras, más pequeñas, que la completan;  las ilustraciones de Dalí en visita en el Reina Sofía, el ejemplar encontrado en la Cuesta de Moyano, que valía un potosí; las versiones cinematográficas…
La pareja del caballero de la triste figura y su escudero se pasea inmortal por La Mancha, cuyas figuras son omnipresentes en esa tierra. Los molinos, la geografía, los nombres de calles, comercios y las esculturas que los representan no dejan de recordar su presencia en los escenarios del juego.
Aldonza Lorenzo, más conocida como Dulcinea en su trabajo, inclinada sobre la pantalla del ordenador, escrube el script de la aventura gráfica que está diseñando, en el que cada parte del juego está representada por una pieza de la armadura y decide que ya va siendo hora de leer el ejemplar del cuarto centenario de Cervantes editado por la RAE que tiene en su casa para completar a su caballero andante. 

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