por Miguel Angel Marín
Me encuentro tranquilo viendo la
televisión, mientras María, mi mujer, lee el periódico en la otra esquina del
sofá, cuando empiezo a notar ese cosquilleo especial que tan bien conozco.
Salgo disparado y me encierro en el baño. Ya estamos otra vez.
Elena es mi hermana melliza. Siempre
hemos estado muy unidos. De niños éramos inseparables. En nuestros juegos
construíamos un espacio aparte del resto del mundo y no dejábamos entrar en él
a nadie. Una tarde ocurrió algo asombroso, montando en bici me rompí una
pierna. Ella, en casa, sintió el mismo dolor que yo.
Con la adolescencia nuestros
cuerpos cambiaron. Eso nos alejó un poco el uno del otro. Ella fue tornando de
sus formas infantiles a las de una mujer bellísima. Le crecieron los pechos, se
le ensancharon las caderas y se le alargaron las piernas. Yo, contemplaba su
evolución fascinado. Sufría de deseo cada vez que pasaba a mi lado con su
melena rubia y su blusa ajustada y podía oler su perfume de hembra joven y
notaba el fru-fru de su falda al caminar, que sugería las delicias de una fruta
oculta y prohibida.
Al final nuestra vieja
complicidad se impuso y movidos por la curiosidad de aquellos nuevos cuerpos
empezamos a tocarnos. Las sensaciones de aquellas caricias fueron deliciosas
pero descubrimos algo más. Igual que sentíamos el dolor del otro podíamos
sentir el placer que el otro disfrutaba. Nuestras mentes estaban entrelazadas. Descubrimos
la conexión. Lo que nos proporcionó días de gloria. Aquello se convirtió en
nuestro gran secreto.
Parapetado en el baño, no es
cuestión de que María me vea en este trance, cierro los ojos y mi mente conecta
con la suya. Pido permiso. Me lo concede.
Puedo imaginar su sonrisa malévola al hacerlo. Cuando se produce el
contacto, me transporto a otro mundo, a otro yo. Estoy desnuda, tengo los ojos
vendados, Marco me acaricia sensualmente con una pluma. Se me eriza todo el
vello. Siento la excitación, el ansia, las humedades en mi interior… Experimentar
todo esto además desde su propio cuerpo, es algo incomparable.
—
¿Estás bien, cariño? — me pregunta María desde
detrás de la puerta, preocupada por mi extraño comportamiento.
—
Sí, sí, no te preocupes— contesto yo con cierto
fastidio por la pérdida de concentración.
Elena y Marco, su nuevo novio, no paran de hacer el amor.
Es un buen semental y la hace gozar mucho. Y yo con ella.
Cuando me acuesto con María también le dejo a Elena
participar de mis sensaciones, siempre que me lo pide, aunque creo que lo de mi
hermana con Marco está a otro nivel.
Queda un tema pendiente entre nosotros: acostarnos. Nunca
nos hemos atrevido, aunque sé que ambos lo deseamos. Y es que percibiendo ambos
el qué, el cómo, el cuándo y el dónde del deseo del otro, queriendo
complacernos y pudiendo sentir todo desde nuestro propio cuerpo y desde el ajeno,
la experiencia tiene que ser increíble.
Quizá nos lancemos a ello un día de estos…
Muy perturbador...
ResponderEliminarSí, je, je. Es un relato morbo-fantástico.
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