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ÁGUEDA

por CLF

Águeda intentó disimular su decepción, se armó de valor, le dedicó su mejor sonrisa y le dijo mientras lo abrazaba:

- Mis mejores deseos para los dos. Me gustaría ser la madrina de vuestra boda. Hablaré con Luisa.

Aquella noche no paró de llorar hasta que se durmió. Por la mañana, con el nuevo día, sentada junto al balcón, los pensamientos fluían en su cabeza a la misma velocidad que los bolillos entre sus dedos. Seguía teniendo ganas de llorar pero no podía permitírselo. Para evitarlo, apretaba los dientes y los labios y respiraba profundamente. Empezó a pensar en todos los defectos del abogado. Era pretencioso, no tan inteligente como parecía y lo mas importante no sabía ver mas allá de su ambición. Definitivamente, no era merecedor de su amor. Un ser repugnante. Ni siquiera era digno de su hermana Luisa. Águeda se dio cuenta de que podía renunciar fácilmente a él. No solo eso, estaba empezando a odiarlo. En pocos minutos, había pasado de experimentar una profunda tristeza a la ira, la rabia y el odio.  Sentimientos que no experimentaba desde hacía mucho tiempo. Desde su niñez, cuando sus compañeras de colegio se burlaban de su defecto físico, Águeda, “la contrahecha”, le gritaban. Se miró en el reflejo del cristal del balcón. Así de perfil, parecía perfecta pero al girarse, de frente, era como si uno de sus hombros quisiera destacar.  

Llevaba demasiado tiempo sumida en la autocompasión, la soledad y la resignación . Era el momento de hacer algún cambio. Volvió a mirarse en el reflejo. Su defecto no era tan importante como para arrebatarle la esperanza de encontrar la felicidad. Cogió el encaje que colgaba del otro extremo de los alfileres, lo dobló varias veces y se lo puso en el hombro debajo del vestido. Sí, podía dar resultado. Era hábil con la aguja. Iba a empezar la confección de un vestido para asistir a la boda de su hermana que disimulara por completo su imperfección. Y sería el comienzo del fin de su enclaustramiento.


Corrían los años treinta y Águeda, sin saberlo, había inventado las hombreras que luego copiarían todas las mujeres de la época.

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