Por Eva Fernández
No podía dormir. Hacía un calor insoportable, las ventanas estaban abiertas, las cortinas no se movían un pelo, y yo no hacía más que dar vueltas en la cama. ¿Cómo decírselo? Era un asunto delicado, que seguramente pondría a prueba la solidez de nuestra relación. Me levanté con cuidado de la cama para no despertarla, y fui a la cocina a por un vaso de agua. Tenía la boca seca.
Encendí un cigarrillo, y pasé el resto de la noche despierto en el salón, ensayando mi conversación pendiente, mientras miraba por la ventana y fumaba, buscando entre las volutas de humo el valor para contarle la verdad antes de que fuera demasiado tarde, mientras ella dormía apaciblemente, ajena a mis tribulaciones.
Quería decirle que me iba. Que me habían ofrecido trabajo y que no sabía cuando volvería o si volvería. No me atreví. Volví de puntillas hasta la puerta de la habitación, la miré y, por última vez, le dije. Dulces sueños.
Comentarios
Publicar un comentario